Miguel Alfonseca y Jeannette Miller en la obra de teatro Espigas Maduras, de Franklyn Domínguez_1960-1961.
Por Jeannette Miller
Hablar de Miguel Alfonseca es como si estuviera hablando de mí misma, y aunque siempre he creído que los conversatorios y las ponencias en que uno se incluye no son más que una demostración de impudicia, ahora contradigo mi opinión, que es la que más me importa, con la que duermo todas las noches después de una obligada contrición sobre las faltas cometidas.
Miguel Alfonseca fue un protagonista de la literatura que se hizo en República Dominicana durante la década de 1960. Recuerdo su oposición manifiesta al régimen de Trujillo, su espíritu investigador, su carácter abierto, y esa ironía permanente que le permitió sobrevivir a circunstancias que lo atraparon a nivel humano y existencial.
A veces pienso que todavía soy la misma adolescente que conoció a Miguel a inicio de los sesenta. Mi padre acabado de asesinar por la dictadura con un bonche de inocentes, dos niños y dos mujeres que fueron a dar una vuelta en bote por el mar. Y cuando creo haber olvidado, los naufragios de los que se van en yola detrás del paraíso me ayudan a recomponer esa muerte final, ese charco de cuerpos, de despojos humanos ensangrentados.
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Recuerdo el despligue aéreo, la búsqueda peinando el mar Caribe, la visitadera de los opositores. Recuerdo la espalda de mi padre cuando por última vez dobló la esquina para no volver.
En esa nebulosa de experiencias y sentimientosconocí a Miguel Alfonseca. Era una entrega de premios bienales. Percibo una primera fila con un micrófono en la rotonda del Palacio de Bellas Artes, la voz de don Chú Alvarez, la presencia diminuta de Avilés Blonda… A mí me había llevado Tongo Sánchez, tío abuelo postizo, profesor solterón, decano de la entonces Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Santo Domingo. Yo era para Tongo la hija que no tuvo. Ya adolescente me llevaba a las exposiciones y a las obras de teatro. La garantía de su presencia conseguía los permisos de mi abuela Julieta, intérprete de las más difíciles árias operáticas y quien a su vez recibió del maestro José de Jesús Ravelo -don Chuchú- ese padrinazgo para entrar al disfrute de las artes que hoy me ofrecía Tongo, cosa que en el fondo la alegraba con la esperanza inconfesa de que yo alcanzaría lo que ella no pudo lograr.
Al ver por primera vez a Miguel, me sucedió lo que a todos, su belleza física impactaba. Con apenas 18 años, apasionado y espectacular, vehemente en una conversación sin respiros, inmediatamente me ofreció su amistad. A la media hora me hablaba de Camus, de Jean Paul Sartre, de los simbolistas… mientras yo, temerosa, le recordaba el monólogo de Segismundo que había tenido que memorizar para la Madre Teresa Erro en aquellas clases memorables en el antiguo Colegio del Apostolado con pisos de madera crujiente y amplios ventanales que permitían entrar un polvo de luz a esa hora de la prima tarde en que la siesta se nos olvidaba para aprender a soñar.
Al poco tiempo trabajábamos en la obra de teatro Espigas maduras, de Franklyn Domínguez, y durante los ensayos conocí a Iván García, Armando Almánzar y a muchos más.
Lo veo venir por la calle El Conde entre Iván Tovar y Condecito; ir a buscarme para que fuéramos a visitar a Jacques Viau en su habitación del Hotel Universal en la Nouel, para que ese héroe de la isla leyera a Baudelaire en perfecto francés y nosotros disfrutáramos sólo de ritmo y melodía. Luego hacíamos “cadáveres exquisitos”; sentados en círculo, en una sola hoja agregábamos por turno un verso o un dibujo, luego se doblaba y se pasaba al siguiente y de ahí salían muchas cosas.
También solíamos reunirnos en mi casa o en la suya pues vivíamos cerca y con él llegaba Condecito, quien me escandalizaba con su lenguaje intencionalmente soez y abiertamente opuesto a la dictadura de Trujillo. Condecito mezclaba a Carlos Marx, Nietzche y Unamuno con los grandes del Renacimiento Italiano sin ignorar a los muralistas mexicanos, y aquello era un coctel de dudas y reafirmaciones que se templaba con la militancia antitrujillista. Un día, sentado en el bordillo de mi casa en la Dr. Delgado frente a la iglesia San Juan Bosco, José Ramírez Conde me miró a la cara y dijo: -A tu padre lo mató Trujillo-. Ya lo sabía, pero eran verdades que no se decían, que comenzaban a tantearse, a sugerirse, hasta que encontrabas fondo en la conciencia del otro. Esa frase fue elemental para mi definición y le ha garantizado a ese hombre pequeño y monstruosamente inteligente un agradecimieno que va más allá de la muerte.
Antes del ajusticiamiento del dictador, Miguel y Condecito fueron apresados, y la lista del vecindario se achicó porque muchos habían caído en la trampa de reaccionar frente a la “apertura” que el régimen ofrecía y habían participado en manifestaciones públicas.
Cuando Miguel y Conde salieron de la cárcel nuestra amistad se reforzó, ya yohabía apartado el miedo y estaba dispuesta a luchar por lo que creía. Las reuniones se hacían a diario para comentar lecturas y posturas filosóficas y políticas, era una especie de círculo de estudios en el que Miguel llevaba el liderazgo, mientras Conde pintaba sus telas aprovechando lo aprendido con Eligio Pichardo, Colson y Guidicelli. A la muerte de Trujillo, Silvano Lora encabezó Arte y Liberación, donde nos agrupamos poetas, narradores, actores, músicos, pintores de la década del sesenta, y mientras nos jugábamos la vida en movilizaciones que acababan en tiroteos, aprendimos a cambiar el rechazo al régimen por el rechazo a la injusticia social.
Había oído de las tertulias donde Aída Cartagena, a las que asistían Tete Robiu, Grey Coiscou, Carlos Acevedo, Miguel y otros, era una especia de élite que publicaba sus trabajos en Brigadas Dominicanas. Yo no formé parte de ese grupo. Aunque después conocí a Grey y luego a Aída, mis nexos con ellas fueron a través de Miguel, quien era amigo de todos. Pero fue realmente con Arte y Liberación cuando me ubiqué en la Generación del 60.
A inicios de los años setenta nos separamos sin quererlo, trabajos diferentes, vidas diferentes; las pocas veces que nos vimos, era como si hubiéramos estado juntos el día anterior. Su muerte me devolvió a aquellos años que nunca he olvidado y que definieron mi vida. Sin su estímulo probablemente habría dejado mis poemas en los cuadernos escolares, porque su apoyo incluyó que yo tomara conciencia del oficio de la escritura.
Miguel Alfonseca, precisión en el baile, histrionismo apabullante, las mujeres que llenaron su vida… Cuando revivo su imagen vital, su inteligencia y su voluntad fuera de lo común, cuando recuerdo su capacidad de agrupar y su liderazgo, en una época en que acabar con Trujillo y sus remanentes eran objetivo y la injusticia social nos dolía en los huesos motivándonos a luchar, me pregunto si hemos fracasado, al enfrentar hoy un presente donde ninguno de los valores que perseguíamos les importan a nadie.
1.“Cadáver exquisito” es una técnica usada por los surrealistas en 1925, y se basa en un juego en el cual los jugadores escribían por turno en una hoja de papel, la doblaban para cubrir parte de la escritura, y después la pasaban al siguiente jugador para otra colaboración. Wikipedia