Los medios de comunicación y las redes sociales muestran cada vez con mayor frecuencia y crudeza hechos de violencia: atracos, robos con escalamiento, asesinatos, riñas y múltiples formas de agresiones que mantienen alarmada a la población.
Las autoridades, por su parte, se empeñan en demostrar “que los indicadores evidencian una disminución de la delincuencia en sus diversas manifestaciones”.
Atemorizados y preocupados, los ciudadanos viven bajo un bombardeo de informaciones contradictorias e imponiéndose autolimitaciones para disminuir los riesgos, reales o presuntos, que implica la realización de sus actividades sociales.
Salir a la calle provoca estados de ansiedad que afectan la estabilidad emocional y la salud mental de las familias.
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Es en este marco que, tratando de curar la sabana en lugar del enfermo, las autoridades establecen limitaciones de horario a la venta de bebidas alcohólicas. La medida rebela ingenuidad e incapacidad para dar respuestas integrales a un problema multicausal y complejo.
¿Podrán las autoridades restringir el horario para el consumo de drogas? ¿Impactará esta decisión en los factores condicionantes de la violencia social y sus detonantes inmediatos? ¿Podrán “prohibirse” la delincuencia, el porte ilegal de armas, el machismo y la misoginia, la pobreza social, el ludismo asociado al morbo desenfrenado y la promoción del enriquecimiento sin esfuerzo?