Habiendo recibido, hace un buen tiempo, con gran regocijo y satisfacción el libro «La Ética del Profesional del Derecho» de la autoría del distinguido colega y gran amigo Dr. Wilson Gómez, me he dispuesto releerlo.
Mi satisfacción ha sido doble: Primero, por la distinción conferida, al solicitarme entonces que escribiera el prólogo de su obra, con lo que me honrara profundamente no solo como abogado en ejercicio de mi profesión, también por lo importante que significa prologar una obra para el conocimiento del lector y el necesario adecentamiento que conlleva el ejercicio de nuestra profesión y la normativa de la Justicia.
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Aclaro que la aparición de esta obra y su rico contenido no me sorprendió en absoluto. Conocía a su autor envuelto emocionalmente en estas lides antes de ser designado Presidente del Colegio de Abogados y apretamos nuestra amistad con el correr del tiempo y mayor reconocimiento al compartir la responsabilidad de ser designado juez del Tribunal Disciplinario del Colegio de Abogados de la República Dominicana, siendo entonces el Dr. Gómez Ramírez su Presidente, acompañado de distinguidos colegas como fueron la Licenciada Nancy Salcedo, el Dr. Félix. Matos Acevedo y Dr. Ángel Castillo, quienes ocupan entonces elevadas funciones en la Magistratura Judicial. Aquella fue una jornada inolvidable. Se laboró sin descanso y sin temor, con sincero y tenaz esfuerzo por moralizar el ejercicio de tan digna profesión, penosamente mancillada por la ausencia de una colegiatura efectiva, comprometida con la rígida aplicación del Código de Ética y la ligereza, por otra parte, de centros universitarios que operan dentro de un sistema educativo, con contadas excepciones, sin preocuparse siquiera por incluir en su pensum el contenido de cada materia, necesario para el ejercicio de la profesión como para la formación integral del incumbente.
El maestro Eugenio María de Hostos proclamaba y enseñaba a sus discípulos que le urgían para que publicara su «Moral Social» que la moral no se constriñe ni se enseña en los libros, sino que se conjuga y se aprende con la práctica y se enseña con el ejemplo, queriendo significar con ello que la moral no se inculca a la fuerza, ni se encierra, ni está en congelados decálogos de principios, o en ilustrados textos. La moral, señalaba, se encuentra ligada a todas las actividades de la vida y particularmente al Derecho. Es materia viva, dinámica, fluida, y viene a ser para cada persona su verdadera fuerza legal y austera, desempeñando en sus cultores la función de la conciencia que advierte y sanciona lo procedente. José Ingenieros, de su parte, desde su tribuna libertaria, propugnaba por “una moral sin dogmas”, lo que no contradice y por el contrario reafirma la necesidad de una ética deontológica basada en un comportamiento social universalmente deseado para el bienestar del individuo y la colectividad, y no de grupos de creencias.