El Papa Francisco ha tronado pidiéndole a los confesores que no hagan de psiquiatra.” “Solo debéis pensar en perdonar” repitió varias veces a los confesores en el XXXIII curso sobre el foro interno para la penitenciaria apostólica.
Ante un mundo muy enfermo, de tantos conflictos, de infelicidad e insatisfacciones existenciales, las personas sienten la necesidad de ser escuchados, de expresar sus culpas, angustias, temores, enojos, desesperanza y frustraciones de todo tipo.
Ante la demanda de salud mental: depresión, ideas suicidas, problemas de adicciones, ataques de pánico y estrés postraumáticos, las religiones reciben a diario miles de personas buscando refugio, para sentir compañía, aliviar sus problemas, vaciar la mochila emocional de tantos sufrimientos acumulados por años.
El Papa conocedor de todo esto, ha pedido y ha ordenado a los confesores que: “nunca conversen con el diablo” “ni comiencen a jugar al psiquiatra o al psicoanalista” para luego arrematar, “el confesionario no es una lavandería, la vergüenza del pecado es necesaria.” “Es un mundo que tiene mucho semillero de odio y venganza” solicitándole a los confesores multiplicarlo por “semillero de misericordia».
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El impacto de la pandemia del Covid- 19, las desigualdades sociales, la falta de cohesión, la pérdida de valores, la ruptura de familia y parejas, han reproducido la vulnerabilidad, en millones de personas. Las religiones y los espacios espirituales se han convertido en una “ventana de salvación” donde las personas buscan el perdón, la cura y el arrepentimiento.
Sin embargo, los psiquiatras estamos preocupados, debido a que algunas religiones, no conocen las enfermedades mentales y, mucho menos, aceptan las medicaciones de las personas con una condición mental. Esa ignorancia por la ciencia les lleva a “sacar demonios”, “practicar transe” “montaderas” “oraciones colectivas” o dar consejos y dirigirle la vida a las personas con su proyecto de vida, sus enfermedades, pareja y trabajos.
Una religión mal llevada, con fanatismo, control y manipulación emocional y psicológica, por alguien que maneja los símbolos de Dios o de las creencias religiosas se convierten en un peligro para las personas.
La espiritualidad es parte integral de la salud mental, es favorable practicarla y militarla para vivir la compasión, el merecimiento, la reciprocidad, el perdón, la beneficencia y sanidad personal y grupal, pero sobre todo existencial.
Una persona que no ha estudiado psiquiatría, psicología clínica, o cualquier especialidad médica no debe involucrase en diagnosticar o sugerir medicación o suspender la mediación a un paciente que acude en busca de la religión o de confesores, pastores o predicadores.
Sabemos de muchos confesores y pastores que son responsables y refieren en busca de la ayuda de los psiquiatras y los psicólogos; algunos suelen acompañar a sus creyentes y amigos a las consultas para apoyarlo; pero existen otros muy fanáticos, prejuiciados y de visión reduccionista que mal dirigen y les afectan la vida a las personas.
Antes se iba al brujo, al curandero, a la santera y clarividente. Hoy, gracias a la educación, a la información, y al desarrollo social, las personas buscan de los profesionales de la salud mental.
Los confesionarios y los pastores deben de entender sus limitaciones; ante tantos problemas químicos del cerebro; hormonales, orgánicos y de huellas somáticas, o sea, de traumas y conflictos no resueltos, que no tienen solución solamente con el acompañamiento. Los problemas más profundos necesitan de la psiquiatría y la psicología.