Se hunde mi pluma en el tintero y luego intento describir extensamente todas las cosas bellas que nos ofrece la madre naturaleza, pero ni el corazón, ni el cerebro permiten engañar la atención. Estos nobles órganos llevan millones de años entrenándose para detectar, analizar, calificar, clasificar y valorar todo cuanto tiene que ver con la supervivencia de la especie. Somos animales con ética que a son de computación distinguimos en nanosegundos lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo falso de lo verdadero, en fin, lo humano de lo inhumano.
Motivos de sobra tenemos para preocuparnos por el cambio climático y la consecuente crisis medioambiental. Múltiples razones podemos esgrimir para justificar el miedo que nos causan las pandemias que han llegado para quedarse entre nosotros. La inseguridad ciudadana es tema de actualidad en latitud continental, regional, nacional, barrial y hogareña. Todo lo mencionado anteriormente luce minúsculo cuando lo comparamos con el tema que domina mi pensamiento conduciéndome a una angustiosa catarsis moral.
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Quien calla otorga reza un mandato humanitario. Amarás a tu prójimo como a ti mismo ordena la ley cristiana. Si nací y me he criado en un ambiente occidental, en el que Jesucristo simboliza la figura ideal a imitar, entonces no debo pretender ignorar graves hechos actuales que sacuden la conciencia de todo hombre y mujer de bien. El amor fraternal, el respeto mutuo, la solidaridad, la compasión y el principio de no causar daño intencional a nadie bajo cualquiera de las circunstancias en que nos veamos debían ser los controles de la brújula que nos guíe a todos.
En el plano local desayunamos, almorzamos y cenamos con tragedias servidas como primicias en las redes sociales, periódicos digitales, televisión, radio y prensa en general. Mete miedo y horripila las decenas de miles de víctimas mortales de los conflictos bélicos del Oriente Medio. En el continente africano la lucha armada se ha convertido en el pan nuestro de cada día. La guerra entre Rusia y Ucrania contabiliza en siete dígitos las victimas mortales. Se multiplica el número de heridos y hogares destruidos como resultado de una contienda que amenaza con extenderse más allá de las fronteras de ambas naciones. Europa parece haber aprendido poco de la historia, a pesar de ser el terreno donde se iniciaron las dos últimas guerras mundiales con un saldo de decenas de millones de muertos y de cuantiosas pérdidas materiales. Alguno que otro cree que ya estamos sumergidos en una tercera guerra mundial y teme se desate una hecatombe nuclear en la que al final no habrá vencedores. Todos habremos perdido, gran parte del reino animal y vegetal se habrá hecho cenizas. Se está haciendo tarde, aún estamos a tiempo de salvarnos de esta locura colectiva. La pasividad y el silencio son cómplices de este suicidio planetario.
Prefiero sonar la alarma cuando surge la chispa que esperar a que el fuego consuma la casa del vecino y ya nadie pueda socorrernos porque todos hemos corrido igual suerte.
¡Paz en el mundo terrenal de todos y de todas! ¡No a la guerra fratricida que nos arropa y consume!