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Vladimir Shklyarov, talentoso bailarín del Teatro Mariinsky, murió tras caer desde su balcón en San Petersburgo (Instagram/vladimir_shklyarov)
- El accidente que cobró la vida del talentoso bailarín ha reavivado el debate sobre los fallecimientos dudosos de críticos del gobierno ruso.
La muerte de una estrella del ballet ruso por un accidente en el que cayó desde el quinto piso por el balcón se sumó el fin de semana a la lista de opositores al régimen de Vladimir Putin que perdieron la vida en circunstancias extrañas. Aunque fue anunciado como un accidente doméstico, el suceso contiene los matices típicos del patrón de muerte de los más abiertos disidentes del Kremlin.
De acuerdo con los reportes oficiales, Vladimir Shklyarov, uno de los bailarines de ballet más destacados de Rusia, perdió la vida el pasado sábado a los 39 años tras caer desde el quinto piso de un edificio en San Petersburgo. Shklyarov no solo era reconocido por su talento y pertenecer al destacado Teatro Mariinsky de San Petersburgo, sino por su abierta oposición al régimen de Putin y a la invasión a Ucrania en 2022, expuesta en una publicación de la red social Instagram que posteriormente fue eliminada.
“Estoy en contra de cualquier guerra… ¡No quiero guerras ni fronteras!”, escribió. Aunque su postura fue más moderada que la de otros artistas como Olga Smirnova, quien abandonó Rusia en protesta, su mensaje fue significativo en un contexto de creciente represión.
Shklyarov falleció tras caer desde el balcón de su vivienda el pasado sábado, un espacio estrecho desde donde salió “para fumar y tomar aire”, según la bailarina Irina Baranovskaya, quien calificó el incidente como “un accidente estúpido e insoportable”. Las autoridades han iniciado una investigación, aunque hasta el momento no se han vinculado motivos políticos al hecho.
En el momento de su muerte, Shklyarov enfrentaba problemas de salud. Tomaba analgésicos por una lesión en la espalda y tenía programada una cirugía de columna para el lunes siguiente.
Nacido en Leningrado, actual San Petersburgo, el 9 de febrero de 1985, Shklyarov inició su formación en la prestigiosa Academia de Ballet Ruso Vaganova, escuela asociada al renombrado Teatro Mariinsky, al que se unió en 2003. Con apenas 26 años, alcanzó el rango de bailarín principal, consolidándose como una de las estrellas más brillantes del ballet clásico.
Durante sus 20 años de carrera, Shklyarov acumuló numerosos premios, incluyendo el Vaganova-Prix en 2002, el Premio Internacional Leonid Massine en 2008 y el BALLET2000 en 2016. En 2020, fue reconocido como Artista Honorable de Rusia, un título que subraya su impacto en el mundo de la danza.
Su repertorio incluyó roles icónicos como el Príncipe Sigfrido en El lago de los cisnes, Basilio en Don Quijote, y el Príncipe Deseado en La bella durmiente. También fue celebrado por sus interpretaciones en producciones contemporáneas como Alicia en el país de las maravillas, de Christopher Wheeldon.
A nivel internacional, Shklyarov brilló como artista invitado en teatros de renombre, incluyendo el Metropolitan Opera de Nueva York, el Royal Opera House de Londres y el Royal Ballet. En 2017, reemplazó a Sergei Polunin en Marguerite y Armand del coreógrafo Frederick Ashton, reafirmando su versatilidad y prestigio global.
El funeral de Vladimir Shklyarov se llevará a cabo el jueves en el Teatro Mariinsky, acompañado de un servicio religioso y su entierro en San Petersburgo. Su pérdida deja un vacío no solo en el escenario del ballet mundial, sino también en el debate sobre la relación entre el arte, la política y la libertad de expresión en Rusia.
Compañeros y admiradores rindieron homenaje al bailarín. La bailarina Diana Vishneva, su compañera en el Mariinsky, expresó: “Esta tragedia solo trae lágrimas y tristeza… Mi hermoso Romeo, mi valiente Príncipe”.
Por su parte, el American Ballet Theatre, donde Shklyarov trabajó como invitado, lo recordó como “un artista extraordinario cuya gracia y pasión inspiraron al público de todo el mundo”.
Un patrón de muertes accidentales y sospechosas
Desde que Putin asumió el poder en el año 2000, una larga lista de opositores, periodistas, empresarios y ex espías han muerto en condiciones inquietantes. Las circunstancias de sus decesos, marcadas por venenos exóticos, disparos, caídas y aparentes accidentes, comparten un denominador común: una previa confrontación con el Kremlin.
Uno de los casos más recientes es el del activista Alexei Navalny, quien murió en febrero de este año en una cárcel de máxima seguridad rusa.
Navalny cumplía una condena de 19 años de prisión por cargos de “extremismo” en una colonia penal del Ártico. Su muerte por envenenamiento el 16 de febrero, a los 47 años, provocó una condena generalizada, y muchos culparon a Putin.
Boris Nemtsov, uno de los primeros en denunciar la erosión de libertades desde el arribo al poder en Rusia de Putin, fue asesinado a tiros en 2015, un día antes de liderar una marcha contra la participación rusa en Ucrania. Alexander Litvinenko, ex miembro del FSB, murió envenenado con polonio radiactivo en 2006 tras acusar al Kremlin de crímenes de Estado. Años después, en 2018, el ex espía Serguei Skripal y su hija sobrevivieron a un intento de asesinato con agente nervioso en Inglaterra, un ataque que Londres atribuyó directamente a Moscú.
La prensa crítica tampoco ha escapado a este patrón letal. Anna Politkovskaya, destacada por denunciar los abusos del Ejército ruso en Chechenia, fue asesinada a tiros en 2006 frente a su hogar en Moscú. Tres años después, su colega Natalia Estemirova apareció muerta en un bosque cercano a su casa. Otros nombres como Yuri Shchekochikhin, Anastasia Baburova y Stanislav Markelov se suman a la lista de comunicadores que pagaron con su vida por desafiar al poder
En el mundo empresarial, la suerte no ha sido distinta. Boris Berezovsky, uno de los primeros oligarcas en enfrentarse a Putin, fue hallado muerto en 2013 en su casa en Reino Unido, inicialmente clasificado como suicidio. Años después, la autopsia de Nikolai Glushkov, otro crítico del Kremlin, reveló signos de estrangulamiento tras un supuesto suicidio.
La muerte de Yevgeny Prigozhin, en agosto de 2023, dejó en claro que ni los más cercanos colaboradores de Putin pueden estar seguros una vez que se deciden abandonar la causa.
El avión privado en el que se trasladaba el jefe mercenario y ex aliado de Vladimir Putin se estrelló en la región de Tver de Moscú, matando a las diez personas a bordo, dijeron el miércoles los servicios de emergencia rusos.
El jefe del Grupo Wagner, una corporación militar privada al servicio del Kremlin, se había enfrentado a Putin y al ministro de Defensa Sergei Shoigu por cómo se estaba desarrollando la invasión a Ucrania, de la que formó parte. Desde entonces, su paradero había sido motivo constante de especulaciones, hasta que finalmente murió.
En 2022, el director de la petrolera Lukoil, Ravil Maganov, cayó desde una ventana del Hospital Clínico Central de Moscú. Casos como el de Ivan Pechorin, quien supuestamente cayó por la borda de un yate, y varios ejecutivos de Gazprom y Gazprombank, sugieren que el peligro no distingue rangos en el círculo de influencia de Putin.
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