Uno de las cosas que más valora un dominicano es “su libertad”. Aunque no se trata propiamente de un “valor”, porque el concepto de valor está vinculado a fines, metas, ideales. Desear un plátano, codiciar a una mujer, librarse de una opresión son básicamente necesidades instintivas. Pero el “deseo de orinar” no es lo mismo que “el deseo de ir al baño a orinar”. Ir “al baño” es una necesidad que pasa por un aprendizaje. Hay quienes esperan llegar al parador, y quienes de inmediato se paran a mear en la orilla del pavimento (lo cual es cada vez más frecuente en nuestras carreteras).
Cada día somos más libres, tanto en nuestras formas de vestir, y aún más en las de expresarnos.
Esto, reaccionando a mi visible molestia con uno que iba en su vehículo al lado nuestro en un tapón, llevaba la radio a todo dar, mi amigo Eleno, el electricista del barrio, me explicó que cada cual puede “hacer lo que quiera con lo suyo”; que un tal Benito Juárez había dicho que “el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Lo cual no le parece tan claro a los vecinos que sufren las estruendosas percusiones de los colmadones, quienes no conocen a Juárez, pero temen a los traficantes del sitio, y a la delación de los propios policías de los vecinos quejosos.
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Esta forma vernácula de ejercer “su libertad” se complica cuando cualquier individuo, desde su Watsap o un mini “studio de tele”, en su propia guarida, dice o exhibe lo que le viene en gana; solo porque le parece interesante o divertido; para eso son su derecho y su libertad.
Mucho más preocupante es el comportamiento de gentes cercanas a partidos; acaso experimentados en comunicación, o que viven de eso. Ejercen “sus derechos ciudadanos” difundiendo cualquier especie sobre el tema que sea, independientemente de si lo que difunden causa desasosiego o inestabilidad social o política. Lo que les importa es ganar audiencia, influencia en su grupo político, o quien pague por sus servicios.
Debemos procurar otras formas de ejercer el derecho individual o de agrupaciones; tratando de preservar el orden público, la estabilidad, la decencia y el bien común.
Hay países donde la oposición política ha ejercido con gran sentido de compromiso con el orden y los intereses nacionales. Habiendo entendido que ser de otro partido o grupo de interés no los hace enemigos del bienestar colectivo (lo cual no es fácil en países en donde los partidos cuentan con delincuentes de oficio entre sus asociados).
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La libertad no tiene que ser contraria al orden, ni siquiera en las burocracias y las administraciones más impopulares y corruptas. Aunque haya ocasiones en que una burocracia alienante sea contraria a la racionalidad del Estado y bienestar colectivo.
Tal vez el mayor desafío de gobierno y sociedad sea cómo domesticar este absurdo concepto de libertad nuestro; aprendiendo a servirla y a servirnos, preservando los valores que nos vienen quedando, en cuanto a familia, democracia, paisaje y medio ambiente.