A los 17 años, Sa Mu Hang vivía en un barrio pobre de clase media casi a una esquina de la calle principal donde estaban los principales establecimientos comerciales de la islita de Hainan Dao, en la costa oriental del mar de China, no lejos de Hong Kong.
El tío Sa enviaba cartas a la familia desde la lejana isla de Cuba y les hablaba a los hermanos y cuñados de la maravilla de negocios que había montado en la mayor de las islas del Caribe en el ramo de la lavandería y la hostelería y que allí, con el negocio asegurado de la compra de azúcar por parte de los comerciantes de los Estados Unidos se podía llevar una vida regalada. En una de las misivas rogaba a los padres de Sa Mu Hang que la prepararan para la contabilidad y administración de los negocios que él poseía y que no deseaba encargar a los familiares de la esposa cubana con la que compartía su vida.
Pero el tío Sa no sabía que luego de su partida, ya China y Japón llevaban años en guerra y que la aldea de Hainan Dado y su ciudad principal, Aiko, hacía tiempo que habían caído en manos niponas y que la vida ya no era igual que antes, pues todos los campesinos y gente de los pequeños pueblos habían sido hechos prisioneros, luego casi esclavos para el trabajo forzado en los campos, casi de concentración, donde murieron los padres de Mu Hang y ella no tuvo la suerte de algunas de ser contratada para el servicio doméstico, sino que fue convertida en prostitutita para disfrute de las tropas ocupantes.
Harta de la vida que llevaba, Mu Hang, que ya había acumulado un buen dinero producto de la paga que algunos amigos chinos y extranjeros de los japoneses le entregaban por sus buenos servicios, decidió un día huir de su aldea y correr miles de peligros hasta que fue rescatada por unos ingleses vestidos de civil, sin duda espías de Su Majestad, y la embarcaron, desde Macao, hasta el puerto de Shanghái, la ruta de los mil destinos. Pero al llegar a la mencionada ciudad, Mu Hang creyó que sus salvadores la iban a dejar libre en la gran ciudad y lo menos que se esperaba no fue su aquiescencia para lo que se le propuso: un entrenamiento para servir de espía de sus mismos compatriotas y de los propios japoneses al servicio de los ingleses. Y así duró Mu Hang, que estudiaba no solamente inglés, sino el arte del espionaje de pantalón, chaleco, saco y corbata, indumentaria introducida por los europeos occidentales y que ya era de uso común entre la elite del mundo sino-japonés del comercio y la industria de las grandes ciudades portuarias donde el comercio de armas y todos los productos ingleses y de otros países europeos era rutina diaria, razón por la que el espionaje creció para los más hábiles adelantarse a las operaciones de los competidores.
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Es en esas circunstancias que Mu Hang llega un día en un barco inglés al puerto de Hong Kong y es alojaba en una gran mansión fuera del centro de la ciudad, lugar frecuentado por la élite comercial y diplomática acantonada en aquella ciudad de dinero y placer. Al llegar al lugar de su nueva residencia, con una amplia sonrisa y su bella sombrilla de seda, recibió Lady Garner a Mr. Argale y su acompañante. Luego de los saludos de rigor, el inglés le explicó a la propietaria de la Maison de rendez-vous que la nueva inquilina acababa de llegar a Hong Kong en una misión al servicio de Su Majestad y era menester una de las suites más exclusivas del establecimiento. Todos los gastos de Mademoiselle Mu Hang corren a cargo de Míster Argale, el amigo el señor Cónsul, y solo yo soy responsable de la nueva inquilina.
Seis meses después de vivir en la Villa Azul y de satisfacer mejor que las demás señoritas a cargo de Lady Garner, Mademoiselle Mu Hang desapareció un día temprano y recaló de Hong Kong a Shanghái, caboteando toda la costa hasta llegar al campamento de SunYat-sen, proclamada ya la república, pero en momentos de grandes peligros para la recién creada república. Mademoiselle Mu Hang cruzó muchos caminos y campamentos hasta llegar a la casa de gobierno y, debido a sus habilidades para hablar varios idiomas, entre ellos por supuesto el inglés, el francés y el español, y dada su habilidad para la taquigrafía y la aritmética, se encontró que había sido nombrada una de las secretarias principales de la esposa de Sun Yat-sen, que a su vez era hermana de la esposa del general Chang Kai-chek, uno de los generales de la revuelta republicana que duraría poco, pues apenas para 1927 explotó con fuerza la guerrilla de Mao Ze Dong que mantuvo en jaque a todos los poderes de Occidente y particularmente al del joven general Chang, aliado de los americanos y los ingleses, quien a poco se dio cuenta de que no contaba con el apoyo masivo con que venía arrollando la revolución campesina de Mao en todo el país y Chang en ese mismo 1949 huyó con todo y familia a la isla de Formosa desde donde su imaginación calenturienta le hizo creer que desde ese islote podía conquistar el territorio continental chino en su totalidad y aplastar la revolución. Así lo reportó en 1954 una periodista italiana que tuvo en el teatro de los acontecimientos:
Mademoiselle Mu Hang espía de los servicios ingleses infiltrada en la casa de Sun Yat-sen pasa al clan Chan Kai-chek y viaja a Formosa con el remanente del ejército del caudillo y de secretaria de Madame Chang, quien hablaba inglés fluido y poesía una cultura estadounidense sólida por haberse educado en la Universidad Wesleyana. Pasó el turbión de la fundación de la república y conoció los intríngulis del poder y la lucha de las mujeres que alternativamente ocuparon la cama del fundador de la república, desde Lu Muzhen hasta Chen Cuifen, Haru Asada, Kaou Otsuki y la legendaria Soong Ching-ling, con quien Mademoiselle Mu Hang nunca congenió debido a que era procomunista y de tendencia radical como se vio a lo largo de su carrera al lado del vencedor de Chang Kai-chek.
Conclusión verídica
Mademoiselle Mu Hang fue comisionada a viajar a América del Sur, Central y el Caribe con la misión de fundar el Kuomintang en los países más anticomunistas de la región. Es así como llega desde Cuba a Santo Domingo y fundó en 1945 el Partido Nacionalismo Chino al lado del edificio ocupado por la Colonia China en la República Dominicana en la calle José Trujillo Valdez por los frentes del teatro Diana.
El tío rico propietario de lavanderías, hoteles, prostíbulos y control de la cooperativa china que fungía también como “banco” de préstamos para los comerciantes chinos en dificultades financieras, había venido a residir en Santo Domingo cuando cayeron estrepitosamente en la bolsa de Occidente, principalmente en la de Nueva York, los precios del azúcar de caña, espina dorsal de la economía de Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico. Y es a su llegada a Santo Domingo cuando se cumplió la promesa del tío rico de encargar a su sobrina Mu Hang de la contabilidad y la administración de sus empresas, pero el tío nunca supo el verdadero papel de su sobrina como espía de los ingleses y quien sabe si en Santo Domingo entró al servicio de los estadounidenses después del ascenso al poder del general Trujillo, quien luego apoyará hasta su muerte la política anticomunista de su aliado Chang Kai-chek.
Al final de su vida, con el fuin-fuan del pedaleo de su máquina Singer y sus dos bolitas de metal plateado, una vacía y la otra, medio llena de mercurio, sumida en el vaivén de una mecedora de caoba centenaria, Mademoiselle Mu Hang vivía un sueño plácido y eterno lleno de un placer desconocido. Su tío le preguntó: –¿Por qué no te casas? Pretendientes ricos y de clase alta no te faltan con mi apoyo económico en un medio como este. –Tío, en Oriente aprendí que todos los hombres realizan el amor de forma igual. Una vez metido el palito en el hoyo, solo tienen cinco opciones: menearlo para arriba, para dentro, rascar para abajo; otros para el este y los últimos para el oeste y cuando terminan solo quieren dormir. Y para la mujer, palabras bonitas que para su infortunio son las que desea oír: halagos de mentira y elogios sin motivo. Por eso siempre eligen mal a su pareja. Ni Confucio ni San Pablo son maestros de la sexualidad.
Y Mademoiselle Mu Hang miró con cierta condescendencia a su tío, se quitó de la máquina Singer y se montó en su mecedora de caoba centenaria, se introdujo el ben-wa con sus dos bolitas plateadas que insertó en la vagina y continuó indefinidamente con su fuin-fuan hasta quedarse semidormida y con la boca semiabierta con una sonrisita que no se sabe si es de muerte o placer al dejar al descubierto la punta de la dentadura del maxilar superior.
Al pie de la mecedora de caoba centenaria dormitaba una hermosa gata de Angora, única compañera y amiga de Mademoiselle Mu Hang. Y a través de los pliegues de un ventanal lejano se oía, en disco de vinilo en un tocadiscos descuidado y viejo, la voz de un viejo cantaor que quizá ella oyó en los barrios de La Habana: «Cuando doblen las campanas/di a tu pecho una oración/porque será que habrá muerto /para ti mi corazón.»
–Sobrina, yo no reconozco a ese cantante. Mi mujer es una devota del flamenco y solo se parecía en el quejido a ciertas cantantes chinas. Yo tenía que acompañar a mi mujer al teatro donde se presentaban estos artistas en La Habana, pero únicamente recuerdo al de la Matrona con sus habaneras, a Valderrama y al Cojo Pavón.
Tío, ayúdeme a copiar y enviar mi último mensaje al Kuomintang. Coja papel y lápiz, pues creo que los días de vida que me quedan se están acortando. Escriba: Al ministro de Relaciones Exteriores: Excelencia.
Muy respetuosamente le comunico que el Gobierno dominicano le solicita al suyo, con carácter de urgencia, el envío de un reconocido técnico chino experto en el mejoramiento de las cosechas de arroz. XJK-17
• Tomado del libro inédito Novelitas orientales de amores imposibles y reales.
• Areíto sábado 3 de diciembre de 2022 sa mu hang.