LOS ÁNGELES. BBC MUNDO. Cindy Liu tiene que matar el tiempo. Le quedan dos meses hasta el parto de su primerizo y los tiene que pasar en un país que no conoce y donde se habla una lengua que no entiende. Los días se le han vuelto monótonos: una pasada por el centro comercial, una escala en el supermercado para comprar anticipadamente tarros de leche de fórmula y bolsas de pañales.
«Estoy esperando que llegue mi marido desde Pekín, que viene más sobre la fecha en que nacerá nuestro hijo. Un varón», dice la joven, que tiene 26 años y pide que no la identifiquemos por su verdadero nombre.
Liu es china y viajó a Estados Unidos para dar aquí a luz a su niño porque quiere «darle el regalo» dice- de tener un pasaporte estadounidense desde la cuna.
No está sola: vive en uno de los llamados «hoteles maternales» que han proliferado en los últimos años en California y que están en la mira de las autoridades. Allí se alojan mujeres extranjeras que se instalan en el país hasta conseguir los papeles de sus bebés y son la cara visible de un fenómeno en expansión: el llamado «turismo de partos».
Es que, tal como establece la Decimocuarta Enmienda de la Constitución, todos los nacidos en territorio estadounidense tienen derecho a la ciudadanía automática, un beneficio que ha disparado los «viajes maternales» sobre todo desde China, Corea del Sur, Turquía, Nigeria, algunos países del este de Europa y Latinoamérica.
Detrás de esta migración temporal de embarazadas hay un negocio difícil de cuantificar, alimentado por decenas de empresas que ofrecen paquetes maternales de entre US$5.000 y US$50.000, según pudo averiguar BBC Mundo, que incluyen desde servicios hospitalarios hasta hospedaje, comidas y niñeras, así como asesoramiento para conseguir el pasaporte del recién nacido y poder volar de regreso al país de origen uno o dos meses después del parto.
Violación municipal. «Los vecinos veían a ocho o diez mujeres bajando esta colina todos los días. Lo reportaron a la policía, que hizo una investigación encubierta por tres meses para descubrir que era un hotel maternal clandestino: una casa particular de seis habitaciones que se había subdividido en 17 cuartos, explica Rossana Mitchell, campaña «No en Chino Hills»
El sitio donde se alberga Liu, en la localidad de Rowland Heights, al este de Los Ángeles, es un complejo de departamentos de lujo donde, en cuestión de minutos, se ve entrar y salir a una decena de mujeres con vientres prominentes. Son apartamentos en los que cada madre renta una pieza privada y tiene acceso a áreas comunes y a servicios de hotelería y enfermería: en algunos ofrecen pañales de regalo, en otros garantizan una nutricionista para supervisar una saludable dieta postparto.
«Es bueno que haya otras mamás de tu país, entre nosotras nos entendemos y nos ayudamos», dice Liu, que tropieza con las palabras en inglés y se excusa, nerviosa, porque quiere seguir su tour de compras junto a otras tres mujeres, también embarazadas pero reticentes a hablar. En los pasillos del supermercado casi exclusivamente se escucha el mandarín.
Esta región, conocida como Valle de San Gabriel, se ha convertido en epicentro del turismo asiático de partos. Empresas como USA BabyCare o AsiamChild publican en sus sitios web una selección de fotos de propiedades ubicadas en la zona, donde ofrecen albergar a las madres (y sus familias) antes y después del nacimiento.
Con la oferta, también llegó la polémica: en los últimos meses, los vecinos han hecho campaña para erradicar los hoteles maternales, que en la mayoría de los casos funcionan sin las habilitaciones correspondientes.
En la vecina Chino Hills, otra ciudad del Valle, se clausuró hace poco una casa particular de seis habitaciones que había sido subdividida en 17 cuartos con sus 17 baños. Sobre su presunto dueño -un empresario de origen chino, según las autoridades- pesa una demanda civil por violaciones del código municipal.
«Los vecinos veían a ocho o diez mujeres bajando esta colina todos los días. Lo reportaron a la policía, que hizo una investigación encubierta por tres meses para descubrir que no era un caso de trata de mujeres, como se pensaba, sino un hotel maternal», dice Rossana Mitchell, que es peruana y candidata a concejal local, mientras recorre con BBC Mundo la calle casi sin tránsito donde, al fondo y detrás de un vallado, se divisa el caserón ahora vacío.
Mitchell se puso al frente de la campaña «No en Chino Hills», destinada a localizar estos establecimientos clandestinos.
«Violan varias reglas, empezando porque no pagan los impuestos que les tocarían. Aquí descubrimos tres que ya se desalojaron, pero en los barrios vecinos hay muchos más, entre 30 y 40. Es una epidemia», opina Mitchell.
Las autoridades de Los Ángeles informaron que en enero recibieron 60 quejas por presuntos establecimientos maternales, comparado con sólo 15 denuncias similares durante los últimos cinco años, y el supervisor del condado, Don Knabe, manifestó su «preocupación por la calidad de vida en barrios residenciales» donde éstos operan.
Apuesta a futuro. Sin embargo, los reclamos vecinales han alimentado una controversia más de fondo, la que genera el derecho a la ciudadanía inmediata para personas nacidas de padres extranjeros y no residentes en Estados Unidos.
Las madres visitantes sacan provecho de la Decimocuarta Enmienda, que establece que toda persona que nace en suelo estadounidense se convierte, sin más, en ciudadano. Junto con Canadá, es el único país desarrollado que sigue ofreciendo este derecho basado en la doctrinajus soli (derecho del territorio, en latín), mientras que otros lo han ido aboliendo para desalentar la inmigración.
Con la nacionalidad adquirida, estos niños tendrán una mejor vía de acceso a las escuelas y universidades estadounidenses así como una posibilidad, al cumplir los 21 años, de solicitar permisos de residencia para sus padres.
«Creo que la razón obvia para venir a tener el parto es darle lo mejor a los hijos a futuro, aunque también está la calidad de la atención médica. Muchas veces vienen de países con realidades difíciles y es una oportunidad de abrirles las puertas para vivir en el mejor país del mundo», opina Rodolfo Gámez, representante de Doctores Para Ti.
Esta empresa que se presenta como un «grupo médico especializado en brindar el servicio obstétrico de la fase final del embarazo y parto a mujeres extranjeras»- lleva 17 años asistiendo a quienes quieren «obtener ciudadanía estadounidense para su recién nacido».
Con sede en la ciudad limítrofe de El Paso, en Texas, la mayoría de sus clientes proviene de América Latina.
«Hemos visto crecer el negocio desmesuradamente. Comenzamos atendiendo a mujeres que llegaban del otro lado de la frontera, desde (Ciudad) Juárez, pero empezó a crecer a medida que la situación en México y Centroamérica se puso más peligrosa. Ahora recibimos también a muchas de Colombia, Honduras y Venezuela y en esto no hay nada raro ni ilegal. Ni siquiera es nuevo, sólo se ha aumentado», dice Gámez a BBC Mundo.
Bebés «ancla». Una de las nociones controvertidas en torno a los nacimientos de niños en Estados Unidos de madres extranjeras es la de bebé ancla (anchor baby, en inglés).
Así denominan algunos a los hijos de indocumentados que adquieren la ciudadanía por haber nacido en territorio estadounidense y luego pueden ayudar a anclar a los miembros de sus familia, pidiendo para ellos el permiso de residencia legal al cumplir la mayoría de edad.
A diferencia de los niños nacidos en el marco del turismo de partos, que generalmente son llevados a sus países de origen semanas después de haber sido dados a luz, los descendientes de sin papeles suelen vivir en Estados Unidos de modo permanente.
El concepto, considerado peyorativo por los grupos defensores de los derechos civiles, se ha puesto sobre la mesa cuando se debate sobre reforma migratoria.
¿Mentir por la visa? Pero hay una «zona gris» en torno a esta práctica: si bien las leyes estadounidenses no prohíben que una madre venga a tener su niño, sí penalizan las declaraciones falsas al momento de pedir una visa. Y en muchos casos, las embarazadas podrían ser acusadas de no revelar a las autoridades que tienen un parto planeado y señalar, en cambio, que están meramente en plan de vacaciones.
Algunas de las empresas dedicadas al negocio sugieren a las futuras madres que escondan lo más posible su estado al pasar por los controles migratorios, mediante el uso de ropa holgada o cubriéndose el vientre con un bolso, según detallan en sus sitios web. Insisten además en no postergar el viaje más allá del sexto mes porque ello podría despertar suspicacias.
El gobierno estadounidense, sin embargo, no puede rechazar a una mujer sólo porque esté embarazada, como piden las voces más intransigentes ante el turismo de vientres.
«No podemos comentar sobre las intenciones de estos individuos ( ) y la intención de dar a luz en Estados Unidos no es una razón que los haga inelegibles para una visa estadounidense», señaló a la prensa el portavoz del Departamento de Estado, Mark Toner, en diciembre pasado, tras el descubrimiento de hoteles clandestinos en California.
Pero, ¿cuál es la dimensión del fenómeno? El Centro Nacional de Estadísticas de Salud señala que en 2010 nacieron en Estados Unidos casi 7.800 niños de madres que declararon vivir en el extranjero, lo que representa 55% más que en 2000. Un número poco representativo, sin embargo, sobre los 4,3 millones de nacimientos que se registran anualmente y del que, además, resulta difícil desglosar qué casos se enmarcan dentro del turismo de partos.
Reforma. En lo que coinciden los observadores es que tal turismo no tiene que ver con el nacimiento en suelo estadounidense de niños de padres indocumentados: se trata de un fenómeno acotado a la clase media o media-alta de países en desarrollo, con capacidad de costearse un viaje y una estadía de varios meses para luego regresar a sus países.
«Creo que la razón obvia para venir a tener el parto en Estados Unidos es darle lo mejor a los hijos a futuro, aunque también está la calidad de la atención médica. Muchas veces vienen de países con realidades difíciles y es una oportunidad de abrirles las puertas a sus hijos para vivir en el mejor país del mundo», dice Rodolfo Gámez, representante de Doctores Para Ti.
«No es un servicio para todos, los precios son imposibles para muchas familias y nosotros insistimos en decirles que no pueden aceptar ningún tipo de asistencia de las que ofrece el gobierno estadounidense a sus ciudadanos, porque eso podría ser motivo para que en el futuro les nieguen otra visa», señala el representante de Doctores Para Tï, donde el paquete médico cuesta unos US$5.500 si es parto natural y US$6.800 para cesárea, sin contar hospedaje y comidas.
Ante el evidente aumento de «ciudadanos automáticos», hay quienes reclaman que es hora de revisar la Decimocuarta Enmienda: la apostilla constitucional fue redactada para regularizar la situación de los esclavos libertos a mediados del siglo XIX y, según argumentan, no aplicaría a los hijos de extranjeros sin papeles ni a los de quienes viajan expresamente para conseguir la ciudadanía.
«La enmienda no era para ser aplicada universalmente. Esta práctica de otorgar pasaportes de manera directa no hace sino aumentar la inmigración, porque estamos sumando un estadounidense que en su momento puede hacer estadounidenses a sus hijos e incluso a sus padres», señaló a BBC Mundo Jon Feere, representante del Centro para los Estudios de Inmigración, un think-tank que promueve mayores controles migratorios.
Para el analista, hace falta un método que permita identificar cuándo una mujer viaja con el fin de dar a luz y habilite a revocar la ciudadanía en casos fraudulentos.
En tanto, quienes tienen una mirada más tolerante sobre la cuestión migratoria señalan que el problema no tiene hoy el peso suficiente para atraer la atención de Washington: el Centro para el Progreso Estadounidense, una organización de corte liberal, considera que regular el turismo de partos es «como intentar matar una mosca con una (metralleta) Uzi», sobre todo cuando queda por encarar una postergada reforma migratoria integral.