Junto a nuestra diáspora, los haitianos constituyen el otro polo que completa la dialéctica que salva nuestra identidad; la cual es fundamentalmente cristiana, y que juntamente con nuestro idioma y tradiciones más que nada europeas, con elementos de otras culturas de Medio Oriente y Asia conforman el conjunto de valores tradicionales, que reforzados por nuestra historia afianzan nuestro espíritu igualitario y libertario, libre de la gran mayoría de los prejuicios que tantos problemas causan en otros países y culturas. Los creyentes cristianos aprendemos tempranamente a dar gracias a Dios por todo. Y puede ser oportuno dar gracias por los haitianos, por la ayuda actual que recibimos de su trabajo día a día en la agricultura, la construcción y otras áreas, poniendo por un momento a un lado, su presencia desordenada, masiva e indocumentada que son en el presente y el futuro causas de importantes trastornos a nuestra economía y sociedad. Desde luego, el mayor favor que nos ha hecho Dios con los haitianos ha sido probablemente el de ayudarnos a definir, valorar y defender nuestra identidad. Ya que, independientemente del trato correcto y bueno que a la mayoría de ellos se les da en nuestro país, ellos son grandes colaboradores nuestros; particularmente los que tienen permiso oficial para permanecer en el país. Lo del tráfico irresponsable y la inmigración fuera de orden y control es otra cosa, aquí y en cualquier país del mundo.
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Pero si algo que debemos tener claro es que gracias a los haitianos sabemos que el problema no es racial, sino cultural y territorial; y eso lo saben todos los dominicanos de piel oscura; porque la discriminación social es un fenómeno universal cuasi instintivo, y se basa en la piel o en cualquier otra característica que diferencia a un grupo de otro y a los poderosos de los más pobres.
Pero debemos mantener el orden migratorio y lograr la mejor relación posible con Haití y los haitianos. Ellos allá con su creole, sus religiosidades y supersticiones, y nosotros acá con nuestro español deficiente y nuestras prácticas cristianas que tanto dejan qué desear.
Gracias a Pedro Santana, a Trujillo, un poco a Balaguer y otros gobernantes se ha puesto atención al problema fronterizo.
Pero es importante recordar que nosotros renunciamos a ser españoles porque España nos vendió y nos abandonó innúmeras veces, pero tampoco y mucho menos quisimos ser haitianos, ya que su lengua y su cultura nos fueron extrañas siempre.
Pero, además, nuestra conciencia de la necesidad de ser independientes fue una decisión obligada por las invasiones haitianas, pero también, antes y después, las de los ingleses, holandeses, franceses, y estadounidenses. Pero fundamentalmente, nunca aceptamos ser nuevamente oprimidos y hechos ciudadanos de segunda o de tercera. Y eso forzó el surgimiento de identidad y sentido indómito de soberanía territorial y cultural.
Los haitianos también nos enseñaron, de maneras diversas, que no es lo mismo ser negros y mulatos dominicanos que haitianos.
Y que hay mucha ventaja en ser de los nuestros. (Continuará).