Extraños y prójimos, inmigrantes e invasores

Extraños y prójimos, inmigrantes e invasores

Rafael Acevedo Pérez

Hay quienes solo conocen la parábola del buen samaritano. Pero la Biblia no habla del amor al prójimo cuando se trata de un vecino depredador. La Biblia prohíbe relacionarse con vecinos con costumbres y hábitos moral o socialmente peligrosos.

Por otra parte, algunos dominicanos parecen no haber entendido que el plan de Duarte y los padres fundadores es de carácter espiritual y territorial.

Por lo cual siempre hemos acogido a quienes vienen a convivir en orden y paz. Muchos criollos descienden de afroamericanos que en 1824 llegaron a Samaná procedentes desde Nueva York y otras urbes estadounidenses. Y de cocolos afroantillanos petromacorisanos.

También vinieron judíos, chinos japoneses, españoles y demás, todos asimilados y acogidos con gran respeto.

Contrario a la nuestra, la historia de los haitianos y sus colonizadores es una de grandes conflictos e injusticias.

A pesar de la cruel dominación haitiana del siglo 19 y de la cruel matanza ordenada por Trujillo en el siglo pasado, los dominicanos no los hemos tratado mal, y muchos han salido en su defensa. Mi abuelo fue a prisión por esconder medio ciento de ellos en su cafetal en La Vega.

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El dominicano no es racista, pero es patriota y defiende sus valores culturales y su identidad, y tiene el temor más natural del mundo: de cohabitar con personas con las que ni siquiera se puede comunicar. Nadie resiste convivir con extraños con lenguaje y hábitos totalmente diferentes.

Sería interesante saber cuántos buenos y desprejuiciados coterráneos están dispuestos a abrir sus casas a desconocidos y compartir sus alimentos y comodidades con extraños.

Si a los venezolanos nadie les pregunta quienes son, es porque se confunden con nosotros. Además, tenemos grandes deudas históricas con ellos.

No puedo evitar malamente sorprenderme que dominicanos de ancestros extranjeros, mulatos o indiecitos, como casi todos nosotros, no puedan diferenciar entre extranjeros visitantes e inmigrantes masivos: indocumentados, analfabetos, ineducados, incivilizados. Que no vean el peligro de una inmigración desordenada de personas indocumentadas, con hábitos sociales y culturales sumamente distintos, entrando sin control por una frontera vulnerable, custodiada de forma pervertida y corrupta, procedente de un país que nos ocupó por más de 20 años, costándonos numerosas batallas desalojarlos (y que todavía reclaman la pertenencia de nuestro territorio).

Que a menudo tienen conflictos entre sí y con criollos, que asesinan y se escabullen sin que nadie sepa cuál es su paradero, porque no tienen registros civiles ni familia ni domicilios conocidos.

Abundan, ciertamente, haitianos mejores cristianos que muchos de nosotros. Pero no podemos saberlo, por el idioma.

Frecuentemente viven de la caridad de sus vecinos dominicanos, recibiendo ayudas para salud, alimentación y educación de nuestro Gobierno, mientras, sospechosamente, entidades extranjeras traen haitianas a parir aquí, a la vez que incitan a abortar a las embarazadas criollas.

Acaudalados de Haití residen en nuestras zonas exclusivas y lugares turísticos; personas instruidas, decentes, que suelen aventajarnos en fineza y modales. Es fácil compartir con extranjeros respetuosos que conocen nuestro idioma y cultura.

El tema no es racial, pero sí étnico. Y de seguridad nacional.

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