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Guardianes de la verdad Opinión
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Con espíritu siciliano, entrelazan la opinión publicada con esacapacidad de circulación en las redes con el poder de colocar contra las cuerdas al ejército de timoratos. Bajo el ardid de esquivar “ruidos” en la gestión pública, desempeño empresarial, éxito deportivo y cualquier resquicio del triunfo ciudadano, levantan las faldas mercuriales seleccionando sus víctimas ante el paredón de la chismografía cotidiana.

Resulta degradante para los profesionales de la comunicación, preparados y de formación, la histórica tendencia a generalizarlos con el resto. Y ahora con el poder de un clic, analfabetos al cubo pretenden categorizarse como “colegas” ante la democratización del acceso brindado por el internet. Poseen seguidores, aman los likes y la nueva modalidad de ataque es impulsada por papeletas entregadas al circuito de la extorsión.

Lamentablemente, el primero que se hizo débil abrió las compuertas al modus operandi de los que se estacionaron a buscársela y siempre encontraron el tonto del momento. Por eso, allanan el camino de la privacidad sexual, inventan investigaciones bajo la Ley de Libre Acceso, orquestan de manera coordinada encuentros para “prevenirte” de campañas difamatorias, suben fotos con damas y todo se disuelve al caer en la trampa de comprar su silencio.

Y no puede ser así. No acepten semejante ruindad, piérdanle miedo al ruido, utilicen las herramientas legales y procedan por ante los tribunales, ganándole la batalla a una absurda modalidad de chantaje. Eso sí, actúen sin entrar en reyertas en el océano de sus indecencias porque su ducha está alimentada de un lodo, y descender al fango no es propio de personas inteligentes.

Aquí, de una vez y para siempre, debemos detener la degradación sin recurrir a métodos primitivos: los “oficiantes” de las perversas artes no poseen jerarquía moral y su amparo consiste en activar las fibras humanas reservadas a la peor calaña.

Allá, en el corazón de la gente decente existe un deseo de sanción. Por eso, la cuenta bancaria que sirvió de receptora al vendaval de chantajes será pieza clave en la jurisdicción de juicio, aderezada por el accionar del avispado chofer que, cuando entregó el dinero, tuvo la habilidad de grabar la entrega. Y será un martillazo en la conciencia de los que, deleitándose en la chismografía rastrera, cayeron en la trampa de alimentar y hacerles creer que todos somos iguales. Como en la canción de Rafael Ithier: ¡No quiero llanto!

Sobre el autor
Guido Gómez Mazara

Guido Gómez Mazara

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