“’La igualdad de género, para Unicef, significa que mujeres, hombres, niñas y niños deban gozar, por igual, de los mismos derechos, recursos, oportunidades y protecciones” (Unicef, 2019). En el feminismo, se reconocen diversas jerarquías sociales que perpetúan la desigualdad de género y afectan de manera importante a las mujeres. Veamos algunas de las escalas en torno a este enfoque: primero, el patriarcado, en el que los hombres en una posición de superioridad sobre las mujeres promueven la opresión y la discriminación alcanzando de este modo un poder desproporcionado y un dominio en los ámbitos político, económico y social.
Segundo, el sexismo apoyado en creencias, actitudes y comportamientos que promueven la discriminación y la desigualdad basada en el género.
En tercer lugar, la misoginia, representada por el odio, el desprecio o el prejuicio contra las mujeres, desvalorizándolas y limitando sus derechos y oportunidades. Luego, el feminismo interseccional que reconoce que las opresiones y desigualdades de género se entrelazan con otras formas de opresión, como el racismo, la discriminación de clase, la homofobia…
Finalmente, el capitalismo y el feminismo socialista, estas perspectivas destacan cómo las estructuras económicas y el sistema de mercado perpetúan las desigualdades.
Visto desde la superficie, el acuerdo sobre la necesidad de generar igualdad entre hombres y mujeres entre la sociedad y los medios que la promueven se ha hecho más intenso en estas últimas décadas. Pero lo cierto es que hay algunos procesos psicosociales que mantienen las desigualdades de poder entre estos dos grupos. Su explicación, en la mayoría de los casos, no se basa en diferencias biológicas como muchos podrían pensar sino en la necesidad de mantener una fragmentación una división entre los géneros. Mientras más fragmentada la sociedad, mientras menos homogéneas sus creencias y forma de vida, existe mayor probabilidad de que las élites de poder ejerzan su dominio.
Existen diversos factores que contribuyen a mantener la desigualdad entre los sexos. Estos factores pueden variar según las culturas, sociedades y contextos, pero a continuación se presentan algunos de los factores comunes que influyen en la desigualdad de género: las normas y roles de género (construcciones sociales que establecen expectativas y comportamientos específicos para hombres y mujeres). La discriminación, estereotipos y prejuicios que puede manifestarse en forma de trato desigual y exclusión. La brecha salarial y desigualdad económica que perpetúa la dependencia económica de las mujeres y limita su autonomía y poder de negociación.
Por otro lado, la violencia de género radical incluye: la violencia doméstica, el acoso, la violencia sexual y la trata de personas. La violencia tiene un impacto profundo en la vida de las mujeres y limita su libertad, seguridad y bienestar. Además, es frecuente encontrar barreras para acceder a una educación de calidad y a recursos económicos. Todo ello limita las oportunidades de desarrollo personal y profesional de las mujeres, perpetuando la desigualdad de género. Estos factores interactúan y se refuerzan, creando un sistema complejo. Superar estos componentes requiere de esfuerzos colectivos que se presentan como promoción de la igualdad de género, la educación, la legislación y el cambio cultural.
La jerarquía social es un orden que determina las relaciones entre los sexos en los diferentes niveles: en el nivel del orden social, del orden simbólico y del orden de la interacción. Recordemos que los estereotipos tienen un componente cognitivo-social y que es en el fondo un caminillo mental para simplificar las cualidades de los grupos sociales. Y que el prejuicio, por su lado, surge a partir de representaciones inconscientes e injustificadas y termina en una actitud adversaria o de enfrentamiento.
Gloria Jiménez-Moya de la Universidad Católica de Chile expresa en su dossier “La jerarquía de los sexos persiste” publicado en Revista Universitaria una serie de importantes reflexiones: “El sexismo es un tipo de prejuicio que atribuye roles diferenciados a las personas en función de su sexo. Esta creencia establece que hombres y mujeres deben llevar a cabo tareas diferenciadas, pero complementarias. Entonces se crea “el ser” y el “deber ser” de los sexos.
Este enfoque establece dos categorías que coexisten: el sexismo hostil, que es un prejuicio burdo que define a las mujeres de forma negativa –como personas manipuladoras y controladoras– y las concibe como inferiores a los hombres. Y por otro lado el sexismo benévolo que concibe de forma estereotipada a las mujeres, pero desde un tono paternalista, aparentemente positivo como personas frágiles y puras. Se establece un rol diferenciado para hombres y mujeres que sigue estando presente en numerosos contextos de la sociedad como el laboral o el educativo” (Jiménez-Moya, 2020, parr. 9).
Hemos sido testigo de cómo las cosas han ido cambiando entre las nuevas generaciones que insisten en no dejarse encasillar y luchan por una vida con mayor libertad. Sencillamente, “son” sin dejarse manipular por ese “deber ser” impuesto desde afuera por la sociedad que los acoge, pero que les exige cumplir con normas y regulaciones provenientes de “focos sociales de intereses específicos”. En verdad, se hace necesario un cambio que acabe con los estereotipos y los prejuicios y un análisis de los sesgos individuales y sociales.
Sabemos y reconocemos que cada cambio trae consigo evolución y resistencia. Se manifiestan de tres maneras: “no quiero ese cambio porque estoy bien como y donde estoy, ese cambio no me conviene”; “no puedo aceptarlo porque eso no fue lo que acordamos”; y finalmente “no quiero aceptarlo porque desconozco lo que debo hacer, no tengo el conocimiento debido” (quizás necesite reentrenamiento).
Sabemos que con el tiempo la resistencia se ve perdiendo. Se acepta el cambio o el cambio elimina al que se resiste expulsándolo del sistema, independientemente del sexo. Sí, así funcionan estos cambios, muchas veces corrosivos y depredadores para los que se oponen al fluir que trae lo nuevo. El no querer es asunto de deseo; el no poder de capacidad y el no saber es asunto de conocimiento. Todos pueden ser superados con cambios de paradigmas, capacitación y entrenamiento. El sexo no determina la capacidad e inteligencia de la persona, aunque debemos de reconocer la dualidad del asunto somos iguales, pero a la vez somos diferentes…
Para terminar, hablemos un poco del llamado eco feminismo. Se trata de un enfoque filosófico y político que combina elementos del feminismo y la ecología como bien denota su nombre. Se basa en la idea de que existe una conexión entre la opresión de las mujeres y la degradación del medio ambiente, argumentando que ambos fenómenos están arraigados en sistemas de poder y dominación. El eco feminismo sostiene que la opresión de las mujeres y la explotación de la naturaleza están vinculadas en su origen, y que ambas son consecuencias del patriarcado y del paradigma de dominación que caracteriza a la sociedad. Se centra en analizar cómo las formas de opresión y violencia hacia las mujeres se asemejan a las formas en que se explota y destruye el medio ambiente.
Este enfoque argumenta que las mujeres tienen una conexión especial con la naturaleza, ya que en la mayoría de los casos son responsables de la reproducción y el cuidado de la vida. También señala que las comunidades más afectadas por la degradación ambiental suelen ser aquellas donde viven mujeres y personas marginadas. El eco feminismo busca superar la dicotomía entre la dominación de género (sexo) y la dominación de la naturaleza, promoviendo la igualdad y la justicia ambiental como objetivos interrelacionados. Busca desafiar las estructuras de poder y promover una relación más equitativa y sostenible entre los seres humanos y la naturaleza, reconociendo la importancia de la justicia social y ambiental.
Concluyo, recordándoles que la desigualdad social principal proviene de la desigualdad económica, lo que arrastra consigo una desigualdad social, que impacta a los diferentes estratos de la sociedad independientemente del sexo. Provocando y ampliando un mal que ha existido desde la aparición de la propiedad privada y que no hemos podido erradicar: la pobreza. Es importante tener en cuenta que la relación entre la propiedad privada y la pobreza es compleja y que está influenciada por múltiples factores, como las políticas económicas, la distribución de los recursos y la gobernanza, aunque debemos reconocer que otros factores como las estructuras sociales y las relaciones de poder, también desempeñan un papel importante en la generación y perpetuación de la pobreza.