El pasado miércoles 15 de marzo se cumplieron 2067 años del asesinato en Roma de Julio César. Cuentan que el aurúspice Espurina le gritó al gobernante el 1 de marzo: “Cesar, cuídate de los idus de marzo”, refiriéndose a mediados de marzo. Y, el mismo día que lo mataron, antes del hecho, Espurina le repitió a voz en cuello: “César, cuídate de los idus de marzo”, a lo que César responde: “Los idus de marzo ya han llegado”. El diálogo termina cuando el adivino responde: “Sí, César; pero aún no han acabado”. Minutos después, Julio César moriría tras 23 aviesas puñaladas de manos de un grupo de senadores.
Una vieja y muy conocida frase señala que, salvo El Padrino II, “nunca segundas partes fueron buenas”. Marx lo sabía pues, al comienzo de El 18 brumario de Luis Bonaparte, afirma que “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.
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La muerte de dos dictadores dominicanos de infausto recuerdo no es ni tragedia ni farsa, sino verdadera justicia poética. Como bien relata Emilio Cordero Michel, antes de la muerte de Ulises Heareaux (Lilís), el cónsul dominicano en Cabo Haitiano, F. M. Alteri, envió a Lilís un telegrama en el que le advierte: «si va al Cibao, es preciso vigilar a Vásquez y Cáceres”, dos de los principales conspiradores en el magnicidio.
Afirma también que la madre de Lilís, Josefa Lebert, “le había avisado ‘que corría peligro de muerte porque la culebra que resguardaba su vida había escapado y había sido matada en una cañada que cruzaba el pueblo de Puerto Plata’”. Previo a su muerte, también recibió un telegrama del gobernador de Moca, el general Juan González, diciéndole: “En Moca, cuídese de Mon, el hijo de Meme Cáceres”. El dictador, como Julio César, no hizo caso a esas advertencias.
Emilia Pereyra cuenta, por su parte, que Olga Brache, hija de Rafael Brache, exembajador en Estados Unidos y enemigo del tirano Rafael Leónidas Trujillo, se comunicó con Angelita Trujillo, para contarle un sueño que había tenido en que se revelaba la muerte de su padre.
Esto sin contar que, según algunos, Trujillo presentía su muerte al extremo de que el 6 de mayo, 24 días antes de su ajusticiamiento, comentó, abatido, a algunos amigos: “Pronto voy a dejarles”. Si esto es cierto, solo le faltó a Trujillo decir, como Jesús, “no voy a dejarlos solos; volveré a estar con ustedes”, lo que explicaría el peligroso y eterno trujillismo que siempre aflora en nuestros lares.
Julio César, como el Pedro de Silvio Rodríguez, al levantarse el día que lo iban a matar, no sabía “que la luz de esa clara mañana era luz de su último día”. Y es que “las causas lo fueron cercando, cotidianas, invisibles. Y el azar se le iba enredando poderoso, invencible”.
En contraste, según Cordero Michel, “Lilís y Trujillo buscaron la muerte, porque sabían los detalles de los atentados y no hicieron nada para evitarlos”. Ello, sin embargo, en nada disminuiría la valentía de unos ajusticiadores conscientes de que, pese a los peligros que enfrentaban, solo el tiranicidio terminaría efectivamente con tan férreas tiranías.