La poesía de Víctor Villegas, en sus libros “Ahora no es ahora” (1997) y, sobre todo, en “Poco tiempo después” (1991), se interroga—sin ningún ánimo de explicación trascendental—sobre la doble naturaleza del tiempo para los seres humanos: el hecho de pensarlo y de vivirlo. En los libros antes mencionados, Víctor Villegas hace posible que el paso del tiempo se nos vuelva visible tan solo al contemplar con atención los acontecimientos a partir de sus palabras. La concisión, claridad y sonoridad de sus versos iluminan las escenas de manera que podemos fijarnos en detalles significativos que no se pueden percibir a simple vista, y que hacen evidente ese tiempo que está en todas las cosas, que la mayoría de las veces por vivirlo no observamos. Las palabras le permiten demorar los momentos, retenerlos y así recuperar las dimensiones que se pierden cuando solo pasamos por ellos. Quizá por eso, en su poesía, la muerte, más que un momento definitivo, parece un extravío, un titubeo, una fisura a través de la cual observar lo que pasa, ha pasado y lo que pasará en una misma escena; esos detalles que parecerían nimios, pero son sustanciales.
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Nuestra gran conquista como humanidad es, entonces, para Víctor Villegas, la posibilidad de detenernos con el lenguaje en los umbrales del presente, en las puertas que, como lo dice en su poema Porque nadie ha cruzado los umbrales, del libro “Poco tiempo después”, “solo lo que no somos, formas efímeras sugieren su presencia”. Bajo estos umbrales se ve transcurrir el tiempo humano como una serie de momentos que, sin una dirección definitiva, se bifurcan, se repiten, retroceden.
Por ejemplo, en su poema Vivo a mi lado, de “Poco tiempo después”, donde habla de una ciudad habitada por seres fugaces, errantes e finitos:
“En un mismo lugar y en todos los lugares. Cuerpo mío estatua de la sombra. Péndulo que no gira en permanente movimiento. Sombra: tumba del cadáver que arrastro por mi orilla. Busco la luz, póngola en el lugar donde no está. Haciéndose ciudad, yendo y viniendo, en su ningún sitio deshaciéndose. Somos dos y uno: movemos el tiempo y la materia”.
También en ese mismo libro encontramos, en su poema Puede la quietud tornarse, que el hecho de no saber encontrarse con el otro es camino errado que conduce al vacío. A través de las cosas podemos percibir un presente que se volvió ubicuo, como dice el poema, porque dudamos de ella y porque quienes lo usaron lo hicieron en un tiempo que no iba hacia nosotros:
“Puede la quietud tornarse muy delgada y tomar nombre de vacío y puede también que en uno se concentren los límites del día crepuscular todas sus formas del ojo de la tierra el llanto”.
En “Ahora no es ahora”, la poesía de Víctor Villegas se planta en las fijezas de las escenas y se detiene a mirar esa multiplicidad de direcciones, repeticiones y titubeos que componen los momentos. En este libro, por ejemplo el autor crea un escenario donde los seres vivos procuran encontrarse y vivir el aquí y el ahora, allí donde empiezan a “caer las ropas, los deberes, el canto del lagarto entre las fotos, la sensatez del hombro donde buscan los nietos su imagen preferida”.
A la luz de este sentido del tiempo, la vida cobra los verdaderos relieves que tiene para nuestra conciencia: sus dudas, sus conjeturas, sus incertidumbres, sus miedos. Éstos son la materia con la que avanzamos y están en los detalles que marcan precisamente los contrapuntos de las distintas escenas de los poemas. Por ejemplo, en “La muerte al borde de la muerte” (2005), el hecho de haber visto a un hombre quejarse de un dolor de garganta que parecía inocuo, en el poema Cada quien cava su tumba, hace que su muerte cobre otra dimensión:
“Lo que se refleja en la retina, lo que ya es disyunción, presencia inmóvil, parece y vuelve a la jornada. El que vive, cede parte de su muerte a otro, al agua, al sombrero zurcido, al vendedor de lluvia y de cansancio”.
Para profundizar en cada tema, Villegas adecua su lenguaje. Lo aplica con detalle para lograr un alto grado de definición al describir las imágenes y poder ver las huellas del presente real. No hay entonces adjetivos ni palabras de más que puedan distraernos; la concreción del presente se refleja en la sonoridad precisa de sus versos. Villegas escoge la medida de sus poemas, como un fotógrafo seleccionaría su lente.
Sus poemas parecen observar muy detenidamente cada acontecimiento desde el paso del tiempo. Detenerlo de pronto para que lo veamos realmente y deje de ser la simple anécdota. Sus palabras lo fijan, lo regresan a objetos en los que su huella subsiste: una mesa, una casa, una lanza o remo de tiempos remotos, las llaves y el monedero, la cama que espera algún enfermo, el comedor que era la habitación donde dormían los padres o la mesa arrumbada. Nosotros y la materia llevamos, hechos olvidados que evadimos, pues es difícil mirar siempre de frente la vida real. En su poema Empieza en mi memoria, de “Botella en el mar 72” (1984), dice que los agujeros de bala en las paredes y los catres soportan el peso muerto de la memoria. En ellos se siguen muriendo esos heridos, pues estos son el rastro de su muerte:
“Agujeros de bala en las paredes, indefensas y sucias.
Catres a ras de suelo soportan el peso muerto de la memoria.
¿O muere, después de tanto tiempo, algo en ellos aunque nadie advierte?”
Es de ese peso muerto de la memoria del que, entre otras cosas, nos habla Villegas en sus poemas; ese peso cotidiano de las acciones y contemplaciones que cargamos a diario y que aunque por momentos nos parezca abrumador, nos resulta liviano y olvidable al paso del tiempo.
Esta poesía tiene, entre otras virtudes, la de ir un paso atrás de lo repetitivo y rutinario.
“El pasado me lleva por ese oscuro muelle por donde tanta alma se me escapa siempre. El día siempre está desnudo. Deja su oscura ropa, sus zapatos, en los perezosos, callados vestidores de la madrugada”.
La forma en que Víctor Villegas aborda los momentos presentes en su poesía va más allá de una simple evocación, es también una nueva forma poética de narrar las reflexiones, las sensaciones e imaginaciones momentáneas, que son sustanciales, pero que a su vez son casi imposibles de recrear sin que se conviertan en algo anecdótico y sin importancia. Víctor Villegas al ponerlas en sus palabras, logra redimensionar los momentos presentes, que recobren la sustancia vital que pierden al ser mencionados en un lenguaje trillado. Estas reflexiones, sensaciones e imaginaciones momentáneas son nuestra relación inmediata y verdadera con el mundo, todo lo demás son conjeturas.
Como en Pablo Neruda, parece haber en Víctor Villegas una serena asunción del padecimiento que produce la pérdida de unidad con el mundo como representación de la idea de cómo ha de ser por el autor; una asunción de la multiplicidad sin contraparte—de su alter ego–algo que se regocija en la separación o en el aislamiento en la misma, el encuentro de un lugar desde donde emitir una palabra poética extraordinariamente polisémica que hizo—de la poesía–un recurso semántico, un principio de identidad para actuar en el mundo desde la poesía.