Hay varios tipos de personas: las que viven una vida feliz, experimentándola desde la superficie, de espalda al dolor y al sufrimiento, y los que viven en las profundidades de la existencia, cerca, muy cerca del infierno, no quizás por sus actos sino porque las llamas de la existencia los consumen: su corazón arde, duele, se inflama, se quema y perece. Muchas de esas personas nacen poetas con el don de convertir la desesperación y la fealdad en belleza. Enfrentan la realidad con “la palabra” como catarsis vital para no morir en el acto. Uno de sus mecanismos de defensa es el tedio, un largo aburrimiento, un hastío, una melancolía… Sinónimos que delinean matices distintos, pero íntimamente conocidos en el rincón más oscuro de su ser. Inmerso en el “Spleen” parecería que no hay redención. Y es así como el poeta se siente maldecido por una existencia terrible de la cual no puede escapar sino hasta la muerte. Al lector que vive feliz en su florecido jardín, le será imposible llorar junto a Baudelaire los duros embates de la existencia.
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El alma atormentada de Baudelaire no sucumbió a la desesperación absoluta, pues en la repetición infinita de los días, encontró el eco de un cosmos eterno, donde cada vuelta del tiempo era una palabra, un verso, una estrofa, una danza entre la rutina y la eternidad. Su destino, al igual que el de otros “poetas malditos” (Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé…), los condujo a residir en el edén de lo que la burguesía decadente de su época (siglo XIX) llamaba bien, un espejismo de valores, un universo que solo los ojos despiertos podían vislumbrar. Un constructo ideológico surgido de un París de pequeñas calles que entraba en un rápido cambio y crecimiento, experimentando una modernización acelerada con la construcción de avenidas, instalación de alumbrado público, ferrocarriles y la expansión de la industria que contrastaba con la realidad que mantenían silenciada: la pobreza provocada por la explotación. Estos poetas escapan de un mundo para ellos falso, depravado, de una sociedad explotadora y lo logran a través de su arte.
Baudelaire habla desde un París de cara a la modernidad y explora en su obra la alienación, la angustia y el vacío espiritual que percibía en la sociedad de su tiempo. Critica la superficialidad, banalidad y decadencia moral que veía entre la clase acomodada, mientras también muestra empatía por aquellos que sufrían en las sombras. Escruta los aspectos oscuros y subconscientes de la experiencia humana, y encuentra en el simbolismo una forma de expresar estos temas de manera más profunda y compleja que el lenguaje directo y descriptivo. Utiliza símbolos y metáforas para representar estados de ánimo, emociones y aspectos de la condición humana que a menudo son difíciles de expresar de otra manera. Ha sido reconocido como el “padre del simbolismo”.
El «Spleen» de Baudelaire puede asociarse con dos mitos: el de Orfeo que evoca la experiencia del descenso a las profundidades del inconsciente, donde el individuo se enfrenta a sus propios miedos, deseos y oscuros instintos. De manera similar, en el «Spleen», el poeta parece estar inmerso en un viaje interior hacia las profundidades de su propia psique, explorando los abismos de su alma en busca de significado. Por otro lado, ese tedio [Spleen] pudiéramos compararlo con el castigo de Sísifo que consistió en tener que rodar una pesada roca cuesta arriba eternamente, hastío de la repetición perpetua… Por otro lado, desde la perspectiva junguiana, el «Spleen» de Baudelaire puede ser interpretado como una exploración de la sombra y los aspectos más oscuros y reprimidos de la psique humana, así como un viaje interior hacia el inconsciente colectivo en busca de autoconocimiento y transformación.
El lector, habitante de las profundidades del ser, tiembla al leer los poemas de Baudelaire e incluso debe aguantar las lágrimas que fluyen desafiando su voluntad. Penetrar en el universo de Charles Baudelaire es entrar al mundo de los que viven vehementemente la existencia. «Spleen» es un poema emotivo que contiene las preocupaciones y obsesiones de Baudelaire como poeta y como ser humano. Su poderosa combinación de imágenes evocativas y un lenguaje poético exquisito lo convierte en una obra maestra de la literatura francesa y en un testamento perdurable del genio creativo de su autor.
Finalicemos el tema con el emblemático poema de Charles Baudelaire:
“Spleen” del libro “Les Fleurs du Mal” (1857). Traducido del francés al inglés por Richard Howard y publicado por David R. Godine.
(I) Febrero, irritado con París, derrama/ un torrente sombrío sobre los pálidos arrendatarios/del cementerio de al lado y un frío mortal/ sobre los inquilinos de los neblinosos suburbios también./ Las tejas no ofrecen consuelo a mi gato/ que no puede mantener su cuerpo raído quieto/ el alma de algún viejo poeta merodea por las alcantarillas/ y aúlla como si un fantasma pudiera odiar el frío./ Una campana de iglesia llora, un tronco en la chimenea echa humo/ y tararea falsete al catarro del reloj/ mientras en una baraja sucia y apestosa/ heredada de una anciana hidrópica, el elegante Sota de Corazones y la Reina de Espadas/ desentierran sombríamente sus asuntos amorosos./
(II) ¿Recuerdos?/ ¡Más que si hubiera vivido mil años!/ Ningún cofre de cajones atiborrado de documentos/ cartas de amor, invitaciones de boda, testamentos,/ un mechón de cabello enrollado en un contrato,/oculta tantos secretos como mi cerebro./ Estas catacumbas ramificadas, esta pirámide/ contiene más cadáveres que el campo del alfarero:/ soy un cementerio que la luna aborrece,/ donde largos gusanos como remordimientos salen a alimentarse/con voracidad de mis muertos más queridos./ Soy un viejo boudoir donde un perchero de vestidos,/perfumados por rosas marchitas, se pudre en polvo;/ donde solo débiles pasteles y pálidos Bouchers/ aspiran el aroma de frascos destapados hace mucho. / Nada es más lento que los días cojos/ cuando bajo el pesado clima de los años/ el Aburrimiento, fruto de la melancólica indiferencia, / adquiere la dimensión de la eternidad…/ De aquí en adelante, arcilla mortal, ya no eres más qué/ una roca rodeada por un temor sin nombre, / una antigua esfinge omitida del mapa, / olvidada por el mundo, y cuyos fieros humores/ cantan solo a los rayos de los soles ponientes. /
(III) Soy como el rey de un país lluvioso, rico/ pero indefenso, decrépito aunque aún joven/ que desprecia a sus aduladores serviles, pierde el tiempo/ con perros y otros animales, y no se divierte;/ nada lo distrae, ni halcón ni perro ni súbditos hambrientos en la puerta del palacio./ Las obscenidades de su bufón favorito/ caen en saco roto/ —el inválido real no se divierte— /y las damas de compañía esperando por un gesto principesco/ ya no se visten lo suficientemente indecentes/ como para arrancarle una sonrisa a este joven esqueleto./ La cama de estado se convierte en una tumba majestuosa. / El alquimista que le prepara oro ha fallado/ en purgar la sustancia impura de su alma, / y baños de sangre, legado de Roma/ recordado por ciertos barones en sus días de decadencia/ son inútiles para revivir esta carne enfermiza/ a través de la cual solo fluye el Lete salobre.
(IV) Cuando los cielos están bajos/ y pesados como una tapa/ sobre la mente atormentada por el asco, / y oculto en la penumbra el sol nos vierte/ un día más sombrío que la misma oscuridad;/ cuando la tierra se convierte en una mazmorra goteante/ donde la Confianza como un murciélago sigue lanzándose por el aire,/ batiendo alas titubeantes a lo largo de las paredes/ y golpeando su cabeza contra las vigas podridas;/ cuando la lluvia cae recta de nubes implacables, /forjando los barrotes de una enorme cárcel, / y hordas silenciosas de arañas obscenas tejen sus telarañas por los sótanos de nuestros cerebros;/ entonces de repente las campanas furiosas se desatan,/ lanzando al cielo su aullido terrible, como fantasmas sin hogar/ sin nadie más a quien perseguir gimiendo sus quejas interminables. / —Y gigantescas carrozas fúnebres, sin lamento ni tambores, / Desfilan, a medio paso en mi alma, donde la Esperanza, / derrotada, llora, y el opresor Miedo/ planta su bandera negra en mi cráneo que asiente.
Esta conferencia fue presentada en el mes de la Francofonía en la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña evento organizado por el Ministerio de Cultura (Ángela Hernández), La Francofonia (Delia Blanco) y la Fundación Espacios Culturales (Mateo Morrison).