Nos apantallan con una invasión pacífica de haitianos, continuada, auspiciada y consentida. Me confirieron el honor de presentar la obra Norte Sur del ilustre escritor barahonero don Ángel Augusto (Negro) Suero Ramírez, en la cual consigna, como algo natural, que el tirano Trujillo no exterminó la población haitiana que trabajaba en el corte de caña y otras labores menores de The Barahona Company, empresa norteamericana dueña del ingenio del mismo nombre. Ello, porque puerco no se rasca en jabilla. Tampoco acabó Trujillo con los haitianos de la región Este, todos los cuales trabajaban con ingenios propiedad de norteamericanos.
Años después, una de las tareas importantes que realizaba mi primo Enrique (Quico) Gautreaux para la Casa Vicini, era la contratación de cientos de haitianos mediante un acuerdo de Gobierno a Gobierno, cantidad que oscilaba según las necesidades y las conveniencias.
Don Agustín Pimentel uno de los principales negociantes de arroz del país, comentaba con el doctor Bienvenido Corominas Pepín, en 1968, que aquel año podría haber problemas con la cosecha del arroz del riego de Mao, debido a que no había suficientes haitianos para recoger el cereal, que ya estaba de provecho.
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El asunto, desde siempre, estuvo claro, y lo entendí mejor cuando enjundiosos expertos europeos calcularon de 1990 en adelante, el porcentaje y volumen de inmigrantes que necesitarían para garantizar el pago de las pensiones a los europeos, a la hora del retiro, ello así, debido a que la tasa de natalidad en Europa disminuye constantemente puesto que las mujeres no quieren parir, para no desfigurarse, y los maridos las quieren hábiles todo el tiempo para el sexo. A lo largo de la historia el hombre se ha desplazado en busca de mejores pastos, de aguas permanentes, tierras feraces, climas benignos y, aunque le pese al demonio y a toda su compañía, como decían antiguamente las viejas, lo seguirá haciendo.
Aquí tenemos buena tierra sin cultivar, aguas que se pierden en el océano y una permanente falta de mano de obra calificada y no calificada en tareas que los dominicanos nos resistimos a ocupar por lo mal pagados. la mala educación (el trabajar yo se lo dejo todo al buey) y los complejos, la ridiculez y la “vergüenza”.
Con la ola de la industrialización Estados Unidos abrió las puertas y millones de trabajadores, con y sin especialidades, ingresaron a Norteamérica en aquella formidable ola de importación de mano de obra que catapultó a EE. UU. como primera potencia industrial.