Fuera de que ya está descartada la acción institucional que negaría espacio al proselitismo hasta vísperas de las votaciones, como si se pudiera poner candado a la política, no habría forma de negar que para el actual Presidente de la República todos los caminos por él recorrido en estos dos años de su notable presencia en la vida pública solo podían conducir a una más abierta lucha por lograr la reelección faltando tiempo para mayo 2024.
Revelándose con capacidad para poliédricamente procurar aceptación ciudadana desde que se levanta hasta que se acuesta, pocos líderes de dimensión política y social de los últimos tiempos le han superado en la exposición mediática con una atención parabólica hacia todo lo que a su entender, que es muy amplio, merezca sus hechos o sus optimistas declaraciones.
Si para muchos liderazgos inquietos y ensombrecidos por insuficiencias en los caudales de votos obtenidos en contiendas anteriores es crucial estar en campaña desde ya, vale señalar que su adversario natural situado en las anchuras del poder nunca ha estado fuera de ella.
Desde comienzo de su carrera hacia los primeros planos el actual mandatario escogió para moverse llamativamente ante la opinión pública, el recurso de la «reacción rápida» como lo apropiado para brillar continuamente en titulares, versiones noticiosas y menciones en redes, unas veces con anuncios de supuestas soluciones instantáneas y otras de planes que parecieran expeditos para lograrlas.
Su espectacularidad como animal político (ya lo dijo Aristóteles refiriéndose a los hombres en sentido general) es ya un trecho ganado haciendo de su figura una de las más familiares a tirios y troyanos; aunque el debate sobre sus ejecutorias no termine siéndole favorable al calor de una oposición lanzada a las descalificaciones con claros ribetes hiperbólicos en contra del que saben que será su bien avituallado contrincante.
Puede leer: La reelección, la tentación eterna de políticos RD
Enemigo poderoso
La principal adversidad que va al encuentro del reeleccionismo no proviene de las incesantemente críticas de figuras partidarias montadas también en el tren de los retornos, sino de la terrible miscelánea de consecuencias negativas que sobre el mundo entero arrojan la pandemia (bien manejada por cierto nacionalmente) y la guerra en Ucrania que llevan al fracaso a economías de todos los confines y Rep. Dom. no podía ser la excepción.
No solo porque el pregón de los contestatarios logre con facilidad, aprovechando el amplio menú de las vicisitudes que llegan de fuera, que la presente administración del Estado sea vista como la «única culpable de que nos esté llevando el diablo». Es el precio que se paga por estar en el poder en meses apocalípticos.
Además, porque en amplios sectores sociales desfavorecidos abundan motivos de cierta validez para la protesta aunque los vientos soplen a favor del país y predomina la intransigencia de un pueblo que siempre espera que las autoridades resuelvan los problemas que le aquejan sin derecho a las excusas… y no hay tutía. En eso los dominicanos no se diferencian mucho de los votantes de sociedades más avanzadas y exigentes con sus gobernantes. Por allá las crisis globales también derriban gobiernos.
Ningún político sabichoso local renunciaría a manipular la realidad para la obtención de beneficios en el acarreo hacia unas urnas a las que frecuentemente se llega por una ruta empedrada de demagogia; y si las cosas fueran al revés y el rol opositor correspondiera a los que hoy mandan, la cantinela, en función de la cultura reinante sería también para describir como villanos a quienes ahora están colocados en la trinchera de los desplazados en el 2020.
Le puede interesar: Activismo de Abinader sugiere reeleccionismo
La otra cara
Desde que el prisma de las subjetividad partidaria queda a un lado habría que admitir que el Gobierno recibe mejor valoración desde una diversidad de intereses comunitarios, empresariales y grupales que como sectores tienden a ver la realidad sin que las ambiciones electorales condicionen sus análisis de la situación nacional.
En los liderazgos corporativos de los renglones de turismo, exportación, comercio, zonas francas y hasta del usualmente díscolo ámbito del transporte y los sindicatos de choferes, han estado apareciendo apreciaciones favorables a la gestión pública o al menos se percibe una fluidez de comunicación con quienes rigen el Estado sobre la diversidad de problemas que afectan sus desenvolvimientos y se les pone atención con fanfarria y todo.
Se escuchan surgir opiniones favorables, en contraste con el cuadro ominoso que pintan voces locales del proselitismo adelantado, desde la macroeconomía y el seguimiento a las actividades productivas y finanzas públicas a cargo de organismos internacionales y agencias de calificaciones con ojos muy abiertos sobre la capacidad de endeudamiento y el uso del crédito por República Dominicana.
El Consejo de las Américas, un ente empresarial norteamericano de notable influencia, acaba de colocar a la República Dominicana en una elevada posición como país que combate la corrupción y a su juicio ha avanzado desde el décimo puesto en el 2021 al quinto en este año, una victoria sobre la percepción de impunidad y contra el daño social y económico que causan los enriquecimientos ilícitos vistos incluso como contrarios a las metas de desarrollo en todo país.