La solución está en la resolución

La solución está en la resolución

Carmen Imbert Brugal

El diálogo con Haití ha sido una ficción desde la creación de la República Dominicana. La violencia y el desprecio dictan. El recurrente mito de “la única e indivisible” es la premisa que confunde a los gestores de fusiones, de mancomunidad. Asumen como muestra de xenofobia y prejuicio aquello que expresó el derrotado gestor de la independencia efímera, José Núñez de Cáceres, negado a la unificación propuesta por Boyer: “Entre las porciones de la isla existen desemejanzas de costumbres y de idioma, similares a un muro infranqueable, como entre los Alpes y los Pirineos”.

La apuesta es convivir respetando las diferencias, pero los traspiés determinan el eterno retorno a la agresión. Los intentos dominicanos resultan tan fallidos como el estado que suscribe acuerdos para irrespetarlos. La victimización prospera y la comunidad internacional, guiada por la elite haitiana, tan impiadosa como poderosa, con cómplices criollos, aúpan la controversia y exigen aperturas inconcebibles en otro lugar del planeta.

Cabilderos infames, con una vocería vergonzante, auspician el descrédito del Estado dominicano, más que complaciente con el colectivo trashumante. Intromisiones apabullantes se suman a una persistente campaña en los medios de comunicación europeos y estadounidenses para colocarnos en el deplorable lugar de esclavistas, racistas.

Ahora, cuando Haití está controlado por el bandolerismo que, gracias a la permisividad de las autoridades, poco a poco, conquista el territorio dominicano, una esclusa se convierte en excusa para respaldar una actuación inusitada: el cierre de la frontera que une y separa a los dos países. La decisión sirve de advertencia y castigo a los constructores innominados de un canal para captar las aguas del río Dajabón. Obra que el estado dominicano reconoce que: “no consiste en un desvió del cauce del río”, tal y como consta en un acuerdo firmado el 27 de mayo del 2021.

El conflicto actual permite la clemencia. Sería inoportuno recordar el tráfico impune de personas con el apoyo de autoridades militares y civiles. La indetenible presencia de las haitianas en las salas de parto sin camas para las dominicanas; los pupitres ocupados por más extranjeros que nacionales. Procede omitir la responsabilidad de los cónsules, conocidos en las provincias fronterizas por sus fechorías.

A pesar del furor nacionalista y del aplauso a la decisión del presidente, hay detalles que la complacencia no puede acallar. ¿Quién representa Haití en las conversaciones con autoridades dominicanas? ¿Por qué no se creó la Mesa Hídrica Binacional? ¿Cómo pudo ser sorprendido el estado dominicano con la reanudación de los trabajos que creía suspendidos? Los anarquistas responsables de la construcción ¿son diferentes a los campesinos que quieren recuperar el agua para irrigar sus cultivos y cuentan con la cooperación de organismos internacionales? ¿Qué dicen los inversionistas haitianos, con prósperos negocios aquí, tan bien acogidos por el presente gobierno? El cierre permanente de la frontera es impensable. Salir airoso de un lance como este, exige además de narrativa y respaldo, estrategia y suerte. Algunos aseguran que el presidente conoce Resoluciones que permitirán abrir las fronteras sin claudicar.

En la ONU está la llave.

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