Navidad
Mi retablo de Navidad y el Niño Dios

Navidad
Así se tituló la reflexión que en víspera de la Navidad de 1925 escribe la mesa de redacción de la revista Fémina; hoy —a cien años de su publicación— se convierte en una hermosa relectura de época, testimonio vivo del sentir espiritual de las pioneras que guiaron la obtención de la ciudadanía.
Descifrando el enigma del portal de Belén, en este escrito de Pascua imaginan que si Dios fuese niño una vez al año, entonces —y aquí son enfáticas— “la prudencia divina daría paso a un Dios sencillo y candoroso, cuya omnipotencia obraría de inmediato en ejecución de su bondad”.
El regalo que ansiaban, poder ejercer a plenitud derechos civiles y políticos, lo daría ese Niño Dios en el cielo… “Niño de verdad, como lo representa la figura (del pesebre). Un celeste niño gobierna el mundo; escucha mis plegarias, distribuye mercedes y castigos”.
Aquel Dios-niño imaginado era un Ser reconciliador con la vida, que invita a la calma, al recogimiento, a soñar con un mundo mejor. Era él quien avisaba de este tiempo: “¡Oh, cuán bella cosa sería que Dios fuese niño una vez al año y anunciase las campanas de Navidad…!”, escriben.
Un niño —anhelaban las pioneras en esta plegaria—, sencillo y candoroso, cuya bondad se ejecuta de inmediato. Pues bien, escriben que en los afanes cotidianos “el Dios sabio y político” era prudente y, en su tiempo dado a partir de inescrutables razones, algunos “milagros reparadores” se pedían en vano. Pero el Dios-niño haría que el mayor mal tuviera un plazo breve y podría sobrellevarse sin penas.
Esperaban que ese Niño del Pesebre, que dormía en tranquilidad, fuese grande, y de su sueño lleva la reconciliación y paz. Para no despertarlo, solicitaron a sus lectoras “no hacer ruido de discordia, ni de vanidad, ni de feria… Respetemos el sueño del Dios-niño que duerme”.
Que esta Navidad, como aquella de 1925 en la que las pioneras de Fémina imaginaron un Dios-niño reconciliador, nos encuentre también en silencio y recogimiento, pero sobre todo en la certeza de que la esperanza se traduce en acción: porque sus plegarias de entonces se convirtieron en conquistas como el derecho al voto y la ciudadanía, y hoy nosotras —herederas de su luz— seguimos trabajando por la igualdad, justicia y dignidad, hasta que todas las mujeres vivamos libres de discriminación y violencia.