Los esfuerzos de Juan Pablo Duarte, de motivar a sus compatriotas a luchar por la separación de Haití tomó un tiempo precioso que se vio ayudado por el entusiasmo de una juventud que estaba ahogada en sus anhelos de libertad y esperaba la ayuda con las motivaciones del patricio.
Desde ese año de 1838, hasta el glorioso febrero de 1844, fueron años de intensa preparación con reuniones en casi todo el país para captar adeptos que algunos creían no poder deshacerse de una nación tribal que sojuzgaba férreamente una colonia hispana. Era muy distinta a la afroamericana que había sido formada en occidente bajo las directrices del coloniaje que predicaban los franceses.
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Los trabajos organizativos fueron intensos, y en ese proceso, los separatistas lograron captar el apoyo entre otros de los hermanos Santana que eran los caudillos en el Seibo. Las añejas piedras de la casi en ruinas de la ciudad de Santo Domingo fueron testigos del sigiloso ir y el venir de los patriotas.
En 1844 existía y se vivía en toda la colonia española un ambiente de euforia para liberarse del yugo haitiano. Los separatistas vieron la oportunidad de acelerar su conspiración y más que en Haití ya Boyer había sido derrocado después de mas de 20 años de férrea dictadura. En febrero, las condiciones estaban dadas para proceder a la separación y en la puerta de la Misericordia un grupo de los nuevos dominicanos se presentaron al filo de media noche y con un trabucazo de Ramon Matías Mella se anunció a la dormida ciudad que los dominicanos iban convertirse en nación independiente de quienes habían sido sus amos por más de 22 años.
Los haitianos al día siguiente, al darse cuenta de la férrea oposición dominicana, accedieron a entregar la plaza y las armas con garantía para retornar a su país. Fueron embarcados y los recién liberados se organizaron para enfrentar a la iracunda nación haitiana que pretendía revertir esa decisión de los dominicanos. Y en tal propósito comenzaron a alistarse y preparar su ejército para invadir el territorio oriental de la isla y deshacer los propósitos de los dominicanos de mantener su libertad.
Los haitianos con nuevo presidente Herald invadieron por el sur, por la zona de Neiba, ya para el 19 de marzo, con menos de tres semanas del 27 de febrero, estaban en la plena de Azua para enfrentar al improvisado ejército dominicano donde solo se acumulaba el heroísmo de un grupo de hombres procurando un territorio libre.
Mientras por el norte, las divisiones haitianas al mando de Pierrot siguieron el curso del río Yaque del Norte hasta llegar a Santiago donde estaban apostadas las fuerzas dominicanas que en apretada formación y escasamente armadas con escasas piezas de artillería hicieron frente a un poderoso ejército mejor armado y sediento de venganza. La batalla del 30 de marzo fue un ejemplo del valor dominicano que sin un verdadero entrenamiento militar enfrentaba a sus opuestas y aguerridas tropas, que desde occidente, venían arrollando todo lo que encontraron a su paso desde Dajabón.
Desde esa batalla del 30 de marzo se consagró el valor del dominicano que, con improvisadas armas, pero con un valor digno los griegos en las Termópilas, aplastaron un poderoso ejército que en su sed de venganza se vio humillado por la derrota y en rápida retirada se devolvió hasta cruzar de nuevo el río Masacre para retornar a su país.