“La configuración de ese espacio del drama, que no es ni el espacio histórico del pasado ni el espacio histórico del presente, sino ese tercer espacio —único propio del drama— al que he llamado ‘Espacio de la mediación’ ”. A. Buero Vallejo
Por: Bienvenida Polanco Díaz
La segunda edición del clásico de nuestra literatura dramática ‘Iguaniona’, de Javier Angulo Guridi fue publicada en 1953 por el Gobierno dominicano. Es la utilizada para este articulo en el que presento las coordenadas de contexto literario e histórico, a fin de facilitar su lectura.
Un nuevo subgénero
El Romanticismo se iniciaría en Alemania hacia finales del siglo XVIII. El teatro tuvo sus teóricos principales en Lessing, Schiller y Goethe, y la elaboración de su preceptiva dramática fue obra de los hermanos Friedrich y August Schlegel.
Aquellos años en los que Juan Pablo Duarte se iniciaba en la actividad escénica proselitista eran los de la cúspide rotunda del Romanticismo en España cuyo vehículo lo fue definitivamente la literatura dramática llevada a las tablas, y entre 1834 y 1837 se estrenaron en Madrid las piezas cardinales. La explosión entusiasta fue iniciada con ‘La conjuración de Venecia’, de Martínez de la Rosa, en 1834; en 1835 con el ‘Don Álvaro’, de Ángel Saavedra, duque de Rivas se verificó en poco tiempo una serie ininterrumpida de éxitos : en 1836, ‘El trovador’ de García Gutiérrez; en 1837 ‘Los amantes de Teruel’ de Juan Eugenio Hartzenbusch, y ‘Carlos el Hechizado’ de Antonio Gil y Zárate. El ciclo culmina con la síntesis que significo el ‘Don Juan’ de José Zorrilla en 1845.
Dentro del teatro romántico fue el ‘Drama Histórico’ el subgénero de preferencia, desde las tempranas piezas nacionalistas en la Alemania de los Schlegel hasta el estreno en Paris del ‘Hernani’ –1830– en cuyo prólogo a la primera edición Víctor Hugo condensó el “Manifiesto” concluyente del ‘Romanticismo’ que puso de moda este movimiento en todo el mundo. En España la consigna dramática historicista formaba parte de la mejor tradición, de forma que sólo era cuestión de asumir ciertas conciliaciones y actualizar teorías.
Aunque la ‘medievalización’, tan alejada del modelo grecolatino propio del Neoclasico, no realizó grandes progresos en España antes de la rebelión romántica (Peers 1941), desde hacia más de medio siglo se había suscitado un significativo y creciente interés por los temas del Medioevo, si bien los divulgadores carecían de un plan de acción común lo que sin embargo cambia con la publicación, entre 1828 y 1832, de los ‘Romanceros’ de Agustín Durán.
En la nueva perspectiva el pasado y el presente, en vez de alejarse se aproximaban, y aún más, se equiparaban (Honour 1991). La generación de escritores del Romanticismo, plenamente liberal, negaba el Siglo de las Luces pero al mismo tiempo la inspiraba su idea del progreso y su desdén por el barbarismo de la Edad Media —que en Hispanoamérica equivalía a las comunidades indígenas—. Pero si políticamente ya no podían admitir el primitivismo, literariamente y desde el punto de vista científico y filológico sí fue tema constante de interés. La España romántica retomó a Don Rodrigo, a don Pedro el cruel; al mundo árabe, a los califatos de Granada y las intrigas del reino de Valencia como algo propio en lo que decididamente privó lo nacional sobre lo extranjero.
El ‘Drama histórico’ resultaba el vehículo teatral óptimo (Linderberger 1990). Este subgénero ha sido magníficamente definido por Buero Vallejo quien destacó su carácter “abierto” y su naturaleza interrogativa, no resolutiva. Para el autor español la función catártica del drama histórico estriba en la necesidad de responder por la acción o por la reflexión en el presente a la interrogación hecha acción en el pasado que el drama especializa. Basado en los paradigmas de la memoria colectiva acumulados y sedimentados, e ideológicamente cristalizados en la conciencia histórica, actúa sobre ese “depósito de víctimas” —‘Miras’, las llama Buero— .
El transcurso de la práctica romántica fue construyendo una preceptiva concerniente al nuevo género. En primer lugar el drama histórico presentaría comunidad de fines entre tragedia y comedia y entre utilidad y deleite; de hecho, a causa del tratamiento de la Historia sobrepasaría a ambas en utilidad; el término ‘Drama’ sustituía al de ‘Comedia’ que hasta entonces se había usado indistintamente.
Por otro lado quedaba la cuestión de la verosimilitud; la Literatura es ‘Como si fuera verdad’; en qué consistía ese ‘Como si’, y el ‘Cómo obrar’ en tal imitación era lo significativo.
Angulo Guridi presentó al público su pieza en los siguientes términos: “Iguaniona: Drama histórico en tres actos”. Y a continuación del listado de personajes el autor anotó: “Don Antonio Del Monte y Tejada en su Historia de Santo Domingo, tomo 1º, página 169, transcribe del ´Diario de Colón´ estas palabras: ´En llegando la barca a tierra, estaban detrás de los árboles bien cincuenta e cinco hombres armados, con los cabellos muy largos, (…)´”.
La apostilla del dramaturgo dominicano obedecía al afán común de los autores románticos de conferir la mayor carga de credibilidad histórica posible a sus creaciones. El anuncio de los tres actos aludía asimismo al nuevo canon, antepuesto a la antigua presentación neoclásica en cinco partes. Guridi fija su pieza al dedicarla al entonces joven poeta José Joaquín Pérez quien poseía ya el prestigio de líder del Romanticismo en Santo Domingo: “Escribí otro drama más ajustado a la verdad histórica y más rigurosamente nacional. El que tengo la honra de dedicarle y someter a su examen”.
Antecedente indigenista en el teatro hispanoamericano eran ‘Rusticatio mexicana’ —Guatemala, 1782—, o ‘La rebelión de TupacAmarú’ —Buenos Aires, 1817—. En cada caso Chateaubriand fue referencia forzada no sólo por el primitivismo medieval de su obra ‘Atala ou Les amours de deux sauvages’, de 1827, sino por la Estética que introdujo en el campo de la religión al demostrar, frente a la iconografía clásica de los mitos paganos grecorromanos y contra el escepticismo racionalista del siglo XVIII la validez de un Cristianismo renovado.
Estructura formal y Dramaturgia
El Cristianismo era la religión más actual, más poética, más impresionante por el bien que había traído al mundo; ennoblecía en la naturaleza humana y en general establecía el germen, la fuente, del espíritu moderno. Guridi inicia la dedicatoria de ‘Iguaniona’ aludiendo a esos criterios de poesía y belleza. Dirigiéndose al poeta José Joaquín Pérez escribió en el prólogo:
“Aprovechado compatriota y hermano: Antiguamente había un rigor excesivo en la aceptación de las ofrendas. El paganismo, que es a lo que quiero referirme, era despótico; así, los que ofrecían un cordero, los que intentaban alimentar el fuego sagrado con el tomillo de Acaba o con el cristalizado licor del Abraganto, se reputaban como profanadores de los dioses. ¡Triste condición, en verdad, la de aquellos en quienes no se maridaban el fervor y las riquezas! Pero todas esas tiranías desaparecieron con la venida de Jesús.”
Chateaubriand había insistido en que ninguna filosofía puede aspirar a alcanzar la verdad ‘’pues esta no se descubre por la razón sino por ‘una luz interior’ ’’lo que explica en una de sus primeros libros ‘Ensayo sobre las revoluciones’, y ‘El genio del Cristianismo’ fue de hecho una exaltación romántica de las glorias de la Literatura, las artes y la moral que el drama histórico propiciaría.
Al manifestar sus propios fines, Guridi ratificaba categóricamente tales premisas:
“Yo no me prometo, de su resurrección artificial, ni gloria ni dinero. Mis aspiraciones se limitan a que, si este fenómeno se hace público algún día, la humanidad refrende, al contemplarlo, la justa indignación que desde cuatro siglos viene resignado al salvaje derecho de conquista. Iguaniona podrá ser un conjunto horrible de defectos, o de incorrecciones cuando menos. Pero como hecho histórico, es todo lo que hay de vergonzoso para sus impíos consumadores. Ahí la tiene usted. Júzguela bajo uno y otro aspecto”.
La representación del pasado problemáticamente abordado desde la conciencia del presente, constituía una razón política orientada a producir en el espectador una toma de conciencia y una acción coherente y real, que transformara, desviándolo o alterándolo, el proceso histórico en marcha. Cabe destacar que el movimiento puso de manifiesto toda una complejidad de ideas que hasta entonces parecían sencillas; los ideales de libertad personal y libertad política por ejemplo, no eran idénticos y hasta podían excluirse mutuamente: ‘’La mejor teoría del arte es su historia´” concluiría Friedrich Schlegel.
Guridi -1816,1884- incorporó en su drama una moderada polimetría en la versificación, tan característica del Romanticismo. Con el mismo designio la trama articula elementos como el honor, la libertad y la fatalidad. En cuanto al seguimiento de las tres unidades, de tiempo, lugar y acción ésta última se cumple con prioridad siguiendo las propuestas teóricas del movimiento.
Su literatura fue abundante y variada. Participo en la Guerra de la Restauración alcanzando el grado de coronel; Periodista, narrador, poeta, y ensayista, como dramaturgo cobró justa fama y éxito con piezas ingeniosa y actualizadas en las corrientes literarias de su época: ‘Los apuros de un destierro’, ‘El conde de Leos’, ‘Cacharros y manigüeros’…
Desde la Hemeroteca del Archivo General de la Nación la publicación periódica «El Monitor» informa el 19 de octubre de 1867: ‘’El domingo 13 del corriente y bajo el título de ‘Cacharros y manigüeros’ se puso en escena un excelente drama nacional, obra del conocido ingenio dominicano Francisco J. Angulo Guridi, cuya apología principal consiste en el brillante éxito que obtuvo su estreno. El día 12 anterior se informo: «Como se tiene anunciado, mañana en la noche se pondrá en escena dos producciones de nuestro amigo y compatriota el ciudadano Javier Angulo Guridi. La primera, el drama nacional en tres actos y en verso, ‘Cacharros y manigüeros’, y la segunda juguete cómico en un acto y en prosa, ‘Apuros de un destierro’ «.
Es importante avanzar en las investigaciones puntuales a partir de las publicaciones periódicas de la época, a fin de fijar con rigor académico todos los aspectos concernientes a la historia de nuestra literatura dramática nacional.
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