Estados Unidos
La psicología del poder: entre Trump y Maduro

Retrato
El mundo no está bien, porque la economía está mal, para activarla y vender armas, se crean conflictos, tensiones y convulsiones multiplicadas.
El cerebro dopaminérgico de Donald Trump apuesta a una economía impositiva, con aranceles y ventas de armas; y de verdad que lo ha conseguido lo más rápido de lo que él mismo se lo creía. Toda Europa ha aumentado los presupuestos en la compra de armas, aumentar su seguridad y unirse bajo un propósito común: cuidarse del lobo de Rusia, el guerrero Putim.
Nuestra región parecía tranquila, hasta nos habíamos acostumbrado a las bandas y las crisis políticas de Haití; bien manejada y puesta en la mesa internacional por el presidente Luis Abinader. Pero la región cuenta en la psicología del poder con dos presidentes atrapados en el cerebro derecho de la izquierda política: Nicolás Maduro y Petro de Colombia.
En la neuropolítica, se contextualiza la psicología del poder, desde el cerebro, las emociones y la conducta de los políticos. El poder influye en la forma de pensar, actuar, sentir y obtener resultados conforme a las circunstancias históricas, sociales y económicas.
Ahora la región luce convulsa, intranquila, nerviosa e inestable políticamente hablando. El cerebro de Donald Trump necesita altos niveles de recompensa, buscador de placer, motivación y sensación de importancia.
Nicolás Maduro, un dictador atrapado por la adicción del poder que le ha llevado a una reducción significativa de la empatía emocional, expresándose políticamente en la tendencia de justificar los riesgos, reducir la sensibilidad ante el dolor de los venezolanos, pérdida del autocontrol y de la capacidad en medir consecuencias, valorar la proporcionalidad de las respuestas, el juicio crítico y la capacidad asociativa para razonar de forma inteligente y de cómo manejar y gerenciar los conflictos. En la psicología del poder se establece cómo el poder cambia la personalidad, aumenta el exceso de autoconfianza, de desconexión ética y moral, cuando se ejerce absolutamente.
A veces, el poder no revela quién eres, pero amplifica y expone los rasgos y los hábitos; si la persona posee una estructura moral y ética en el “super yo” de la personalidad, el poder sirve para aumentar la justicia, la bondad, la generosidad y altruismo social. Pero cuando se tiene una personalidad con pobreza moral, sin límites, con ausencia de empatía, insegura e inestable emocionalmente, aumenta el autocontrol, la manipulación, la paranoia y la inseguridad social.
En ambos cerebros, Trump y Maduro, se evidencia una sensación de invulnerabilidad, de sentimiento de minimizar el daño y los riesgos: “es poco lo que puede pasar” “las respuestas son indispensables” “es necesario la lección” “nada va a sucederme a mi” etc.
La protección del abuso del poder se previene cuando se tiene instituciones fuertes y creíbles a nivel mundial, regional o local, cuando se posee alta credibilidad, dignidad y respeto, o cuando no hay alternancia del poder, respeto por las leyes, la sociedad, la ética y la moral pública; cosa que Nicolás Maduro pierde de vista.
George E. Orwell decía: “Cuanto más consciente es uno de su sesgo político, mayores posibilidades tiene de actuar políticamente sin sacrificar su estética ni su inseguridad intelectual”, refiriéndose a los rasgos políticos que se apoyan en sistema de creencias distorsionadas y limitantes. Es decir, “dispersión cognitiva”, “distorsión cognitiva” o peor aún, “disonancia cognitiva”, donde los conflictos se producen por creencias arraigadas y se toman decisiones distorsionadas y fuera del contacto de la realidad, pero sostenida en una verdad absolutista sesgada para valorar el riesgo, la proporcionalidad o el verdadero daño social o cultural. Maduro está atrapado en el cerebro de Donald Trump.