Este artículo continúa trabajando la serie sobre El libro “Olvidos y Ficciones. Cartagena de Indias (1580-1821)”, escrito por mi gran amigo e historiador, colombiano por nacionalidad y cartagenero por el designio de su alma y su corazón, Alfonso Múnera Cavadía. En el artículo anterior me referí a la introducción y al capítulo I. En este trataremos de abordar los capítulos siguientes.
En el capítulo II, “Una ciudad cosmopolita: extranjeros, como Pedro por su casa”, Múnera señala que producida la independencia de Haití, dos territorios caribeños declararon su independencia de los imperios europeos: Cartagena y Caracas ambas en 1811, aunque fueron efímeras. La primera duró hasta 1815, pero Caracas fue sometida al año siguiente en 1812.
Destaca el autor que Cartagena era un verdadero centro cosmopolita, gracias a la fluidez de sus comunicaciones con el mundo a través del Caribe, incluso en los momentos de conflicto, los extranjeros visitaban Cartagena como si fuera su propia casa. Un elemento que destaca el historiador y amigo es que los piratas circulaban en la ciudad sin temor alguno.
“La presencia de los piratas extranjeros, con patente de corso, sirviéndole al Estado Soberano de Cartagena y cumpliendo una función clave de sostenimiento económico, es otro aspecto de una época de gran confusión, en la que esta ciudad concentró el estado de ánimo revolucionario que se vivió en el Caribe, junto con el extremo desorden que acompaña a las profundas transformaciones políticas en tensión, las cuales implican un proceso de destrucción de jerarquías y de símbolos de autoridad y en el que decenas de miles de personas son compelidas a cambiar de hábitos y modos de vida”. (p.73) Concluye este capítulo de la historia de su amada Cartagena diciendo que “cualquier estudio que se realice sobre la corta existencia de la república soberana de Cartagena, está obligado a concluir que su sostenimiento se debió en buena parte a los dineros que le ingresaban por la labor de los corsarios” (p.77), pues esa ciudad costera de Colombia tiene su historia y su memoria vinculada a los guerreros del mar.
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El capítulo III, titulado “Intermezzo: la breve y última presencia del rey en Cartagena”, aborda el período breve en que la otrora ciudad independiente, volvió a estar bajo el yugo de España, a partir de 1815, hasta 1821, fecha en que recobra su libertad e independencia. Señala Múnera que el ejército reconquistador enfrentó muchas dificultades al tratar de dominar la plaza. Tenían los nuevos dueños de la situación muchos problemas “¿Cómo espantar la peste que amenazaba a sus propios soldados? ¿Dónde enterrar a tantos muertos? ¿Cómo levantar hospitales de la nada, no solo para los enfermos sitiados, sino para los miles de las tropas sitiadoras, víctimas de las fiebres tropicales? ¿Cómo alimentar a tantas gentes, si, como sabemos, los patriotas habían prendido fuego a sus haciendas y no había víveres en la ciudad?” (p.117) Se intentó colocar las piezas en su lugar, pero las roturas eran muy profundas, aunque intentaron borrar lo imposible: la memoria colectiva de una independencia producida por los sectores sociales que se habían enfrentado a la corona.
En el Capítulo IV, titulado “Vicisitudes del sitio de Cartagena de 1820-21”, se aborda un año difícil del dominio español y para la historia de la ciudad. Para entender este capítulo tan suigéneris es necesario referirse a la historia de la ciudad más hermosa del Caribe colombiano. Dice Múnera al respecto: “Cartagena evoca, en un cierto sentido, una historia renacentista, gracias a su estructura de gran fortaleza, rodeada por un conjunto extraordinario de cortinas y de baluartes que conforman su muralla, construida a lo largo de casi tres siglos y llevada a la perfección a finales del siglo XVIII por una serie de obras monumentales, de alta ingeniería, dirigidas por el gran arquitecto e ingeniero Antonio de Arévalo. Su historia legendaria de asaltos de piratas y corsarios fue casi siempre el relato de una ciudad marina, abierta al mundo como pocas, que para sobrevivir de cada cuando en cuando tenía que estar dispuesta a encerrarse todo el tiempo que fuera para derrotar al enemigo por el valor de sus hombres y mujeres, del que dieron buena muestra, si no por la ayuda del tiempo y de la naturaleza, de las pestes, su copartidarias, que asolaban al enemigo en campo abierto, poco acostumbrado al veneno de sus insectos y de sus aguas”. (p.150).
Finaliza el capítulo señalando que el 10 de octubre de 1821 Cartagena dejó atrás su historia colonial, en la cual había jugado un papel estelar en los principales acontecimientos que constituyeron la historia de occidente. Pero su papel no fue reconocido por los triunfadores. Como afirma Múnera: “Su ingreso tardío a la república le asignaría roles menos ambiciosos, se irá volviendo con el tiempo más y más provinciana, especialmente desde la segunda mitad del siglo XIX, y cada vez más comprometida con los quehaceres de una política nacional, cuyo centro, sería, ahora sí, cada vez con mayor solidez, Bogotá, la capital encerrada por las altas cumbres andinas y en la búsqueda obsesiva del buen uso del participio pasado”. (p. 174)
Por razones de espacio, no abordaremos los capítulos V y VI. Se deja para la próxima entrega. Lo que quiere destacar el autor es que Cartagena, a pesar de su importancia en la conformación de la historia de la nación colombiana, no ha sido lo suficientemente reconocida por el discurso oficial, dominado por los andinos asentados en Bogotá. Hasta la próxima.
Alfonso Múnera (2021). Olvidos y Ficciones. Cartagena de Indias (1580-1821). Bogotá. Editorial Planeta Colombiana.