Considero que no hay una fórmula sociopolítica pura capaz de determinar confiadamente el ganador de un debate presidencial, como el primero de este género protagonizado recientemente entre el presidente Luis Abinader, el exmandatario Leonel Fernández y el aspirante Abel Martínez, a menos que uno o dos de ellos incurriese en evidentes lapsus linguae, falta o equivocación cometida por descuido, garrafales desconceptualizaciones en materias importantes, o evidente descontrol emocional. Ninguna de las falencias descritas ocurrieron durante el primer debate presidencial formal de la República Dominicana.
De manera que, establecer el ganador que siempre debe surgir de toda competencia humana, es un asunto sujeto a la apreciación subjetiva del telespectador, quien incapaz de juzgar independientemente, prefiere motivarse por la filiación o simpatía políticas, el menosprecio hacia los rivales o el simple interés de que su favorito pudiera ganar el certamen comicial.
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Un cuestionario estructurado por el patrocinador ANJE sobre temas recurrentes, presentado por moderadores conservadores bajo el formato de un programa de televisión, junto a un nutrido grupo de invitados, brindó el apropiado ambiente de comodidad a los candidatos presidenciales debatientes, quienes optaron por el respeto mutuo, minimizar sus diferencias partidarias, colgaron el verbo incendiario y se trataron con estimable caballerosidad. Un ejemplo de civismo a pocas semanas de las votaciones.
Tan satisfactorios, que a Abinader, Leonel y Abel los moderadores Roberto Cavada y Katherine Hernández jamás pusieron en aprietos, por ejemplo, al estilo de la televisión estadounidense cuando los moderadores del debate demócrata del 2008 le mostraron al candidato Barack Obama imágenes de Fidel Castro, del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, del líder coreano Kim Jong Il y de otros déspotas, y le preguntaron que si estaba dispuesto a reunirse con ellos en su primer año de Gobierno en la Casa Blanca. Sin vacilar, Obama respondió que si, desatando una ola de críticas de sus rivales internos, entre ellos Hilary Clinton y de la prensa.
Mi impresión final respecto a los resultados del debate que acaba de ventilarse, consiste en que Abinader mostró las suficientes garras del estadista que merece un segundo mandato; que Leonel es un demagogo desplegando las alas propias de una exitosa carrera política a punto de concluir y el sorprende Abel, quien está echando las bases para un candidato de consideración en el 2028. Ganó el país, pues contrario a las expectativas creadas, en el debate la sangre no llegó al río.