Reflexión
Cierre de año y legado a mis lectores
Si algo aprendí en este camino es que el conocimiento no se impone: se comparte.

Fuente externa
Queridos lectores:
Al llegar este cierre de año, siento la necesidad de compartir con ustedes esta reflexión que nace de la serenidad, del balance y del compromiso que he mantenido durante décadas con cada uno de ustedes. No es una despedida; es un puente. Un espacio para mirar hacia atrás con gratitud y hacia adelante con responsabilidad.
Mi vida profesional ha estado guiada por una impronta clara: hacer comprensible lo complejo, traducir lo técnico a lo humano y ofrecer orientación en medio del ruido. Desde mis primeros escritos hasta hoy, he intentado que cada dominicano —sin importar su formación o su entorno— pudiera entender los temas que afectan su vida cotidiana.
A ustedes, que me han acompañado durante tantos años, quiero dejarles estas palabras que no son un adiós, sino una continuidad. Mi vida ha girado siempre en torno a un propósito sencillo y exigente: ayudar a pensar. Pensar con claridad, con rigor, con esperanza. Pensar sin miedo a las preguntas difíciles y sin vergüenza de las dudas necesarias.
Si algo aprendí en este camino es que el conocimiento no se impone: se comparte. Y que la orientación no es un acto de superioridad, sino de servicio. Por eso, cada artículo, cada reflexión, cada análisis que les ofrecí nació desde un lugar profundamente humano: el deseo de que cada uno de ustedes pudiera entender mejor su mundo y, desde ahí, transformarlo.
A mi querida República Dominicana —esta patria luminosa y herida, vibrante y cansada, noble y contradictoria— le digo que no pierda la fe en sí misma. Los países no se sostienen solo con instituciones; se sostienen con ciudadanos que piensan, que preguntan, que exigen, que sueñan. Y ustedes, mis lectores, han demostrado una y otra vez que ese espíritu sigue vivo.
1-Mi impronta profesional
A lo largo de los años, he trabajado desde tres pilares que definieron mi voz:
La claridad como servicio público. Explicar sin adornos, sin elitismos, sin tecnicismos innecesarios.
El pensamiento crítico como herramienta de dignidad. No dar respuestas cerradas, sino sembrar preguntas que despierten conciencia.
La esperanza como disciplina. No como consuelo pasivo, sino como voluntad activa de construir un país mejor.
Mi Leitmotiv siempre ha sido y será: El Dato mata al Relato.
2-Temas álgidos que siempre enfrenté
Nunca evité los asuntos difíciles. Mi compromiso fue con la verdad, no con la comodidad. Por eso abordé:
La fragilidad institucional y la urgencia de fortalecer la ética pública.
Las fallas de la salud pública, que afectan vidas reales, no estadísticas.
La economía dominicana, más allá de los titulares, con sus riesgos y oportunidades.
La tecnología, desde la radioafición, que marcó mi infancia hasta los desafíos modernos de la información.
La ciudadanía, entendida como músculo cívico que debemos ejercitar.
La memoria histórica, porque un país que olvida repite sus errores.
La educación, no como sistema, sino como acto humano que transforma.
Mi pasión por las matemáticas predictivas, para que el Dato siempre prevalezca ante el Relato.
Estos temas fueron mi brújula, y ustedes, mis lectores, fueron siempre mi razón de mantenerla.
3-Sobre el país y su cansancio
Este año nos deja una mezcla compleja: avances que no siempre se celebran, desafíos que no siempre se enfrentan y un desgane nacional que a veces parece más fuerte que la esperanza. Pero sigo creyendo que la República Dominicana tiene una reserva moral y humana que no se agota. Ustedes son parte de esa reserva.
4-Un cierre de año desde el corazón
Si algo nos enseñaron los últimos años es que las instituciones pueden fallar, pero la ciudadanía no tiene por qué hacerlo. Hemos visto sistemas de salud tambalear, procesos públicos opacos, decisiones improvisadas. Sin embargo, también hemos visto algo más poderoso: personas que se informan, que preguntan, que exigen, que no se resignan. La fragilidad institucional no es un destino; es un diagnóstico. Y un diagnóstico, cuando se entiende, se puede tratar.
No voy a disfrazar la realidad: este año trae desafíos económicos, institucionales y sociales. Pero también trae una oportunidad extraordinaria. La esperanza no es un sentimiento pasivo. Es una práctica diaria de: Informarse con rigor, Exigir con respeto, Participar con constancia y Cuidar lo común con responsabilidad. De ahí que siempre he dicho que los países no cambian por decretos mágicos, sino por ciudadanos que deciden no renunciar a su derecho a un futuro mejor.
5-Preguntar es un acto de dignidad.
El periodismo, la investigación, la curiosidad ciudadana… todo eso es parte de la salud democrática. No se trata de confrontar por confrontar, sino de ejercer un derecho elemental: Saber cómo se toman las decisiones que afectan nuestra vida. La claridad no es un lujo; es un deber. Y en un país donde la gente siempre ha sabido “buscar la vuelta”, también merece saber la verdad.
6-Comparar no es copiar, es aprender.
Los casos internacionales de salud pública, transparencia fiscal o gestión institucional no son recetas, pero sí espejos. Nos muestran caminos posibles, errores evitables, soluciones adaptables. La República Dominicana no está aislada. Somos parte de un mundo que también busca respuestas. Y entender ese mundo nos ayuda a entendernos mejor.
7-Apreciar los recuerdos.
Hay tardes en que Santo Domingo respira distinto. El sol cae sobre los techos de zinc, el aire huele a mar y a historia, y uno siente que el tiempo se detiene lo suficiente para escucharse. A mí, esa pausa siempre me llega igual: en el murmullo de una radio antigua, en ese instante en que la señal todavía no es voz pero ya promete compañía. Ahí reconozco mi impronta: hijo de una República Dominicana que aprendió a informarse con paciencia, a desconfiar del ruido, a valorar la palabra pensada. Esa herencia no me ata al pasado; me orienta. Me recuerda que la memoria es un mapa y que la nostalgia, cuando se vive con honestidad, no paraliza: ilumina. Por eso escribo estas líneas. Porque este 2026 no nos pide entusiasmo vacío, sino una esperanza que nazca del entendimiento, de la confraternidad, de la voluntad de no renunciar a lo que podemos mejorar juntos en esta patria compartida.
La República Dominicana ha avanzado, sí, pero también ha mostrado sus grietas. Sistemas de salud que tambalean, procesos públicos que aún necesitan transparencia, decisiones que a veces parecen improvisadas. Sin embargo, hay algo más fuerte que todo eso: la gente. El dominicano que se informa, que pregunta, que exige, que no se conforma. La fragilidad institucional no es un destino. Es un diagnóstico. Y un diagnóstico, cuando se entiende, se puede tratar. Somos un país pequeño, pero con ciudadanos grandes.
8-En resumen.
Somos una nación joven, vibrante, imperfecta, pero llena de gente que no se rinde. Y esa es nuestra mayor riqueza.
Si algo nos enseña la historia dominicana es que cuando este pueblo decide avanzar, avanza. Cuando decide unirse, se une. Cuando decide mejorar, mejora.
Por eso, en este 2026, no apelo a un patriotismo de consignas, sino a uno más profundo: el patriotismo de la responsabilidad, de la solidaridad, del trabajo bien hecho, del respeto por lo común, del compromiso con la verdad.
La patria no es un concepto abstracto. La patria somos nosotros. Y nosotros —con nuestras manos, nuestras voces, nuestra memoria y nuestra voluntad— podemos hacerla más justa, más clara y más digna.
Lo digo, como siempre, desde el mismo lugar desde donde te escribo, lector: confraternalmente, con la convicción serena de que lo mejor aún está por hacerse en esta República Dominicana nuestra. Que la claridad es un acto de amor. Que la crítica es un acto de responsabilidad. Que la esperanza es un acto de voluntad. Y que pensar —pensar de verdad— es un acto de dignidad.
9-Al cierre.
Amigo Lector:
Gracias por acompañarme. Gracias por permitirme servirles. Gracias por creer que la palabra puede iluminar.
La República Dominicana no necesita promesas imposibles. Necesita algo más sencillo y más poderoso: que cada uno de nosotros haga su parte con honestidad, con rigor y con cariño por esta tierra que nos sostiene. Nuestro país no se construye desde la distancia ni desde la resignación, sino desde la cercanía: en el colmado, en la escuela, en el hospital, en la junta de vecinos, en la conversación respetuosa, en el acto cotidiano de elegir lo correcto aunque nadie esté mirando.
Que el año que viene nos encuentre más despiertos, más críticos, más humanos. Y que nunca dejemos de construir, desde nuestras pequeñas trincheras, un país posible.
Confraternalmente, Virgilio Malagón Álvarez