CHIQUI VICIOSO AÑO 1946
La producción teatral dominicana se retoma catorce años después del surgimiento de la dictadura de Trujillo. Ese año, el régimen creó el Teatro Nacional de Bellas Artes, inaugurándolo con una obra supuestamente escrita por la esposa del dictador: María Martínez, llamada Falsa Amistad, cuyo autor fue importado de España para esos fines.
El teatro se redujo entonces a tres variantes: manifestaciones populares como el vudú, cultos, ritos y santería; obras foráneas, y de dramaturgos dominicanos.
El recelo de la dictadura contra el teatro estaba posiblemente enraizado en el conocimiento que tenía Trujillo del papel que jugó en La Trinitaria y su sociedad cultural, en la independencia del país. De ahí que durante los 31 años de la dictadura trujillista apenas se presentaran 54 obras, es decir 1.8 obras por año (datos de José Molinaza). De estas, once son de autores dominicanos, 25 de dramaturgos españoles, dos de teatro inglés, una de teatro francés y 15 de nacionalidad no confirmada.
El teatro es, en este periodo, un teatro oficial, y también, según Molinaza: “Una mascarada del régimen para proyectar una imagen falseada, valiéndose de un liberalismo muy lejos de ser como tal.
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Con esto se alimentaba la ilusión de la pequeña burguesía, clase social que en un principio le había otorgado su apoyo al Trujillismo”.
Tres mujeres se distinguen en el teatro durante la dictadura trujillista: Urania Montás Coen, la cual creó el grupo de teatro del Instituto Salomé Ureña, e incluyó y montó obras de teatro en las clases de literatura. Ese grupo fue el génesis del Teatro Escuela de Bellas Artes. Como dramaturga, Delia Weber, poeta cuya formación metafísica influencia toda su producción teatral, que no respondía a la normativa del género teatral; obras, que se escribieron durante la dictadura, donde se advierte una sujeción de lo dramático a lo literario, como su poema dramático (1944) Los Viajeros, y con anterioridad los dramas Salvador y Altamira, y Lo Eterno.
En el género de teatro infantil se distingue la poeta y novelista petromacorisana Carmen Natalia Martínez Bonilla, una reconocida opositora al régimen trujillista, exiliada en Puerto Rico, donde se dio a conocer con sus obras radiales y de teatro infantil.
También podría considerarse como una dramaturga de ese período la Dra. Luz María Delfin de Rodríguez (1916), profesora y autora de las obras: La viuda de Don Julián, Te esperaré en el cielo, La otra mitad del mundo, y varias comedias infantiles, entre ellas: Caperucita Moderna y La ratita presumida. Estas obras se representaron generalmente en escuelas y actos culturales hasta que en 1993, la autora se dio a conocer al gran público con su obra: El amor llega a cualquier edad.
Dado el carácter represivo de la dictadura, muchas de estas obras recurrieron a lo simbólico y universalista, así como al oficialismo, lo cual impidió que se sentaran las bases para el florecimiento de un nuevo camino femenino en el teatro.
POS-ERA DE TRUJILLO
En el período de transición de la destrujillización, entre 1961 y 1965, se escriben apenas 16 obras, representándose 7, curiosamente en un mismo año: 1963, durante el efímero Gobierno de Juan Bosch.
Los dramaturgos que nacen entonces son Máximo Avilés Blonda, Iván García, Rafael Vásquez, Rafael Agnez Bergés, Marcio Veloz Maggiolo y Héctor Inchaustegui Cabral. Con el surgimiento de este grupo cambia la política cultural que había normado al país desde el 30 de agosto de 1901 hasta el 22 de agosto de 1963.
En sentido general, al final de la era de Trujillo ya existían tres dramaturgos que podrían significar un punto de partida, en el sentido textual, en el teatro dominicano: Avilés Blonda, Manuel Rueda y Franklyn Domínguez, aunque en lo concerniente a la mujer los textos siguieron perpetuando la imagen (análisis de género) que de ella aún fomenta la llamada cultura nacional.
En la generación posterior de dramaturgos la visión de la mujer comienza a reflejar los cambios que se operan en su condición social, producto del acelerado proceso de transformación que experimenta el país, donde la mujeres juegan un papel importante.
Entre el grupo de dramaturgos que surge en ese período se distinguen Giovanny Cruz, cuyos personajes centrales son femeninos y más complejos, por ejemplo Amanda y la Virgen de los Narcisos; Arturo Rodríguez, quien a modo de un Tennessee Williams criollo gusta explorar la psicología femenina, como en su obra Cordón Umbilical, Reynaldo Disla, y otros.
Es apenas en la década de los 80 cuando, como en la poesía, comienza a surgir un boom de mujeres dramaturgas, encabezado por Germana Quintana, con sus obras Mea Culpa, No quiero ser fuerte, Ellas también son Historia, y La Coronela, obras que rescatan a las heroínas regionales como Manuela Sáenz, la libertadora del libertador Simón Bolívar, Rosa Duarte, las hermanas Mirabal y Juana Saltitopa; doña Carmen Quidiello de Bosch, con sus obras Alguien espera bajo el puente, y la paradigmática La Eterna Eva y el Insoportable Adán, donde intenta reescribir el Génesis; Sabrina Román, con Carrousel de Mecedoras; Chiqui Vicioso, con Wish-ky Sour, Premio Nacional de Teatro 1996; No Todo Era Amor, basada en la vida de Salomé Ureña, Salomé U: Cartas a Una Ausencia; Desvelos, diálogo entre Emily Dickinson y Salomé; Perrerías, Nuyor-Islas, La Carretera, así como Andrea Evangelina.
Otras dramaturgas cuyas obras han tenido gran impacto son Carlota Carretero, con El Último Asalto; Elizaberth Ovalle, con Por Hora y Piece-Work; y Rita Indiana Hernández con su obra de creación colectiva, del Teatro cimarrón: Puentes.
Como un hecho interesante destaca el surgimiento en Buenos Aires de María Isabel Bosch, con su obra Las Viajeras; y en Nueva York Josefina Báez con Dominicanish, Dinorah Coronado, con Inmigrantes de tiempo parcial, y Maitrelli Villlamán.
Los temas de estas dramaturgas son los grandes temas femeninos, que a fin de cuentas son los grandes temas de la humanidad, solo que contados desde la perspectiva y sensibilidad (análisis de genero) de las mujeres: las opciones existenciales, el amor en todas sus facetas; la muerte, la preocupación por la ciudad, la emigración circular de los Dominican-yorks, el alcoholismo, el futuro de la nación.
En fin, la vida de la cual somos, feliz e infelizmente, protagonistas y guardianas.
En esta breve introducción al mundo teatral de las mujeres dominicanas, se seleccionaron doce obras de teatro, como una muestra de su producción a través del tiempo, muchas reseñadas por la crítica de entonces, entre ellas la más intelectual, la de Mónica Volontieri.