Una parte buena de que exista Mario Vargas Llosa es que los libros de crítica y ensayo literario tengan relevancia. La mirada quieta (Alfaguara), el libro que el Nobel peruano ha dedicado a Benito Pérez Galdós, se ha presentado en Madrid con la relevancia de las novelas best seller.
La mirada quieta, encima, no es una obra hagiográfica ni complaciente. Es compleja, integra lo bueno y lo imperfecto del autor de Misericordia, su modernidad y su anacronismo. Vargas Llosa, que cuenta ya con ocho libros de ensayo sobre literatura (desde Tirant lo Blanch hasta García Márquez y Borges) parte de una tesis: que don Benito, en realidad, no fue un escritor de vanguardia. Que ignoró o no tuvo interés por la narración omnisciente, el gran invento novelístico de su época y que, por tanto, debe ser leído como se lee El Quijote, más que como se lee Madame Bovary.
«Se ha hablado de la influencia de Zola y la de Flaubert. En el caso de Flaubert, lo veo con escepticismo porque en Pérez Galdós hay ceguera respecto a la gran contribución de Flaubert a la técnica novelística. Flaubert inventó el narrador invisible al que comparaba con Dios que estaba en todas partes pero que no se dejaba ver. Pérez Galdós no entendió eso o no lo practicó nunca. Su narrador es él mismo, Benito Pérez Galdós, que se presentaba como personaje aunque no explicaba cómo había llegado allí. Se presentaba y luego se olvidaba a sí mismo. La influencia de Flaubert si la hubo alguna fue escasa», dijo Vargas Llosa, reconocido flaubertiano, en la presentación del libro.
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«¿Fue un gran escritor? Creo que lo fue. Fue irregular. No corregía o corregía algo pero, desde luego, no como el mismo Flaubert, que rehacía cada frase una vez tras otra para escuchar cómo sonaba. No. Él tenía una idea, así y cómo salía, él se quedaba contento. Por eso tiene obras desiguales: algunas son obras maestras y otras bastantes imperfectas. Pero cuando acertaba era muy notable», explicó Vargas Llosa.
Y en esas grietas está lo más interesante de su acercamiento al novelista grancanario: «Galdós no era considerado un gran escritor por sus contemporáneos. Se le criticaba, se le acusaba de ser un escritor vulgar, sin refinamiento. Pero esa vulgaridad nos es muy atractiva hoy en día. Era un escritor entretenido, que llegaba a un gran público. Desde luego que no estaba entre los escritores estilistas, refinados, cuidadosos».
Vargas Llosa compara La Regenta, de Clarín, con Fortunata y Jacinta, las dos grandes novelas españolas de su tiempo. Y admite que Clarín fue un autor más moderno, más sofisticado, pero no cree que eso vaya en contra de Fortunata y Jacinta. «Fortunata es una gran novela, acaso la más importante del XIX». Su virtud está en algo instintivo, en una manera verdadera de acercarse a las clases medias su tiempo, de recoger la alegría de vivir de los españoles, de hilar una continuidad narrativa que permitía que lectores con niveles de cultura muy diversa disfrutaran de aquella historia.
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¿Clases medias, hemos dicho? «Pérez Galdós no tenía una imaginación perversa, estaba más allá de su capacidad imaginar monstruos. Su mundo es el de los personajes de clase media, aunque haya también nobles y pobres. Está más cómodo con esa gente que está más o menos conforme con su suerte, que actúa como se espera de ellos y no se aparta de las expectativas. Al contrario, los que aspiran a algo más, se arruinan y no tienen su benevolencia de narrador. Los fracasados de las novelas de Pérez Galdós están vistos con conmiseración. En cambio, quienes viven de acuerdo a su estatus, en la conformidad social, son los personajes que, de alguna manera, gozan de la vida. Fortunata representaba a esa nueva clase media que venía desde la clase obrera y que actuaba con generosidad y que no veía heroísmo en sus gestos».
De modo que Pérez Galdós, al que a menudo hemos visto como a un escritor un poco tremendista, un personaje transgresor, un comecuras, es en la óptica de Vargas Llosa un hombre más o menos… de centro. «Él estaba muy en desacuerdo con la intervención de la Iglesia en la vida privada. Pensaba que debía mantener una distancia sobre la subjetividad de los ciudadanos, pero esa era su crítica a la Iglesia, no iba mucho más allá. Y, en los Episodios Nacionales hay un esfuerzo que debe ser reconocido por mantener la objetividad histórica, incluso aunque eso fuese contra sus convicciones».
¿A alguien le ha picado la curiosidad? ¿Por dónde empezar con Galdós? Vargas Llosa dio algunas pistas, sus momentos preferidos en la obra de su colega. La muerte de Prim y el nacimiento de las guerrillas, narradas en los Episodios Nacionales. Misericordia, la novela sobre el Madrid pobre y vitalista. Y Fortunata, claro.
(Fuente: periódico español El Mundo)