Así que Cristo, a pesar de ser Hijo, sufriendo aprendió lo que es la obediencia; y al perfeccionarse de esa manera, llegó a ser fuente de salvación eterna para todos los que lo obedecen. Hebreos 5: 8-9
¿A qué padre no le agrada que sus hijos sean obedientes? No hay que pensarlo, porque a todos nos gustaría que nuestros hijos se llevaran de nuestros consejos, no por obligación, sino por convicción de que es lo mejor. Así como nos sentimos cuando vemos que no se llevan de nuestros consejos y enseñanzas, Dios se entristece al vernos haciendo nuestra voluntad y no la de Él, sabiendo las consecuencias producto de estas acciones.
Jesús, el Hijo de Dios, nos dio un ejemplo al no hacer lo que quería. Ni tan siquiera intentó hacerlo; simplemente aceptó lo que el Padre quería que hiciera, y lo hizo voluntariamente.
Los hechos hablan, porque por la obediencia fue camino a la cruz, alcanzando la resurrección, que era la voluntad de Dios. Por eso, la obediencia nos lleva a la cruz, donde debemos entregar todo lo que compite con Su voluntad y nos hace ser desobedientes, perdiendo las promesas por no aceptar lo que Él quiere para nosotros.