-y III-
Un episodio increíble en la Historia Dominicana. A causa de las intrigas de sus adversarios políticos, el presidente Carlos Morales Languasco se vio obligado a excluir de su gabinete a hombres de su confianza, como Fermín Pérez y el secretario de Relaciones Exteriores, Juan Francisco Sánchez.
El general jimenista Demetrio Rodríguez, como se dijo en el artículo anterior, murió en medio de esa lucha, cuando trató de tomar la ciudad de Puerto Plata. A él dedicó un romance el profesor Juan Bosch, escrito en 1935, del que publicamos un fragmento:
“Demetrio ahoga dolores/en medio de la sabana:/herido cayó Eliseo;/nunca más se levantara./Demetrio se va penando/camino de Puerto Plata./Bajo sus pasos se hacen/gachas las encrucijadas./ (…)Bajo un mango florecido/recibió a la Descarnada./(…) Demetrio Rodríguez fue/como inmensa llamarada./Con la sonrisa en los labios/llenó la tierra de hazañas./Lo lloran en sus merengues/los hombres y las muchachas,/por las cocinas lo lloran/las viejas de voz cansada./Demetrio Rodríguez fue/como inmensa llamarada”.
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El hecho de que el partido horacista o rabú contara con otro líder nacional, como Mon Cáceres, no era la única causa por la que rechazaba a Morales; los dirigentes de esa organización se consideraban socialmente superiores a los del partido jimenista o bolo. En el primero abundaban los propietarios y en el segundo en su gran mayoría no pasaban de bajos y medianos pequeños burgueses, salvo algunas excepciones, entre las que figuraba su líder, el empresario Juan Isidro Jiménez. El mismo Morales significaba poco para la alta y la mediana pequeña burguesía de entonces, si tomamos en cuenta que había ahorcado los hábitos de sacerdote, en una época en que esa actitud equivalía a una herejía.
La fractura de la pierna que surfrió Morales le ocasionó serios problemas para que el movimiento pudiera avanzar; ni siquiera pudo conseguir un escondite seguro. El 3 de enero de 1906 le escribió a Thomas Dawson, encargado de Negocios estadounidense en el país: “Las miserables circunstancias en las que me encuentro me hacen recurrir a la dolorosa necesidad de apelar a la bondad infinita de su corazón. Hoy más que nunca necesito de su poderosa ayuda para salvar mi vida y mi reputación”.
Y más adelante precisaba: “Si Ud. no puede obtener de mis adversarios garantías para mi y los que me acompañan, me presentaré a la Legación para embarcarme en un buque de guerra de los Estados Unidos para el extranjero…” (Sumner Welles, La viña de Naboth, Tomo II, Editora Taller, 1973, pp. 102-3).
El día 12 de enero Morales entraba en la Capital acompañado del señor Dawson y el secretario Emiliano Tejera, mientras la gente se burlaba de aquella escena. Ese mismo día envió al Congreso su renuncia como presidente, investidura que pasó a ser ocupada por Mon Cáceres. Sus últimos momentos en el país son descritos por Sumner Welles de la manera siguiente:
“El día siguiente (el 13), acostado en una litera sobre un carruaje abierto, Morales fue llevado a la Legación Americana (donde una multitud habíase reunido para gozarse en silencio de su humillación), al muelle donde embarcó en el buque de guerra de los Estados Unidos Dubuque , el cual lo llevó a Puerto Rico”.(Ibid., p. 103).
Exiliado en Saint Thomas, Morales se dedicó a vender frutas dominicanas para mantener a su familia. El general jimenista Demetrio Rodríguez, como se dijo en el artículo anterior, murió en medio de esa lucha, cuando trató de tomar la ciudad de Puerto Plata. A él dedicó un romance el profesor Juan Bosch, escrito en 1935, del que publicamos un fragmento:
“Demetrio ahoga dolores/en medio de la sabana:/herido cayó Eliseo;/nunca más se levantara./Demetrio se va penando/camino de Puerto Plata./Bajo sus pasos se hacen/gachas las encrucijaeas./El sol de su parda tierra/le quemaba las entrañas./ Un tiro le abrió la frente/a orillas de Puerto Plata./Bajo un mango florecido/recibió a la Descarnada./(…) Demetrio Rodríguez fue/como inmensa llamarada./Con la sonrisa en los labios/llenó la tierra de hazañas./Lo lloran en sus merengues/los hombres y las muchachas,/por las cocinas lo lloran/las viejas de voz cansada./Demetrio Rodríguez fue/como inmensa llamarada».