Normalicemos las enfermedades mentales

Normalicemos las enfermedades mentales

José Miguel Gómez

Los seres humanos tienen tres grandes miedos: miedo a la vejez, a la muerte y a la locura. La locura por siglos fue inexplicable e incomprensible. Las respuestas simbólicas se la buscaron a “cosas del demonio”, de posesión, a signos de maledicencia, del pecado y de sangre impura. Antes, a los enfermos mentales con trastornos delirantes, alucinaciones y agresividad, le pusieron cadenas, confinamiento y aislamiento total de la familia y de la sociedad.

La locura, la tuberculosis y la lepra pasaron a ser vergüenzas sociales, enfermedades estigmatizantes, excluyentes de toda condición humana; de ahí el manicomio, el leprocomio y los antituberculosos, en las afueras de las ciudades, para que no contaminen, generando por años rechazo y actitud de desprecio, miedo y vergüenza hacia las personas enfermas y sus familiares.

Pinel en la Salpetriere de París, decidió quitar los grilletes a los enfermos mentales y liberarlos de las cárceles amuralladas y deshumanizadas.

Esa exclusión y estigmatización de las personas con enfermedades mentales por siglos, representó la violación de derechos civiles y políticos, de ser tratados como pordioseros, y de desconocerles y negarles el derecho a la religión.

Aún en pleno siglo XXI, a las personas que se suicidan, las iglesias no les aceptan o les niegan realizarles los actos sagrados, los derechos a herencias o elegir sus propósitos de vida.

Los nuevos tratamientos, derechos, rehabilitación y reinserción psicosocial han sido largos y tediosos para las personas con enfermedades mentales avanzar en la normalización, para sus familiares y para los psiquiatras que, también los señalaban de “loqueros” de forma despectiva.

Por años, clínicas y hospitales se negaron en aceptar las unidades de salud mental; los Gobiernos veían la salud mental como la “cenicienta”, y los enfermos continuaban deambulando por las calles, y viviendo en condiciones deshumanizada.

El avance de los psicofármacos, de la clínica y de la neurociencia, pero también, de los derechos, de la conquista en reconocer las enfermedades y los trastornos mentales como enfermedades del cerebro, de la alteración química, y de la interacción y comorbilidad de las enfermedades físicas que repercuten en las emociones y el pensamiento; además del impacto que tienen los estresores psicosociales, el ambiente, la cultura y la sociedad en la vida espiritual y psicoemocional de las personas, alterando su comportamiento, sus decisiones y resultados de vida.

Literalmente, hay que normalizar o que toda la sociedad empiece por tomar conciencia para que normalicemos las enfermedades mentales; para verlas como algo normal, de la salud integral, de la vida humana y de la condición biopsicosocial y espiritual.

Las enfermedades mentales, los trastornos y las alteraciones psicoemocionales, comportamentales y disfuncionales que impactan la vida de las personas, afectando su adaptabilidad, su bienestar y felicidad, necesitan verse como condiciones normales y que deben ser tratadas de forma integral por psiquiatras y psicólogos clínicos.

El bienestar social, la estabilidad, la felicidad y el logro de propósito sano, son partes de la salud mental. La depresión, los trastornos de ansiedad, las adicciones, el insomnio, la prevención del suicidio, los duelos, la crisis de identidad, los trastornos bipolares, esquizofrenia, fobias y otros tantos deben abordarse y aceptarse como condiciones humanas de las personas que sufren y padecen de su salud mental.

Entre todos ayudemos a la campaña de sensibilizar y normalizar las enfermedades mentales y sus tratamientos como forma de garantizar derecho y dignidad a las personas con trastornos mentales.