Al jurista cubano Andry Matilla Correa debemos el descubrimiento de José María Morilla, autor del Breve Tratado de Derecho Administrativo español general del Reino, y especial de la isla de Cuba (1847), como administrativista singular latinoamericano, tal como revela y explica en su magnífica obra Los primeros pasos de la ciencia del Derecho Administrativo en Cuba (Madrid: Universidad Carlos III, 2011).
Al letrado Olivo Rodríguez Huertas debemos la presentación en sociedad dominicana de un administrativista que, pese a haber nacido y vivido en Santo Domingo, ha sido soslayado por la doctrina clásica administrativista dominicana (Troncoso de la Concha, Amiama) y apenas mencionado por Vetilio Alfau Durán en 1956 como el autor del “primer texto de derecho administrativo publicado en las Antillas, y probablemente en la América Latina” y coautor, junto con Tomás Bobadilla, de “la primera traducción del Código Napoleón, o sea el Código Civil francés, que se publicó en el país” (Olivo Rodríguez Huertas, “Morilla, el primer administrativista de América”, Listín Diario, 27 de abril de 2021).
Gracias al impulso de Olivo y a la acogida del historiador Roberto Cassá, director del Archivo General de la Nación, hoy contamos con una bella edición facsimilar del Breve Tratado de Morilla, con excelente presentación y profundo estudio preliminar a cargo del primero y de Matilla Correa (Santo Domingo: Archivo General de la Nación, diciembre de 2020).
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Esta obra, como bien explica el referido estudio, es, al mismo tiempo, “la piedra fundacional de la bibliográfica cubana sobre Derecho Administrativo”, “la cuarta sistematización u obra general de Derecho Administrativo” español y la “primera obra general de Derecho Administrativo en América Latina”, por lo que podemos referirnos perfectamente a Morilla como el primer administrativista iberoamericano.
Ojalá la publicación del Breve Tratado de Morilla mueva el interés de conocer y publicar de nuevo su obra no solo jurídica, sino también histórica. El autor, nacido en 1803 en nuestro país, aunque emigró muy joven a Cuba, previamente hubo de graduarse Bachiller en la Universidad Santo Tomás de Aquino en 1821; escribió sobre la Independencia Efímera unas notas que fueron publicadas por Del Monte y Tejada en su Historia de Santo Domingo; fue designado oidor de la Real Audiencia reinstaurada en 1861 en Santo Domingo; y mantuvo siempre su atención sobre los asuntos dominicanos, al extremo de que escribió unos doce capítulos completos de unos extensos Apuntes y observaciones histórico-políticos sobre la isla de Santo Domingo, así como un gran número de biografías, algunas de las cuales fueron publicadas en 1946, con prefacio de Max Henríquez Ureña (Siete Biografías Dominicanas, Ciudad Trujillo: Academia Dominicana de la Historia).
Conozcamos la gran obra de Morilla, destacado miembro de las generaciones de intelectuales dominicanos que, durante medio siglo de terribles convulsiones en nuestra isla (1795-1844), como bien recuerda Pedro Henríquez Ureña, emigraron masivamente, “principalmente a Cuba, adonde los dominicanos llevaron la cultura entonces superior de Santo Domingo”, siendo, en palabras del escritor cubano Manuel de la Cruz, “verdaderos civilizadores”, al igual que miles de latinoamericanos que tras revoluciones, golpes de estado y dictaduras han emigrado dentro de nuestra América, y como esperamos no tener que serlos de nuevo si, Dios nos libre de mal, negros nubarrones autoritarios volviesen a asentarse sobre nuestra media isla, obligándonos a cambiar de camarote en el Titanic.