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Actuemos para extirpar la cultura de la corrupción

Samuel Luna

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Cicerón expresó que servirse de un cargo público para enriquecimiento personal resulta no ya inmoral, sino criminal y abominable. Por eso la

corrupción, un acto criminal, carcome el tejido social y cuando eso sucede el país se torna incrédulo, molesto y volátil. Debido a la magnitud del fraude en el Seguro Nacional de Salud (SeNaSa), el pueblo dominicano se ha vestido de incredulidad, el desfalco por funcionarios de SeNaSa nos ha provocado un distanciamiento y repudio hacia todos aquellos discursos proselitistas y populistas lanzados por líderes políticos que solo desean captar el voto de la mayoría.

La corrupción es tan dañina que sirve de estructura a la construcción de estereotipos negativos en las familias dominicanas, creándonos bloqueos emocionales que limitan la visualización de un posible país ordenado y con las necesidades básicas resueltas, lo cual no es una utopía, es un derecho. La corrupción ha generado en el dominicano una miopía social que imposibilita un real desarrollo integral, la cultura de la corrupción nos ha desgarrado y emocionalmente nos ha descuartizado.

La corrupción es un arma que ha debilitado a la sociedad dominicana; yo mismo, sí, quien les escribe, el articulista que siempre motiva y proyecta un país que puede ser diferente, he caído en una incredulidad maligna, llegué a la conclusión que los partidos tradicionales no podrán extirpar el cáncer de la corrupción; tampoco los partidos pequeños lo podrán hacer, es que esos pequeños partidos se han formado bajo la sombra fría y húmeda de aquellos partidos que ya han estado gobernando y no lograron transformar, tampoco fueron intencionales para cambiar la cultura de la corrupción. Esos partidos sólo son pequeños, pero sus acciones han dejado grandes grietas, las cuales se han sumado a la formación de una conducta parasitaria y cancerígena.

La corrupción es tan dañina que sirve de estructura a la construcción de estereotipos negativos en las familias dominicanas, creándonos bloqueos emocionales que limitan la visualización de un posible país ordenado y con las necesidades básicas resueltas, lo cual no es una utopía, es un derecho. 

La corrupción ha generado en el dominicano una miopía social que imposibilita un real desarrollo integral, la cultura de la corrupción nos ha desgarrado y emocionalmente nos ha descuartizado. 

La corrupción es un arma que ha debilitado a la sociedad dominicana; yo mismo, sí, quien les escribe, el articulista que siempre motiva y proyecta un país que puede ser diferente, he caído en una incredulidad maligna, llegué a la conclusión que los partidos tradicionales no podrán extirpar el cáncer de la corrupción; tampoco los partidos pequeños lo podrán hacer, es que esos pequeños partidos se han formado bajo la sombra fría y húmeda de aquellos partidos que ya han estado gobernando y no lograron transformar, tampoco fueron intencionales para cambiar la cultura de la corrupción. 

Esos partidos sólo son pequeños, pero sus acciones han dejado grandes grietas, las cuales se han sumado a la formación de una conducta parasitaria y cancerígena. 

La corrupción en el Estado dominicano ha operado como un monstruo, como un violador, dejando marcas imborrables en la vida de cada dominicano, ha destruido individuos, familias, comunidades, empresas productivas, clubes sociales, instituciones y gobiernos; no estamos exagerando, de hecho, también ha fulminado nuestra cultura naíf, convirtiéndonos en dominicanos vulnerables, huérfanos y vacíos; ese es el resultado de una corrupción permitida por el sector empresarial, dando luz verde a los funcionarios y a los gobernantes. 

Y nos gustaría explicar este enunciado: Es el empresariado que alimenta los partidos políticos, es el empresariado que ha tomado una “posición neutral”, o quizás una posición oculta, es el empresariado que articula y señala a las figuras presidenciales, con el fin de lograr un mutualismo económico, donde ambos sectores, la clase política y la clase empresarial, se han beneficiado del sistema simbiótico que ha perpetuado la cultura de la corrupción. Podemos agregar que la corrupción es tan dañina que se refleja en el entorno residencial de la clase pudiente, los que viven en sectores privilegiados, no se atreven a caminar en su propio entorno debido a la inseguridad provocada por la misma corrupción, la corruptela afecta lo personal, lo privado, lo empresarial y el Estado con todas sus esferas sociales. 

Es obvio que los gobiernos y otros sectores han “legalizado” la corrupción, es parte del juego de nuestra frágil y disfuncional democracia; por ejemplo, vivimos en un país que es experto en seminarios de liderazgo, en talleres para reducir la pobreza, seminarios para fortalecer la institucionalidad, pero seguimos viendo la corrupción como algo que es parte del sistema, y lo es. Podemos ver la corrupción en espacios pequeños, escenarios perfectos para transformarlos y usarlos como modelos de una iniciativa replicable. Sin embargo, ningún presidente no ha querido tomar el riesgo, me refiero al sistema carcelario, ahí se vende de todo, uso del celular por los presos, un mercado abierto y colmados. También debemos decir qué hay personas en las cárceles que no deben estar presos; la realidad es la siguiente, si nuestros gobernantes no han podido transformar un espacio que ya está confinado, que está ubicado y controlado, mucho menos extirparán la corrupción en el Estado dominicano. Nos han vendido una mentira, hemos caído en una trampa, no existe —con el sistema que poseemos— posibilidad de una real transformación.

Si los gobiernos no han sido capaz de resolver el sistema carcelario, la energía eléctrica, el derecho a tener agua potable (sin tinacos, sin cisternas, sin bombas para impulsar el agua en la cisterna), la compra de votos en las elecciones, los nombramientos innecesarios, las llamadas botellas, el sistema educativo completamente politizado, la salud politizada, el cambio de los empleados públicos cada cuatro años sin tomar en cuenta las consecuencias funestas, y podríamos continuar con una larga lista.

El éxito de una nación próspera no se mide si el presidente deja de recibir su salario y beneficios, o si no roba, se mide cuando las instituciones del Estado son creíbles, estables, funcionales, accesibles y productivas, si eso no sucede el país funcionará con máscaras de progreso, con acciones populistas y construcciones faraónicas. La corrupción en SeNaSa es parte del sistema, es parte del show, es parte de una democracia enferma y de una sociedad que no siente la responsabilidad de hacer los cambios neurálgicos.

Lo que sucedió en senasa es fruto de la corrupción que se cultiva en el corazón del ser humano, buscando enriquecerse de forma rápida, fácil y sin consecuencias. Sin embargo, para que estas personas se involucren en actividades corruptas, deben existir circunstancias que no las impidan ni las castiguen. Como dominicanos debemos hacer un paro, reflexionar y sincerarnos, cuando lo hagamos nos daremos cuenta que nuestro país posee una cultura arropada por un cáncer que ya ha hecho metástasis debido a la híper corrupción en el Estado dominicano. La corrupción surge cuando la población se torna pasiva, indiferente y conformista. Es tiempo de parar el cliché de que Dios ama a esta nación, lo que sí Dios ama es que cada dominicano promueva una ética que enarbole la integridad y la seguridad ciudadana; El Dios de los templos, de los domingos y de los sábados, también desea ver a los dominicanos articulados para buscar soluciones a los males que destruyen los andamios de la sociedad dominicana.

Nos jactamos en ser un país cristiano, pero no es suficiente tener una biblia en el centro de la bandera, no es suficiente que los templos estén repletos de feligreses sin adoptar una responsabilidad ciudadana e integral. Sin dejar de asistir a los templos debemos de convertirnos en cristianos responsables, ejercitando la mayordomía y el derecho que poseemos como ciudadanos de una nación, para propiciar un corte final a la cultura de la corrupción. Lo que ha pasado en SeNaSa es para que todos los templos, Católicos, Evangélicos, Adventistas, Mormones, y otros más, hagan un paréntesis en sus servicios y que inviten a los feligreses y a Dios a las calles —estoy seguro que Dios llegará primero— a una protesta silenciosa pero contundente para decirle a todos los que promueven la corrupción que ya es tiempo de parar la cultura de la corrupción. Digo las iglesias porque es la esfera donde están todos los sectores y las iglesias están llamadas a desempeñar un papel redentor en el ser humano de forma integral.

Dudo que los partidos políticos hagan su trabajo, no lo han hecho; los empresarios, un sector minoritario, tampoco lo harán, pero el empresariado más afectado debe sentirse parte del proceso sanador; y el pueblo en general, el que más sufre, debe entender que sólo castrando la cultura de la corrupción tendremos un estilo de vida con más dignidad. Una marcha no será suficiente, sacar a un partido del poder tampoco es la solución, no es solo encarcelar a unos cuantos o que devuelvan el dinero; debemos de crear un plan colectivo que abarque a todos los sectores y sin protagonismo, un plan estratégico para extirpar la cultura de la corrupción.

Despertemos y unamos voluntades para cambiar nuestra historia.

Los gobernantes y funcionarios son nuestros empleados, no son nuestros jefes; y como ha dicho la escritora Ibiza Melián que el ser humano es un mero mortal con defectos y virtudes, y no adquiere entidad divina por el hecho de desempeñar un cargo público. Debemos frenar a los funcionarios y políticos corruptos, y cambiar la cultura de la corrupción, es la tarea de todo un país, es posible si nos articulamos.

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Samuel Luna

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