Múltiples temas, conflictos y problemas de la realidad histórica, social, económica, política y cultural de nuestro pueblo y de nuestro tiempo han llamado la atención de Miguel Guerrero, quien no sólo enfoca la vertiente conflictiva, sino que ausculta las raíces de los males que analiza y su enfoque aporta propuestas de solución o sugerencias pertinentes: “Los defectos de nuestro peculiar régimen de libre mercado se deben también y, en gran medida, al propio sector privado. Responden a los predominios de grupos, a los oligopolios y las castas empresariales que han explotado hasta la saciedad el paternalismo estatal, invocando para su provecho la intervención del Gobierno en la economía, a sabiendas de que muchas veces los privilegios trabajan en contra del propio sistema y de las oportunidades de los demás. (La lucha inevitable, Santo Domingo, Corripio, 1990, pp. 146-147).
Cuando Miguel Guerrero analiza un hecho da a conocer el trasfondo social y conceptual, penetra en la intimidad de escenas y ambientes y aprecia detalles que perfilan el contorno de una situación, lo que revela su agudeza, su instinto descriptivo y su fidelidad al marco ambiental y la realidad sociocultural de su relato.
Miguel Guerrero es un narrador con un conocimiento de las técnicas de la narración. Al enfocar el objeto de su atención asume cada detalle con rigor y precisión, al tiempo que da cuenta del impacto emocional que un suceso o un percance ejerce en la sensibilidad de los protagonistas. A su instinto de narrador y periodista, aúna su conocimiento de la realidad dominicana a través de la cual escudriña diversas facetas de tipo social, político, idiomático y conductual, logrando un perfil de hechos, personajes y ambientes con la descripción de una destreza narrativa: “Alzando la voz e infundiéndole el mayor tono de autoridad posible, Rodríguez Echavarría arengó a la tropa diciéndoles que Ramfis se había ido y que sus tíos, Negro y Petán, en complicidad con otros generales, intentaban dar un golpe de Estado para derrocar al presidente Balaguer y asesinar a los líderes de la oposición. El deber de los militares era evitar que esa tragedia, que desataría un baño de sangre, se consumara” (Los últimos días de la Era de Trujillo, Santo Domingo, Corripio, 1995, p. 173).
Las historias que narra este diestro periodistas tienen fluidez expresiva, estilo ágil y precisión anecdótica y se leen como novelas en virtud del dominio del lenguaje, de tal forma que la pulcritud de su expresión, cualidades que caracterizan la prosa narrativa de este destacado comunicador, realzan el contenido de sus escritos. Sus escenas revelan, como un fotograma epocal, los rasgos peculiares de situaciones y peripecias: “La matanza provocó una repentina y furiosa ola de indignación en toda la ciudad. Los comercios cerraron sus puertas en señal de protesta, algunos, y por miedo a las turbas, la mayoría. A su paso, las multitudes rompían e incendiaban cuanto estuviera a su alcance. Automóviles y autobuses, privados y oficiales, fueron destrozados y devorados por las llamas” (Enero de 1962, Santo Domingo, Mograf, 1991, p. 146).
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En los libros de Miguel Guerrero confluyen el dato testimonial del periodista, la visión objetiva del historiador y la penetración intuitiva del narrador en un relato que da cuenta de la correspondencia de manifestaciones variopintas de una realidad social, política y cultural, como la dominicana, que ha tenido para este eminente periodista una cantera de apelaciones y verdades que registra su pluma con el aporte de su interpretación. Al estudiar a Joaquín Balaguer durante una de sus intervenciones públicas desde el Palacio Nacional, este valioso intérprete de los hechos eminentes de nuestra historia, tiene el don de aquilatar el talante de un jefe del Estado en la hora crucial de una de las crisis dominicanas más espectaculares, como la que vivió el país a raíz de las elecciones presidenciales de 1978. Al respecto, el autor de Al borde del caos, ausculta y expresa el interior del ilustre protagonista bajo la mira de la expectación nacional: “El timbre ronco de su voz se entremezclaba con gestos adustos y severos. Su reconocida habilidad de tribuno se exponía ante la nación en toda su magnitud y destreza. Todo un pueblo seguía por los aparatos de radio y televisión con una curiosa combinación de sentimientos múltiples, entre la fascinación que producían sus movimientos y palabras y la expectación reinante. Era una vez más el hombre adiestrado para desempeñarse en las situaciones más difíciles y escabrosas” (Al borde del caos, Santo Domingo, Corripio, 1999, p. 119).
El temple moral que pauta la cosmovisión de Miguel Guerrero subyace en cada uno de sus trabajos periodísticos y, en cada uno de sus recuentos históricos sugiere, como una manera deíctica y didáctica de señalar la ruta correcta, la enmienda pertinente o el ideal de una acción paradigmática. Entre tantas posibles ilustraciones, este pasaje revela el hilo conductor del pensamiento de un hombre preocupado por el destino dominicano: “En este país pobre, lleno de necesidades de toda índole, los partidos se dan el lujo de gastar cientos de millones de pesos en campañas y actividades proselitistas sin que nadie les pueda pedir cuentas de cuánto gastan o de dónde provienen esos fondos. Con el inicio de cada campaña electoral, los dominicanos sufrirán como en efecto sufrieron, sin poder hacer nada para evitarlo, el tradicional uso de los recursos públicos en labores partidistas y en perjuicio de grandes prioridades nacionales” (Tocando fondo, Santo Domingo, Corripio, 2006, p. 22).
Ninguno de los acontecimientos que han gravitado en nuestra historia contemporánea ha escapado a la atención escrutadora de Miguel Guerrero, sin duda nuestro más importante analista visionario de apologías y sucesos. La historia política dominicana del siglo XX ha sido analizada e interpretada por este singular hombre de letras que entrecruza en sus escritos varios géneros literarios, como la historiografía, la narración literaria y el periodismo. En su trabajo literario aprecio el rigor metodológico de su enfoque, la objetividad de su registro, la autenticidad de su documentación, la calidad de su prosa discursiva y la profesionalidad de su valoración, al tiempo que se constituye en una valiosa fuente de consulta para el conocimiento de la historia contemporánea, dominicana y extranjera.
Contra clichés o corrientes malsanas de idealismos aberrantes, Miguel Guerrero optó por los valores universales que se inspiran en los principios clásicos de la verdad, la libertad y el orden, como atributos inexorables para el desarrollo armonioso del individuo en una sociedad justa, libre y recta. Para nuestro periodista, la palabra tiene la indeclinable misión de enaltecer la condición humana, propiciar la comprensión y contribuir al bien común. Tiene Miguel Guerrero la singular virtud intelectual de capturar la connotación esencial de lo existente mediante la cual privilegia la dimensión valedera de las cosas, en atención al principio intuitivo de que lo más importante a menudo no se ve, ya que subyace en la base de hechos, fenómenos y cosas. En tal sentido, sus relatos históricos, sus narraciones periodísticas y sus comentarios, a los que endosa el aliento emocional y el concepto reflexivo, reflejan el sello de tu talento intelectual y el carisma de su talante comunicativo.
El sentido de la dignidad, el concepto del respeto y la vocación de libertad alientan el pensamiento y la cosmovisión de Miguel Guerrero. Formado en un hogar regido bajo los principios del trabajo honesto, el decoro personal y el criterio moral, este defensor de los ideales y virtudes que fundan la base cultural de la sociedad, ha hecho de la honradez intelectual el faro de una vida digna, creativa y luminosa. Fe y arrojo, tesón y entusiasmo, verdad y armonía, valores son de su encomiable consagración y entrega a la misión que ha cumplimentado con su conducta y su obra.
Cuando leí El mundo que quedó atrás, de Miguel Guerrero, evoqué El mundo de ayer, de Stefan Zweig, con sus reflexiones sobre la naturaleza humana y su estimación de la educación hogareña para enaltecimiento de lo que registra esta historia. Los pasajes impregnados de profundas cavilaciones sobre el acontecer del mundo y el discurrir dominicano, se enriquecen con pertinentes referencias personales y familiares, con las que nuestro escritor asume el pasado como manadero de supervivencia de un comportamiento colectivo. Lo que una vez acontece, vuelve a repetirse, enseña el mito: “Cuando mi padre murió, aquella triste y plomiza tarde de mayo, lo que proporcionó el valor necesario para soportar la tragedia enorme que se abatía sobre nosotros, no fue más que la inmensa sensación de pequeñez que de mí mismo y de mis hermanos, reflejó su muerte. La verdadera grandeza de su existencia estaba, no en sus muchos logros personales, mezclados con similares tropiezos y desencantos que hicieron de su vida una extraña conjugación de éxitos y fracasos que terminaron por abatirle cuando ya le faltaban fuerzas físicas para enfrentar las tempestades, sino en la sencillez de su corazón y su increíble percepción para captar la esencia pura de la existencia humana en la más intrascendente de las escenas cotidianas. Tras su expresión adusta y severa flotaba un corazón tan dulce y transparente como la miel. Había luchado contra viento y marea y confrontado las peores vicisitudes en la formación de la más grande y exitosa de sus empresas personales, que era su familia y, sin embargo, había logrado proteger las fibras esenciales de su corazón, al punto de poder encenderse interiormente ante el esplendor de una naciente flor o las lágrimas de un niño hambriento” (El mundo que quedó atrás, Santo Domingo, Corripio, 2002, pp.18-19).
El relato testimonial de El mundo que quedó atrás da cuenta de la vida familiar y el desarrollo personal de Miguel Guerrero en condiciones adversas con el trasfondo social, histórico y político de una dura etapa de nuestra vida nacional. Se trata de una historia que compartimos los integrantes de la generación de Miguel Guerrero. Lo que narra esta obra lo hemos experimentado los dominicanos que crecimos en un ambiente de pobreza y atraso, signado por unas condiciones sociales y políticas deprimentes, pero con una carga de valores y actitudes dignificantes y encomiables.
El cultivo de los valores humanos inherentes a su pleno desarrollo en consonancia con el sueño de medrar en libertad, es no sólo signo de una aspiración genuina, sino índice de un anhelo insoslayable que cifra una de las profundas apelaciones de la condición humana. Defensa del cultivo de los valores que fundan la esencia de nuestra cultura, arraigada en la libertad individual, la tradición familiar, las creencias religiosas y otras expresiones espirituales y axiológicas de nuestra idiosincrasia social, en el marco de la vida democrática y la cultura de Occidente: “Un funcionario honesto, un Gobierno inspirado en el bien común, no merecen más reconocimiento y aplauso que el de sus propias conciencias. Un padre consciente de su deber para con su prole no debe siquiera esperar reciprocidad de esta. La vida es un ciclo que se repite sin cesar. Los hijos de un buen padre serán más tarde a su vez buenos padres y este debe ser el reconocimiento justo e ideal de la lección que obtuvieron de sus progenitores” (El mundo que quedó atrás, p. 27).
Miguel Guerrero habla y escribe con la convicción que le da su autoridad moral y la firmeza que le brinda su vocación patriótica, su ideal humanizador y su amor por nuestro pueblo. Prudente, respetuoso y cordial, Miguel Guerrero valora el poder de la palabra y cultiva el sentido de la verdad como expresión de sus genuinas apelaciones entrañables.