El miedo ha guiado la vida del pueblo dominicano por varios siglos. Los dictadores utilizaron el miedo, el terror, la persecución, los fusilamientos y la violencia como medida de control social. Siempre el recurso de lo nacional, el “peligro inminente” o “la desgracia dominicana”, fueron tácticas políticas para alertar a los conservadores y detener a los de pensamientos liberales.
Hoy sabemos que practicar el miedo impone ser esclavo de las condicionantes sociales, debido a que el miedo es aprendido, paralizante y priva de libertad a los seres humanos. Pero un miedo acompañado de ignorancia y pobreza estructural, es sencillamente trastornador.
Por varias décadas las influencias hacia los votantes fueron a través de las actitudes emocionales: miedo, resentimiento, odio, conflictos, enemistades, victimización, rechazo, etc. todos basados en aptitudes negativas. Ahora, las influencias son a través de los estímulos condicionados, de los medios, la publicidad, el marketing, las redes sociales, el algoritmo y las tendencias que se plantean a través de las redes y se miden los niveles de frustración, desesperanza, necesidades e insatisfacciones para colocar los discursos, perfiles del tipo de candidato que la población necesita.
Es decir, el voto hoy día es menos racional, menos consciente, pero sigue siendo emocional. La emoción llega primero que la razón. Las personas adoptan comportamientos o conductas influenciadas por la emoción.
Hoy sabemos que la inteligencia emocional ayuda a la habilidad de adaptarse a los cambios; pero también ayuda a conocerse a sí mismo, a conocer a los demás, y comprender la realidad psico-social. Las personas con actitudes emocionales positivas son más libres, más independientes y más dueños de su destino. El cerebro emocional, junto con la inteligencia social ayuda a que las personas utilizan más la razón, el juicio crítico, valoren los riesgos, las conductas riesgosas y su nivel de vulnerabilidad social.
Cuando los grupos sociales no tienen inteligencia emocional ni social, son más vulnerables, más influenciables y más propensas a ser víctimas de engaño y de utilización; de manipulación y de procesos condicionados que les lleva a tomar decisiones de forma impulsiva, emocional o por pasiones.
El sistema de creencia de una sociedad lo alimentan varios indicadores, desde lo económico, lo social, lo cultural, los valores, lo espiritual y la ideología. Diríamos que las creencias son verdades absolutas o convicciones irracionales, que a veces son profundas, enraizadas y equivocadas. Esas creencias llegan a la emoción, provocan que las personas expresen lo que sienten a través de un estado emocional que a veces sintoniza de forma asertiva, pero otras veces no.
El voto emocional no comprende ideas, no digiere ni deglute confrontaciones, ni debate, ni contextualiza; pero tampoco exige programa, contenidos sociales y compromiso con el desarrollo social, el bienestar y la felicidad. Literalmente es un voto que lo mueven las circunstancias del momento, el algoritmo y los indicadores del momento y la publicidad. Es decir, a la gente se le dice lo que desea escuchar, se le promete la necesidad inmediata, se le compra el contenido espiritual de la vida.
Los actores sociales, la sociedad civil, las universidades y medios de comunicación, deben exigir contenidos de ideas, confrontaciones, debates, programas y desarrollo del plan de nación a cada candidato y partido.
Para producir un voto crítico, consciente, responsable y comprometido, debe parirlo el compromiso social con el votante. Las mujeres y los jóvenes que son la masa de mayor decisión electoral deben exigir el compromiso y los debates electorales; pero también la junta electoral, los empresarios, los comerciantes, el sistema financiero, el de salud y educación. El voto emocional es peligroso, riesgoso e irresponsable. Para aprender y avanzar hay que razonar, discriminar, valorar y gestionar con el cerebro.