Guardianes de la verdad Opinión
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Con casi dos siglos de separación de España y de Haití los dominicanos heredamos un germen maldito incrustados en los tuétanos de nuestros cerebros. Y es de considerar que los bienes públicos pueden ser dilapidados para beneficio personal y borrando mentalmente que tales recursos son destinados al bienestar común.

No ha existido una generación dominicana, nacida en la supuesta etapa de vida independiente, que ocurran visos de honestidad generalizada en la sociedad. Y es que todo está manchado por los afanes de considerar que tales recursos públicos pueden ser arrasados para el beneficio de una serie de ciudadanos que se venden como dechados de virtudes honorables y luego resultan que son devoradores de todo lo que les huela a la propiedad pública.

La corrupción es una marca de nacimiento que las distintas generaciones dominicanas, salvo honrosas porciones de las mismas, conservan como parte de su comportamiento de una educación recibida en los hogares que les permite transitar por los ambientes donde se buscan acaparar facilidades para un enriquecimiento rápido y apartado de lo que dicen los cientos de libros y manuales que tratan de la conducta. Son libros que pasan por las manos de quienes se venden como ejemplares ciudadanos de un país integrado, en buena parte de su composición, apasionados por lo mal hecho y amigos de lo ajeno y más si se trata de los bienes públicos

Con la desaparición de la dictadura de Trujillo se repetía y se copiaba lo que habían hecho el dictador y sus allegados desatándose las ambiciones y pasiones de los dominicanos con un común denominador de arrasar con todo lo que les oliera a recursos públicos. Si alguna vez se pudiera llevar a cabo una simple auditoría de escrutar las fortunas que exhiben una buena parte de los que fueron funcionarios civiles o altos militares, nos damos cuenta que los fondos del erario público han sido altamente generosos para ir a parar a las manos de los que se consideraron por sus sacrificios de haber ocupado cargos de las mas diversas naturaleza, tanto de la esfera civil como de la militar, con el derecho a apropiarse de esos fondos, fruto de las recaudaciones públicas.

Es un mal congénito de las generaciones dominicanas que tienen la creencia de que pueden disponer de los fondos de las recaudaciones de lo que pagan los contribuyentes con la creencia de que el dinero depositado en las oficinas recaudadoras será bien invertido en pagar una nómina de los empleados necesarios, sin muchas botellas, para poder llevar a cabo las obras de infraestructura necesaria para el desarrollo.

Se convive en una sociedad llena de tantos depósitos de una pus que drena por todos los entresijos de la sociedad, dejando su marca indeleble de que aparentemente vivimos en una comunidad destinada a la aniquilación donde solo perdura el arrase de quienes están al acecho de abusar de los que todavía creían en una sociedad equitativa y apta para el buen gobierno con pulcritud en el manejo de los dineros públicos.

El presidente Abinader hace esfuerzos inauditos para sembrar en la conducta de sus funcionarios que mantengan la pulcritud en los cargos, pero con frecuencia explotan casos increíbles como la reciente del seguro médico público que espanta al conocer a los involucrados en tales manejos presupuestarios.

Sobre el autor
Fabio Herrera Miniño

Fabio Herrera Miniño

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