En los años de infancia, las nalgas parecen constituir el destino por excelencia para someter a la obediencia los excesos y descontrol. Sin las pautas de los profesionales de la conducta, la clásica pela termina teniendo un efecto punitivo, y casi siempre, los padres apelan al uso del mentol como método de reducir los excesos e iras de la desbordada intención, mal creyendo que la dosis de pomada compensa el dolor.
El ritual del golpe tiene un doble efecto: generar la sanción al acto de desobediencia y establecer un sentido de autoridad superior en capacidad de doblegarte. A los fines prácticos, la nalgada es un acto de poder y ponerte la pomada, te refiere al sentido del olvido y/o permanente riesgo de reiterar la acción abusiva.
Culturalmente, pero fundamentalmente por la tradición autoritaria, hay gente que se siente facultada para creerse en capacidad de siempre golpearte en las nalgas, sin esperar rasgos de rebeldía como respuesta al exceso. Y en ese sentido, evoco mi niñez y reiteradas pelas que, sin importar la figura sancionadora, prefería nunca permitir la colocación del ungüento porque aceptarlo implicaba una licencia para reiterarse en la aceptación pura y simple. Mis hijos jamás recibieron nalgadas, básicamente para no incurrir en el error de sentirme apto y convencido de que el mentol curaba los moratones.
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El efecto de darte en las nalgas parte de una noción de poder. Por eso, la condición de actor dominante genera internamente la sensación superior de disponer de una parte del cuerpo como destino por excelencia para el castigo. Lo que olvidan muchos es el carácter transferible de receptor del golpe a ejecutor.
La historia nuestra es amplia en exponentes que, al presumirse eternos, nunca calcularon los cambios, y sus falencias en no intuir, allanaron el camino de futuras desgracias con efectos devastadores.
Durante tres décadas, el que daba nalgadas nunca pensó en el desenlace final del 30 de mayo, su relevo saltó por la parte trasera de su hogar ubicado en la avenida Máximo Gómez y regresó con mayores bríos en 1966, el agricultor subestimado mediante decreto eliminó el aparato militar que le acosó, el cocotazo de impedir el uso de helicóptero en medio de la campaña allanó el camino para condenar a un exgobernante, el estadista zorruno miró para el barrio de Villa Juana impidiéndole al acomodado aspirante de su organización relevarlo. La jurisprudencia es muy extensa, y a todo el mundo no se le puede dar una nalgada esperando que acepte la dosis de mentol.