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Arma de fuego

Arma de fuego

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En la primera mitad de la década de los noventa del recién pasado siglo, siendo miembro del Comité Central del Partido de la Liberación Dominicana, fui escogido para coordinar, en calidad de enlace nacional, la parte norte del país de un movimiento apéndice del Partido, llamado Cambio 94.

Se trataba de agrupar a personas que no calificaban para la membresía partidaria debido a los rigurosos requisitos que había que cumplir antes de que una persona fuera enrolada como miembro del PLD.

Recuerdo que, en Guayubín, municipio de Montecristi, la estructura partidaria era numéricamente muy limitada, por lo que se requería un enorme esfuerzo para conformar los equipos humanos mínimos para los fines electorales de 1994. Se contactó a un señor de prestigio en la zona para que representara el movimiento. A media mañana de un sábado nos reunimos, y me llamó poderosamente la atención la franqueza con que el individuo puso, desde el inicio, sus condiciones. Dijo que requería de un compromiso por parte nuestra: que, si el Partido ganaba las elecciones, se le entregara una pistola calibre 45.

Concluida la actividad, conversé privadamente con la persona y le pregunté por qué no había pedido un cargo político en vez del arma de fuego. Su respuesta fue rápida y tajante: “En esta región se respetan los gallos por sus espuelas”.

Más de un cuarto de siglo después, me viene a la memoria aquella anécdota cada vez que leo la cantidad y calidad de equipos bélicos que se fabrican y venden en el mundo. Entristece saber que la industria de las armas es el sector de la economía más potente y exitoso en el mundo desarrollado. La carrera armamentista es tan poderosa que muchas naciones se ven forzadas a incrementar los aportes para agrandar las reservas en equipos de guerra con capacidad de destrucción masiva.

Esto contrasta con los fondos que se dedican para prevenir y tratar enfermedades en el mundo. Igualmente, se recortan los recursos financieros que demanda la humanidad para la investigación del cáncer, las pandemias, infecciones hídricas y trastornos nutricionales.

Al vecino país de Haití se le provee de modernos drones para combatir las poderosas bandas que controlan parte de su capital y otros territorios. Mientras tanto, son escasas las escuelas, hospitales, alimentos, techos, agua potable y un largo etcétera de necesidades básicas.

Las amenazas de guerra, más que alejarse de la faz de la tierra, representan un constante peligro que obliga a buscar pertrechos militares que aseguren una relativa paz temporal. Las tensiones bélicas en nada ayudan a la paz y al bienestar de los pueblos.

Las dos grandes conflagraciones mundiales del pasado siglo, las guerras de Corea, Vietnam, Medio Oriente, así como las actuales en Gaza, Ucrania, África y las tensiones en el Caribe, parecen indicarnos que la violencia debe ser el curso natural de la humanidad.

Nos negamos a aceptar tan equívoco curso de la historia. ¡Armas para la vida, sí; material bélico genocida, ¡nunca! Esa debe ser la consigna desde hoy y para siempre.

Sobre el autor
Sergio Sarita Valdez

Sergio Sarita Valdez

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