Que quieran anidar en nuestras ramas

Que quieran anidar en nuestras ramas

Era el verano de 1969 y yo gateaba en francés en la Escuela Internacional de Lenguas de Besançon, Francia. Allí leí, la primera vez de muchas, “El Pájaro” (l’oiseau), un poema de Jacques Prévert (1900 – 1977). El poeta genial nos sitúa en un bosque donde hemos colocado nuestro dibujo de una jaula. Si luego de larga espera, llega el pájaro, se borran los barrotes de la jaula, se pintan árboles y flores. Entonces, si el pájaro canta, podemos firmar el cuadro. ¡El pajarito recién llegado es el evaluador artístico de nuestro cuadro!

En las parábolas de Jesús, nos sale al encuentro la actitud de un hombre divinamente cabal que miró la vida con provocadora originalidad. Jesús compara el Reino a una semillita de mostaza, la más pequeña de las simientes, pero luego de brotar, se hace mayor que las demás hortalizas, “y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas” (Marcos 4, 26 – 34).

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Como en el poema de Prévert, la evaluación más positiva de una Iglesia, signo visible del Reino, es que la gente, especialmente los jóvenes, puedan venir y anidar en ella. Anidar es fabricar, con lo que uno es, tiene y ha podido recoger, una casa pequeña para el futuro. ¿Son así de acogedoras las ramas de la Iglesia que los jóvenes puedan cobijarse y anidar en ellas?

No sabemos mediante qué mecanismos un pájaro escoja el árbol para anidar. El campesino que fuera Jesús de Nazaret señala la importancia del tamaño de las ramas: deben ser grandes.

En la Iglesia, necesitamos recordar, que la semilla del reino germina y crece sin que sepamos cómo. Nos aprovechará el no desanimarnos con los comienzos pequeños. Y hemos de cuidar que nuestras ramas sean acogedoramente espaciosas para que aniden en ellas nuestros queridos evaluadores.

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