Educar antes que instruir.
La escuela es mucho más que asignaturas, calificaciones y evaluaciones. Esta concepción tomó fuerzas a finales de los años 90´s cuando un grupo de psicólogos liderado por Martin Seligman- se dedicaron a investigar e intentar explicar todo lo relacionado a la felicidad, el bienestar y el desarrollo del carácter de las personas.
Algo bastante disruptivo si pensamos que en la primera mitad del siglo XX todos los estudios psicológicos estaban orientados hacia el análisis conductual desde la mirada patológica.
Sin embargo, este grupo de expertos quería saber algo bastante particular ¿porque unas personas son más felices, saludables, creativas y productivas que otras?
¿O porque muchas de ellas pueden, a pesar del medio o las circunstancias, anteponerse ante sucesos negativos y afrontarlos con una peculiar actitud positiva?
Uno de sus resultados y la bandera de esta nueva vertiente psicológica fue que: se puede aprender a ser feliz; que podemos desarrollar y fortalecer nuestra capacidad de maximizar y priorizar las emociones positivas en pro de nuestra salud física, emocional y social.
“Poner en práctica una fortaleza provoca emociones positivas auténticas” (Seligman, 2005) y actúan como barreras contra la enfermedad, entre estas se encuentran el optimismo, las habilidades interpersonales, la fe, el trabajo ético, la esperanza, la honestidad, la perseverancia y la capacidad para fluir, entre otras” (Seligman& Christopher, 2000).
Estos estudios y afirmaciones sin duda resultaron sumamente interesantes para muchas otras disciplinas y dieron paso a lo que hoy llamamos educación positiva que toma los lineamientos y principios de la psicología positiva, los aplica en el ámbito educativo y que como base plantea que el propósito de la educación no es puramente intelectual, sino que integra con igual relevancia la necesidad del desarrollo saludable del carácter de niños y niñas y su bienestar integral.
La mitad de los trastornos de salud mental comienzan a la edad de 14 años y estos casos mínimamente se detectan y se tratan correctamente.
Para el año 2030 la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo. Los más afectados por los trastornos derivados de una mala atención en el correcto equilibrio de la salud mental serán los adolescentes y los jóvenes.
Antes de la pandemia COVID-19 “uno de cada cinco jóvenes experimentó un problema de salud mental en el año 2018” una cifra ya de por sí alarmante y sin considerar que aún se estudia como este número creció ante la sensación y sentimientos de perdida que representó la pandemia y todas las medidas de resguardo que fueron y siguen siendo indistintamente planteadas por los gobiernos y las familias de manera particular. De todas maneras, nos atrevemos a afirmar que los últimos dos años han sido sin duda bastante tristes para nuestros niños.
Desarrollar una educación alegre -no es una tarea abstracta. El complejo escenario actual la vuelve relevante, necesaria y es un camino arduo de recorrer, pero no imposible; implica poner al centro a los niños, niñas y adolescentes es el primer paso. Entender que es en esta etapa donde ellos y ellas aprenden y desarrollan habilidades socio afectivas que le prepararan para ser un adulto resiliente, mentalmente sano, creativos, con habilidades blandas suficientes para desarrollarse en un mundo competitivo capaz de celebrar de manera comedida el éxito y afrontar los fracasos con humildad. En definitiva, un adulto sano, física y emocionalmente.
Debemos valorar la necesidad e importancia de generar ambientes alegres y positivos en los procesos y espacios de enseñanza , esto fortalecerá la comunidad educativa convirtiéndola en un espacio diferenciado de integración, acogida y desarrollo individual-colectivo; integramos espacios formadores de individuos, de comunidad. Somos la pequeña célula que compone la nación que queremos hoy y mañana.