¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
Pedro Salinas
En la narrativa de René Rodríguez Soriano existen elementos paralelos, intertextuales que le dan cierta unidad. Estos están allá de la búsqueda de un nuevo lenguaje que pasó de su poesía a su narrativa: por ejemplo, de Muestra gratis (1986) a La radio y otros boleros (1996), libros en que el autor participa de una nueva expresión que se forma en la transformación social de la sociedad dominicana, entre el crecimiento y la apertura de los años cincuenta y el sentido ambivalente de nuestra democracia en los primeros veinte años de la segunda parte del siglo XX.
La intratextualidad como elemento que relaciona un texto con la obra y le da coherencia a un conjunto más amplio como es toda la producción de sentido de una narrativa, se nota en cuentos muy emblemáticos del autor, como “Laura me espera al cruzar la puerta” (1996) y “Desesperadamente buscando a Claudia” (1996). Los paralelismos entre estos dos relatos se encuentran en el uso de un nombre femenino, que viene a ser un heterónimo de todos los sujetos femeninos configurados por el autor. Laura es un personaje, como una chica-carta marcada con la que juegan varios autores de los ochenta y los sesenta: pongamos al cineasta y narrador Arturo Rodríguez Fernández y Aquiles Julián (“El libro de los altares”, 2022, 75). Aunque como sabe el lector, como personaje literario Laura nos remite a Petrarca en “I canzoni” (“El cancionero”). También la encontramos en la poesía del puertorriqueño José de Diego…
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Todas estas referencias nos llevan al sentido hipertextual de Laura como destinatario poético y como elemento muchas veces actancial en la narrativa de René Rodríguez Soriano. La intertextualidad marca un préstamo literario o la idea de que la literatura se hace de literatura. Los autores, refieren, se copian, a veces se hacen homenajes secretos u otras veces se ironizan. La ironía es una categoría propia de la intertextualidad (Genette, 1982). Esta designa una referencia que es reconfigurada por el lector.
Reconfiguración que es importante en la hermenéutica de Paul Ricoeur quien la lee dentro de lingüística del discurso de Emile Benveniste y resuelve un problema entre el signo lingüístico y las cosas. Como conjunto de signos, la obra literaria no tiene un mensaje definitivo en sí misma, es decir, sin la presencia del lector. Por lo que la literatura no debe estudiarse como un texto aislado, sino que debe abordarse también como un texto configurado por los lectores que aportan una parte necesaria del sentido de la obra. De tal suerte que no tenemos un mensaje, sino cuánto sentido pueda aportar el lector marcado por su propia ‘mundanidad’.
Volviendo a los dos cuentos que he mencionado más arriba, en la narrativa de Rodríguez Soriano en “Laura me espera al cruzar la puerta” este presenta el destino de una pareja de clase media que sufre un accidente en un momento muy importante de su vida. La acción nos lleva al recuerdo, a escribir un pasado ansiado por los personajes y los lectores. Porque la obra abre un horizonte de bienestar, de una pequeña burguesía urbana que viaja y se encuentra con un mundo deseado. Por lo que la escritura del deseo y el deseo del lector podrían darle valor o sentido al texto reconfigurado.
Se abre ante nosotros, entonces, el horizonte del viaje. Los espacios lejanos, los contextos culturales que convierten a nuestra clase media llegadas del campo en clase citadina. Las referencias nos llevan a Francia, a sus escritores, a la música francesa y a la música italiana. Los espacios como San Remo, en invierno, Milán… junto a las referencias de los grandes artistas italianos del momento muestran una cierta crónica sentimental de una cultura pop que atrapó en nuestro país a una juventud estudiosa, con ansias de ser otra. Deseosa de inmiscuirse en una otredad que le daba una cierta participación como espectador y como actor en el nuevo mundo europeo abierto por el desarrollo de la radio, el cinematógrafo, los impresos, luego del final de la guerra en 1945 y la llegada de un estilo americano en el que se fusionó la cultura de América y Europa.
Al igual que “Laura baila solo para mí” (1996) y “Su nombre Julia” (“Su nombre Julia”, 1991), en “Laura me espera al cruzar la puerta” los elementos intratextuales muestran una narración homodiegética en que un yo realiza la homodiégesis, como una autonarración de la subjetividad, del mundo de adentro, marcado por el recuerdo hacia una realidad que termina de forma fantástica. No en la realidad del realismo mágico ni en lo real maravilloso, sino en un sentido que desborda la realidad y nos conduce a la fantasía, como una creación del autor y como un extrañamiento del mundo en que vivimos. En los finales, el narrador cruzará la puerta y se encontrará con su anhelada Laura, en “Laura me espera…”; o se encontrará con Laura convertida en un pez, con su zapatilla rosa, en “Laura baila solo para mí”.
“Desesperadamente buscando a Claudia” (1996) es el tercer momento. Una narración del instante que busca el recuerdo. El mundo de la cultura pop está aquí, las revistas y periódicos, el cinematógrafo y la vida de las “starts”. El espectador niño como en “Cinema Paradiso”, aporta la imagen del espectador, no con el interés de pretender la perfección de su amada, como lo hacen los aficionados en “Queremos a Glenda”, de Cortázar. No es la búsqueda de la perfección, sino la admiración de un niño que comienza a crecer en la mirada, en las distintas facetas de Claudia Cardinale. Sus imágenes en “Il bell’Antonio”, “Il Gattopardo”, en “La pantera rosa”, con Peter Sellers, en “Había una vez en el Oeste”, con música de Ennio Morricone.
Claudia es la diva preferida de realizadores italianos como Leone, Visconti y Fellini. La estrella del Cine Club; luego, el niño que había venido a la vida y había crecido. La historia contemporánea había pasado. El relato parece autobiográfico y el yo de la voz narrativa cuenta una historia que se asemeja a la vida del autor. Buscar a Claudia era rellenar un olvido, perder un paradigma, una enseñanza que había posibilitado el crecimiento social y político. Claudia parece un nombre, pero al final es una idea, un ejemplo.
El personaje parte de lo más cotidiano. Una tarde al leer el periódico… Entonces aparecen las reminiscencias y se activa la memoria; la presencia y la ausencia. El repaso de los años pasados. La dictadura, los problemas políticos. Y al final una crítica a la sociedad frívola, del consumo, con sus iconos y sus estrellas; pero en el centro, claro, está Claudia como búsqueda. Una indagación que va unida a la belleza, a la lucha por un mundo mejor y a retomar el sentido de libertad. Cosas que ahora son desencantos. Sin embargo, queda la búsqueda de Claudia, como Laura en todas sus facetas y en sus distintos textos. Una pasión humana que no se detiene, que une contextos muy comunes y fantásticos como la pensión y la pecera; el cine y todas sus puertas y ventanas para que nos veamos como seres humanos en un mundo al que tenemos derecho como espectadores y como actores.
Estos tres cuentos que se relacionan, como toda la narrativa de René Rodríguez Soriano, muestran una intertextualidad, que conduce a la hipertextualidad de la cultura misma en la que el texto literario conversa con los textos cinematográficos, con la música y los espacios del viaje. Los deseos y los problemas sociales y políticos marcan un tiempo en el que estamos de cierta manera comprometidos. No hay un afuera. Lo de dentro nos conduce a la memoria y a la creación.