Hoy no estoy en ciencia, de manera que pido a mis amables lectores me permitan “filosofar» en un día más de reclusión «involuntaria» por esta pandemia y lo peor de esto es que esta reclusión nos viene sin haber cometido delito alguno. Abro los ojos y pienso en cuál será mi «apretada agenda del día» y caigo en cuenta que es domingo y en confinamiento.
Los domingos siempre han sido «easygoing», pero en estas circunstancias debemos tener más control de las emociones y los pensamientos. Sabemos que el cerebro es mediador de una conducta que resulta ser función de otras variables reales, él no crea la conducta. Al levantarme y verme frente al espejo, me digo a mí mismo: hoy tampoco tendrás miedo y serás feliz y así refuerzo parte de mi corteza prefrontal que se ha demostrado resulta clave en el manejo del miedo y la ansiedad.
Luego voy a mi sillón en el estar, donde tengo la costumbre de tomar el té (Earl Grey, mi favorito) leer todos los periódicos y como no hay edición impresa dominical, entonces releo mi artículo del sábado anterior y la sección de Areíto, reviso algunas publicaciones digitales, bajo protesta muda (soy todavía lector de papel). Siempre tengo a mano dos libros para mi lectura diaria y esta circunstancia me ha dado más tiempo para disfrutar de algo que en mi infancia y juventud temprana eran castigo, sin embargo, hoy es el mayor deleite de mí.
Mi padre nos dio muy pocas pelas, siempre tenía un libro de acuerdo con la edad de nosotros, para que cuando cometíamos una falta, lo leyéramos y se lo explicáramos, ¡qué castigo tan poco doloroso! Hoy se lo agradezco, desde hace tiempo que no puedo pasar un solo día sin leer algo interesante. El mundo ha cambiado radicalmente en los últimos meses desde el punto de vista epidemiológico, pero la tecnología ha ayudado a mantenernos comunicados.
Estoy dando consultas on-line a pacientes conocidos o que puedan tener acceso a un médico general y, en la gran mayoría los síntomas del estrés predominan. Cuando no nos sentimos bien, nos decimos que, si adoptamos una actitud mental más positiva, tendremos más posibilidades de recuperarnos. Estoy convencido de que así es. Ahora bien, la sociedad no es plenamente consciente de la frecuencia con la que las personas hacemos justo lo contrario y, de manera involuntaria, enfermamos entonces con el pensamiento, lo estamos viendo a diario en la conducta ciudadana.
Hoy es domingo (cuando escribo) pero penosamente no vendrán mis familiares ni mis amigos a disfrutar de buenos vinos, un BBQ o el jacuzzi. Estas son de las cosas que extraño los domingos en esta pandemia que tiene arrodillada a toda la humanidad. Me gusta cocinar para ellos, pero no cocinar porque hay que comer, tiene muy poca gracia para mí y mi motivación de «prestigioso chef» desparece, se desmotiva el anfitrión. Viví solo en Londres por un tiempo y ahí aprendí a cocinar.
Ya es medio día y me acerco a mi bar, con un vaso corto y unos cubitos de H2O, en búsqueda de una «medicina «inglesa, líquida de color ambarino, que lo hacen con agua de los manantiales escoceses o procurando con una fina copa de cristal de Baccarat, un sorbo de un líquido purpúreo, producto de un mosto de la Rioja, de California, de Argentina o de Italia y en ese momento siento en mi conciencia una mirada glacial igual a la que el detective Eliot Ness de los Intocables, le daba a los perseguidos de la Ley seca en Chicago.
Entonces en aquella soledad compartida, le pedí perdón a los dioses Dionisio y Baco por haberme incitado a degustar el frenesí de tan exquisitas catadas, pero no estoy solo y bien quisiera yo que las damas de mi hogar (doña Ingrid y doña Nidia) se convirtieran en las Ménades, aquellas vírgenes que acompañaban a Dionisio en el Olimpo a disfrutar de los sorbos de una de esas exquisitas bebidas que mencioné. Degustarlas es solo para manejar mejor el tedio de mi undívago intelecto, que mucho desea que la ominosa sombra del beduino polvo se disipe y que este virus, de 19 pase a 0 y se convierta ya esta tenebrosa breña en una triste leyenda o historia que se sienta lejana. Y entonces así ya con todas las nieblas disipadas, logremos todos alcanzar el fastigio de la pirámide ¡de un nuevo amanecer!