Cuando me pidieron que escribiera sobre el Sur, pensé que debía discurrir más bien sobre cómo el Sur aparecía representado en mi memoria de lector; entonces, decidí que debía construir un discurso sobre el imaginario sureño… y me llegaron las imágenes de las mariposas. Tanta gente piensa en las mariposas amarillas de “Cien años de soledad”. Pero nosotros tenemos las mariposas de San Juan, yo siempre las he relacionado con el Sur y con su literatura. De pronto me llegó, también, la imagen del Sur como algo doloroso. Esa región de tierras áridas determinadas por efecto Barlovento, que caracteriza nuestro caribeño.
Entonces recordé el poema de Andrés L. Mateo que leí felizmente “Como si el sur doliera”: “y se mancha de sur/como si el sur doliera/y sólo obedeciéramos/los gramófonos ásperos, las pequeñas/ valijas,/ los mensajes que cabalgan en botellas/que el mar/ irremediablemente entrega/los sirenazos que perforan el plumón/del otoño/ la pálida, emplumada, muchacha que/ llora/muriéndose de sur sobre mi hombro”. (Poesía de postguerra…, 1981, 81). Escribe sobre las mariposas Andrés L. Mateo: “Me estoy meciendo en los flecos cimbreantes de la inocencia y la crueldad, y opongo a las escarificaciones del misterio una sonrisa. Sé que en algún momento aparecerán en bandadas, sus suaves formas que avivan los colores y establecen sus dominios en el viento” (“Al filo de la dominicanidad”, 358)
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También llegaron a mi memoria otras imágenes, como las del cuento de José Alcántara Almánzar, De “Callejón sin salida” (1975), “La insólita Irene”: “Pero como yo estaba resentido aún de la última bronquitis y todavía en marzo corre un friíto que enferma por las lomas, le dije a Irene que iríamos al sur”. Quizás llegaríamos a Barahona y de vuelta pasaríamos por Ocoa”. (2012, 94). El viaje por el sur traza sus paradas en el cuento: “Antes de llegar a San Cristóbal supe que el paseo no iba a terminar en nada bueno” … “En San Cristóbal paramos a desayunar… Entre San Cristóbal y Baní la castigué un poco para hacerla caer en cuenta de su inmediata inmadurez: enmudecí” (97).
Más adelante dice el narrador autodiegético: “El sur ya se palpa en el polvo de la carretera, el tabuco de los montes, la guasábara reseca de los caminos… Muy cerca de Baní salían miles de mariposas que chocaban contra el parabrisas o eludían instintivamente el vidrio [del auto] … Las mariposas aumentaban en número, se multiplicaban los colores, salían de los árboles, invaden la carretera, correteaban locas, envueltas en la brisa calidad” … “Era muy tarde para llegar a Azua”. (99). Y finalmente, Irene se transformó en una mariposa.
Las mariposas son como los sueños. Estas remiten al sur las mariposas de San Juan que aparecen en la obra “Carnavá” (1979), de Ángel Hernández Acosta. Ellas nos llevan a buscar esas imágenes que se quedaron en nosotros luego de diversas lecturas que remiten al Sur. He pensado como esta región comenzó a formar mi imaginario literario y me remonto a las batallas dadas por los ejércitos de la naciente República Dominicana y la vida y hazañas de los generales que definen el espacio insular de la dominicanidad. Sin embargo, si quiero salir del relato histórico, que en nuestro país siempre es problemático, debo alcanzar a ver la espesura del Sur en la Sierra de Baoruco. Desde niño la guerra de resistencia del Cacique Guarocuya, el “Enriquillo”, de Manuel de Jesús Galván, nos dio con tintes románticos el color del paisaje del sur. Entonces no podíamos pensar en la tierra agreste que se llevó a las imágenes serenas, sino al bosque espeso de los desfiladeros en los que los indígenas comandados por Guarocuya y Tamayo realizaron la primera guerra de liberación en América (Mir, 194).
Yo puedo recordar el olor del café de la tarde en que mi abuela cosía y yo leía la obra de Galván, creando y recreando en el imaginario estas tierras donde los héroes se convirtieron en toponímicos: Duvergé, Enriquillo, Tamayo… y tantos otros. Sin dudas la obra de Galván es una leyenda para chicos, y hoy la hemos destruido con nuestros pruritos intelectuales e ideológicos. Tal vez la función de Enriquillo es hacernos de cierta manera conscientes de un pasado que solo la ficción puede recuperar. Y claro, que no puede dejar de ser ideológico, porque cada época tiene sus nociones de verdad, y de lo que debe quedar en la memoria colectiva.
Uno puede tomar la ruta sur desde San Cristóbal o desde Pedernales; los cambronales nos hacen ver la cordillera, la sierra de Baoruco, tiene en su mirada, la lejanía. El sur era lejanía cuando se mira desde Higüey y cercanía cuando se ve desde Pedernales. Todo resulta en el punto donde nos ubiquemos. En la literatura, el héroe de “Los enemigos de la tierra”, de Francisco Andrés Requena, sale hacia el este a buscar trabajo en las centrales ausentistas. Sale de Duvergé y realiza su travesía sureña en goleta hasta San Pedro de Macorís.
Había dejado la tierra, el trapiche que ya no funcionaba. Como el trapiche de Ángel Hernández Acosta en “Trapiche”. Llegó un momento en el que en el Sur solo se sembraba caña para producir el poco azúcar que se consumía. Y la caña casi desaparece. El autor de “Los enemigos”, lo dice porque hay que buscar la modernidad de los ingenios centrales cuando podemos vivir en la tierra y amarla como se ama a la mujer: en un discurso en que la mujer y la tierra se identifican. El Este fue ganadero; el Sur era maderero en un momento en que el país se dividía en ínsulas interiores.
El Sur era también la tierra que nos llegaba por los negocios de los madereros que participaron en la independencia. Debemos recordar a Vicente Celestino Duarte. Claro, muy sureños fueron Bobadilla y Buenaventura Báez. El sur queda en las luchas patrias, como geografía y como heroísmo. Pero hay que hablar del general Florentino que espera otros biógrafos que le quiten de su bibliografía todo lo que era de contemporáneo y lo pongan justamente donde va. Este trabajo lo comenzó Sócrates Nolasco.
En la literatura del Sur, nos ha acompañado siempre Héctor Incháustegui Cabral, banilejo que en su Pozo muerto (1960) nos da unas estimables pinceladas del sur, sus gentes, prácticas y familias. Sus poemas como “Canto triste a la patria, bien amada”, y “La muchacha de Paya”, contribuyen al imaginario dominicano desde una ciudad como Baní que ha sido parte importante de nuestra historia. Y que en la pluma de Francisco Gregorio Billini, nos da las diversas imágenes de los canarios que habitaron este sur a partir de 1650 cuando el Carlos II les permitió que llegaran a América, en mayor medida a poblar esta Española descolonizada donde intentan entrar enemigos de España, “traficantes de cueros y de Biblias protestantes”. “Engracia y Antoñita” es una novela de largo aliento, que avanza temas fundacionales de nuestra literatura como el de las guerras civiles y se entronca con el naturalismo francés…
Y para terminar, este discurso concluye provisionalmente sin tocar del todo ese Sur nuestro que la literatura teje en su imaginario y que solo el lector puede evocar como memoria vivida desde el disfrute del arte o de la poesía, que es como decir: la creación humana.