Algo que decir sobre la historiografía de la literatura dramática dominicana

Algo que decir sobre la historiografía de la literatura dramática dominicana

Daisy Cocco Defilippis

Es mi amiga-hermana, la Dra. Daisy Cocco DeFilippis la que, (después de hojear el suplemento cultural Areito, del 4 de febrero, que le traje para que leyera el excelente escrito de Fornerin sobre Julia de Burgos y su persecución por el FBI), quien me llama la atención sobre un ensayo de Bienvenida Polanco-Díaz, que se llama “Historiografía de la Literatura Dramática Dominicana”.

Ensayo que hoy leo, en la calma matutina de un domingo, para entender la observación de Daisy: “Chiqui, aquí no está tu libro El Teatro Dominicano, Una Visión Femenina o de Género”, lo cual no me sorprende, porque ya he explicado que de ese libro debieron publicarse mil ejemplares, por la Editora Nacional, pero solo se editaron cien, de los cuales me entregaron veinte.

Esa edición sufrió el agravio adicional de que la portada era de Belkys Ramírez, la mayor grabadista y artista plástica contemporánea, y el encargado de la edición la sustituyo por una imagen súper agotada que encontró en internet.

Es decir que posiblemente la investigadora de la Historiografía, (a quien no tengo el placer de conocer), no encontró mi antología; como también parece que Elizabeth Ovalles, desconocía que soy la primera mujer en ganarse un Premio Nacional de Teatro, con Wish-Ky Sour, y un Premio Casandra por “Salome U: Cartas a una Ausencia”, cuando organizo un Festival de Mujeres Dramaturgas, del cual me entere por la prensa, aunque a ella si la conozco desde hace tiempo.

Son los gajes de ser un escritora feminista y de izquierda, en un país donde predomina la derechización del pensamiento aun en antiguas dirigentes de izquierda, o beneficiarias de la Revolución Cubana, derechización que predomina desde el triunfo de la contrarrevolución en 1965, la dictadura de Balaguer y el surgimiento del neo-fascismo de los y las “ultranacionalistas” de hoy.

Por eso, para edificar a Bienvenida, reproduzco mi ensayo introductorio a “El Teatro Dominicano: Una Visión Femenina o de Genero”, el cual dedique: “ A las proverbiales hermanas de Shakespeare, que guardaron y guardan sus creaciones”.

Dedico también este ensayo a mis amigos y amigas académicos/as en todas partes, que incluyen mis obras en los sílabos de los cursos que imparten, algo que contribuye inmensamente a mi tranquilidad y alegría creativa, un privilegio que no tuvo Cervantes, cuyo Quijote permaneció en el olvido total durante cien años, hasta que un aristócrata inglés, deslumbrado por su genialidad, lo hizo traducir para regalárselo a la reina. Ahí renació la novela, y si eso le aconteció a Cervantes, como no le va a suceder a una aspirante a escritora, de una media isla del Caribe que aún no ha definido su identidad caribeña y cultural?

Comienzo con la cita de Pedro Henríquez Ureña:

“No parecería necesario traer a la memoria el incipiente arte dramático de los indios, ni su profuso y variadísimo arte coreográfico, sus areitos, sus mitotes, sus taquis, porque el teatro nuestro vino de Europa”.

Y me cito:

“Para escribir sobre el teatro dominicano en relación con la presencia de la mujer, tanto como sujeto de las obras, como autoras, es necesario partir del Entremés, de Cristóbal de Llerena, porque el teatro como tal apenas se inicia en 1492, cuando Juan de Encina estrena sus primeras églogas en la corte del Duque de Alta, y se difunde en América como teatro misionero, escolar y criollo.

Es en el siglo XVI, cuando en Santo Domingo se produce el Entremés, único texto dramático que ha sobrevivido, escrito por el canónigo Cristóbal de Llerena de Rueda, quien nació en 1540 y falleció en 1625.

Si menciono la obra de Llerena y no el llamado teatro indígena, es porque de este teatro no nos queda ninguna reminiscencia y, por lo tanto, su posible influencia en la conformación de una identidad o imagen especifica de la mujer (análisis de género) es inexistente.

No sucede así con el teatro introducido por la metrópolis en la entonces colonia La Hispaniola. Para muestra reproduzco un fragmento del Entremés, con la respuesta de Edipo cuando se le pregunta sobre la naturaleza del monstruo que ha sido dado a luz por Bobo, su personaje central:

“No quiero andar con comedimientos, sino hacer lo que se manda, que yo desate el animal de la esfinge diciendo ser simbolo del hombre, y este digo que es símbolo de la mujer y sus propiedades, para lo cual es menester considerar que este monstruo tiene el rostro redondo de hembra, el pescuezo de caballo, el cuerpo de pluma, la cola de peje, la propiedad de los cuales animales se encierra en la mujer, como lo declara este tetrastico, que servirá de interpretación:

Es la mujer inestable bola, la más discreta es bestia torpe, insana, aquella que es más grave es más liviana, y al fin toda mujer nace con cola”.

Siglo XVII

Durante el siglo XVII ni siquiera la presencia de Tirso de Molina en Santo Domingo (quien, por cierto, según un reciente trabajo de investigación, baso su Don Juan Tenorio en un personaje que conoció en La Hispaniola), fue significativa para el desarrollo del arte dramático.

De este siglo, solo quedan rastros de las prohibiciones eclesiásticas contra las “farzas, auto comedias y representaciones sin licencia del prelado o su provisor”, quedando como evidencia de la situación particular de las mujeres, las declaraciones del Arzobispo Fray Domingo Fernández de Navarrete, quien dice:

“En las comedias hay otro abuso trabajoso y es que para las mujeres se hacen de noche y suelen durar hasta las nueve. No se pueden esperar buenos efectos de estos concursos”.

Siglo XVIII

Pedro Henríquez Ureña También nos cuenta que durante el siglo XVIII tampoco hubo ningún texto que nos muestre la existencia de un teatro significativo en Santo Domingo. Creyó ver una obra durante su adolescencia entre los papeles de su abuelo, Nicolás Ureña de Mendoza, con letra del siglo XVII, hacienda constar que en 1771 se representaban comedias en el Palacio de los Gobernadores, cuando lo era José Solano.

Aunque no queda ninguna evidencia escrita de estas obras, si se sabe por Pedro y Max, que estas se llevaban a cabo en casas de familia, particularmente en la casa de Dona Rafaela Ortiz, “dama inteligente acostumbrada a los goces inocentes de la sociedad”.

Tanto la prohibición, u orden de segregar las comedias para las mujeres, así como el disfrute por estas solo de los “goces inocentes” de la sociedad, nos dan una idea del papel de las mujeres en la comunidad, así como su relación con lo que para entonces se definía como teatro.

Una rápida, y por ende superficial, síntesis de la época colonial con relación al teatro, nos permite concluir que el Entremés de Llerena fue el texto fundamental del periodo; gran parte del entonces llamado Teatro de la Colonia tuvo características religiosas y se utilizaba para evangelizar; y que existía un teatro “profano” que como espectáculo estuvo ligado a las incipientes costumbres manifestadas a través de bailes, cantos y mascaradas, el periodo de la fiesta, si se puede clasificar como tal. En algunos momentos de la colonia se pretendió imponer un teatro externo (durante la ocupación francesa, por ejemplo),pero este no progreso.

Continuaremos…

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